En defensa del franco, pero no de Francia: las políticas de austeridad francesas aplicadas entre 1919 y 1939
En defensa del franco, pero no de Francia: las políticas de austeridad francesas aplicadas entre 1919 y 1939
A pesar de pertenecer al bando de los países vencedores de la primera guerra mundial, Francia fue sin duda, de entre todas las potencias aliadas, la que sufrió la mayor destrucción bélica, pagando un elevado tributo en vidas humanas, propiedades y riqueza. Tanto es así que el empeño destinado a conseguir que los alemanes pagaran por todos los daños causados constituyó una parte muy significativa de la planificación presupuestaria a largo plazo. El hecho de que los alemanes no quisieran pagar y de que, después de entrar en el mencionado proceso de hiperinflación, consiguieran básicamente eludir el pago, acabaría convirtiéndose en un problema crucial que impedía que la economía francesa progresara.
La pauta integrada por un ciclo económico de tres fases —crecimiento, desplome y estabilización—, pauta que habría de caracterizar a la economía mundial de principios de los años veinte del siglo pasado, estaba llamada a impactar en el territorio francés de una manera singular. Al confiar en que las reparaciones de guerra alemanas aportaran a las arcas galas una gran parte del presupuesto del estado, el hecho de que los pagos dejaran de afluir iba a determinar que el gobierno francés tuviera que hacer frente a los subsiguientes déficits presupuestarios propiciando un incremento de los tipos de interés a fin de conseguir atraer nuevos flujos de capital. En una situación de ese tipo, la política razonable habría consistido en subir los impuestos (punto que es justamente aquel en el que la democracia y la tributación fiscal vienen a confluir, aliándose para generar una inflación).[527]
Francia era por entonces una sociedad profundamente dividida en la que la derecha política se afanaba en incrementar los impuestos especiales y cualquier otro gravamen sobre el consumo a todo el mundo, mientras la izquierda, por su parte, se proponía gravar únicamente las rentas y riquezas de la derecha.[528] Cada vez que se tenía la impresión de que la izquierda podía llegar a ganar las siguientes elecciones, y con el fin de proteger a la derecha, el Banco de Francia se negaba a reinvertir en los bonos del Tesoro, esto es, en los instrumentos de endeudamiento a corto plazo con los que se financiaba el gobierno, «obligando de ese modo a las autoridades a poner en marcha las imprentas de la fábrica de moneda y timbre».[529] En 1924, tras haber vivido de esta forma varias tandas de acumulación de la inflación, la derecha accedió al poder y, como se esperaba, aumentó los impuestos a los contribuyentes de izquierdas. La izquierda fue quien ganó los siguientes comicios, celebrados ese mismo año, pero se reveló incapaz de quitarse de encima la carga económica que pesaba sobre el país. En consecuencia, los déficits se elevaron por las nubes. Al final, el gobierno izquierdista tuvo que dimitir, permitiendo, en 1926, que un nuevo ejecutivo, esta vez de derechas y presidido por Raymond Poincaré, lograra reunir el suficiente volumen de impuestos —mediante una nueva subida de los gravámenes— como para atajar el déficit. Los inversores respondieron comprando francos a este reequilibrio del presupuesto y a esta reducción de la inflación. Esto permitiría a Francia regresar al sistema del patrón oro en 1926, dado que había podido reconstituir al fin sus reservas financieras. Entre 1926 y 1930, la economía gala se estabilizaría, consiguiendo que la afluencia de oro se incrementara —recrecida además por los ingresos derivados de los tipos de interés, que ahora eran más altos—. La situación parecía apuntar en tan buena dirección que el periódico Le Figaro no tuvo inconveniente en proclamar que Francia debería «regocijarse de que la economía estuviera prosperando, siquiera tímidamente, a diferencia de lo que sucede —decía el rotativo— con el presuntuoso y decadente desarrollo de las razas anglosajonas».
Como es obvio, esta disparatada desmesura chovinista era justamente lo que se necesitaba para un momento como aquel, en el que el efecto conjunto de la fuga de capitales a Estados Unidos, el brutal desplome de Wall Street y la terrible contracción de la liquidez de los países centroeuropeos estaba a punto de impactar con toda violencia en la economía francesa. La consecuencia de dicha situación se concretaría en 1932, con un descenso del producto nacional bruto del 7 por 100 y con un declive paralelo de la producción industrial cifrado en un 13 por 100.[530] El deseo de permanecer en el sistema del patrón oro en un momento en el que todos los demás países lo estaban abandonado dejaría a Francia sin más recursos que el de la deflación, una deflación puesta en marcha, además, en el preciso instante en el que el resto del mundo se dedicaba a adoptar medidas de reactivación.
Lo que en cierta medida vino a salvar a Francia fue el hecho de que la depresión económica acabara recayendo fundamentalmente en los gastos y las inversiones de capital, incidiendo en una medida muy inferior en el consumo.[531] No obstante, ni siquiera en un país como Francia podía aumentarse el grado de deflación por encima de los niveles que es capaz de soportar una democracia. Se necesitaba poner en marcha un proceso de reactivación, pero si la nación introducía medidas reactivadoras perteneciendo al club del patrón oro todo cuanto iba a conseguir era provocar simplemente una fuga de capitales, especialmente en caso de que las autoridades monetarias decidieran no mover ficha. Para que la reactivación funcionara, era preciso que el Banco de Francia siguiera políticas de protección, y eso era justamente lo que dicha entidad financiera no estaba dispuesta a hacer.
Como ya ha tenido ocasión de detallar Jonathan Kirshner, el Banco de Francia era una poderosa y nada democrática institución que acostumbraba a confundir sus propios intereses con los intereses de la nación. Pese a ser el agente fiscal de la Hacienda francesa, la entidad operaba también como una institución privada y contaba con cuarenta mil accionistas, de entre los cuales había doscientos que descollaban por el enorme volumen de participaciones que poseían —y a los cuales se solía dar el nombre de «las doscientas familias»—. La cuestión es que eran esas doscientas familias las que determinaban tanto las características del personal que gestionaba el banco como las políticas del mismo.[532] Eran esos accionistas de gran peso los que pagaban el (generoso) salario del gobernador del banco, consiguiendo a cambio que la entidad impusiera al país la habitual dieta de oro, recortes y equilibrios presupuestarios —condiciones que enriquecían a la clase rentista a costa del resto de la sociedad—.[533] Habiendo embarcado ya en su nave a la derecha política, las medidas que el Banco de Francia estaba llamado a adoptar de facto irían directamente encaminadas a paralizar a la izquierda. Y la consecuencia de ese estado de cosas habría de ser una austeridad de carácter permanente.
Entre 1932 y 1936, el gasto del gobierno descendió en un 20 por 100, la producción industrial cayó prácticamente un 25 por 100, el tipo de cambio real creció, y la oferta de liquidez se vino abajo.[534] Todos los intentos que se realizaron para tratar de compensar la situación provocaron una fuga de capitales —fuga que el Banco de Francia habría de respaldar activamente como fórmula con la que disciplinar al gobierno—. Esa misma entidad bancaria comenzó a insertar artículos en la prensa en los que se desacreditaban los experimentos fiscales que se estaban llevando a cabo en otros países, y en los que se insistía asimismo en que la introducción de recortes presupuestarios era la única forma de salir adelante (por no mencionar el hecho de que también se vetaban de manera general todas y cada una de las políticas que el gobierno democráticamente elegido diera en promover sin contar con la aprobación del Banco de Francia).[535]
Un decisivo ejemplo de este estado de cosas sería el del experimento de reactivación puesto en marcha por el gobierno del primer ministro galo Pierre-Étienne Flandin entre 1934 y 1935, es decir, en una época en la que Francia todavía continuaba adherida al sistema del patrón oro. El Banco de Francia vetaría esas políticas, pese a que Flandin fuera un conservador. La entidad bancaria no movería ni un dedo para detener la salida de oro que su reducida política de gasto vino a generar, circunstancia que terminaría provocando la dimisión de Flandin.[536] Pierre Laval, cuya política de «superdeflación» vendría a sustituir al anterior intento de Flandin, habría de promulgar nada menos que quinientos cuarenta y nueve decretos —cuyo sentido habría de tender a introducir, en la mayoría de los casos, recortes presupuestarios—. La economía se desplomó, a pesar de que el Banco de Francia emitiera una cantidad creciente de instrumentos de deuda a corto plazo al objeto de dar algo de oxígeno a Laval, cosa que jamás había estado dispuesta a hacer esa entidad en el caso de los políticos de izquierdas.[537]
La situación no llegaría a su punto álgido sino en el momento en el que los ciudadanos comenzaron a amotinarse en las calles. En 1936, Laval se vería obligado a abandonar el gobierno, tomando el relevo una alianza entre distintos partidos de izquierdas a la que se dio el nombre de Frente Popular. En resumen: se había intentado salir del apuro mediante la instauración de medidas de austeridad, pero se cosechó un fracaso; a continuación se volvió a tratar de insistir en la austeridad al abrir el presidente Laval un proceso de «superdeflación», pero la operación volvió a resultar fallida. El Frente Popular quería seguir el ejemplo de aquellos países que estaban apartándose de la ortodoxia económica. El problema, obviamente, era el Banco de Francia. El Frente Popular incrementó los salarios, redujo la jornada laboral y reformó las estructuras del Banco de Francia con el objetivo de evitar que los doscientos regentes que lo gestionaban dejaran de controlar el consejo directivo de la entidad.[538] Todas esa medidas eran muy encomiables, pero todo lo que se consiguió con ellas fue un nuevo episodio de fuga de capitales, más incrementos de los tipos de interés y un agravamiento de la deflación. En ausencia de un sistema efectivo para el control de capitales, la puesta en marcha de una política de reactivación termina quedando en manos de la fuga de capitales, máxime cuando cuenta con la ayuda y la complicidad del banco central. Cuando Léon Blum, el principal dirigente del Frente Popular, sugirió la necesidad de poner en marcha un sistema de control de capitales, a fin de posibilitar tanto la reactivación como el aumento del gasto, el imparable proceso de fuga de dinero le obligó a abandonar su cargo, una huida de efectivo que el Banco de Francia, una vez más, no contribuiría en nada a detener.
Pese a que en el mes de septiembre de 1936 Francia abandonara finalmente el sistema del patrón oro, las cosas apenas mejoraron. Por jugar un poco con las metáforas, podríamos decir que si la devaluación puede abrir huecos en los que poder maniobrar, quien debe cargar con el muerto y apechugar con el difícil problema de mejorar las cosas es, sin embargo, el gasto. Por consiguiente, cuando la autoridad monetaria actúa como una entidad dedicada a vetar de facto toda medida política que no sea la de la austeridad, lo único que se consigue con la devaluación es sencillamente incrementar el importe de la factura y ahondar el cráter de la depresión. En esta época, la mayoría de los estados que optaron por dejar atrás el sistema del patrón oro consiguieron propiciar el repunte económico por medio de una devaluación, pero eso sí, añadiéndole gasto —aunque hay que admitir que se trató de un gasto destinado a un rearme prebélico—. Sin embargo, el Banco de Francia se dedicaría a vetar constantemente cualquier incremento de los presupuestos, pese a que eso habría sido justamente lo que habría permitido que el ejército francés se modernizara —movilizándose incluso, a fin de hacer frente a la amenaza alemana—.[539] En consecuencia, el gasto que Francia decidió realizar en defensa entre 1934 y 1938 fue sólo una décima parte del efectuado por Alemania.[540] Los gestores del banco central de Francia se irritaron por el «ya ruinoso nivel alcanzado por los gastos militares», abogando en favor de la introducción de recortes en defensa, incluso en una fecha tan próxima a la guerra como la de 1940.[541] Hasta la simple sugerencia de una movilización de carácter preventivo acabaría promoviendo nuevas fugas de capitales, mientras el Banco de Francia, fiel a su costumbre, no hacía nada por impedirlo.[542] Así habría de expresarlo un académico con elocuente contundencia: en 1936, Hitler estaba seguro de una cosa: el franco se defendería a toda costa. En cuanto a la defensa de Francia… bueno eso era un asunto totalmente diferente.[543]