Dos lecciones del patrón oro que pueden resultar útiles para la zona euro
Dos lecciones del patrón oro que pueden resultar útiles para la zona euro
Si le está dando la impresión de que todo esto despierta ecos muy parecidos a lo que actualmente sucede en la eurozona no se preocupe porque no anda usted desencaminado. Si se cambia la expresión de la «convertibilidad en oro» por el término de «la integridad del euro» descubriremos que el sistema es el mismo. El problema básico que se deriva del hecho de operar con un patrón oro y las dificultades por las que atraviesa la zona euro son una sola y misma cosa. Como ya hemos tenido ocasión de señalar en el capítulo cinco, existen (fundamentalmente) cuatro formas de salir de una crisis financiera —la vía de la inflación, la de la deflación, la de la devaluación y la del impago—.[457] Tanto en el caso del patrón oro como en el de la zona euro, los estados no pueden proceder ni a la inflación ni a la devaluación, porque lo que pretende, en ambos casos, el diseño del sistema es justamente la eliminación de esas dos opciones —apoyándose para ello en la idea de que no se puede confiar a los políticos el control de la fábrica de moneda y timbre—. Esto determina que las únicas opciones disponibles para llevar a cabo el ajuste sean, en uno y otro caso, como antes, las de la morosidad —que es precisamente lo que se quiere evitar— y la deflación (o lo que es lo mismo: la austeridad).[458]
La pertenencia al patrón oro prometía a los acreedores que la convertibilidad de la moneda habría de mantenerse gracias a la aplicación de medidas de austeridad: de este modo, los salarios se ajustarían a la baja, adecuándose a los precios fijados por la economía internacional. Por desgracia, tan pronto como los políticos se vieron en la obligación de responder en las urnas ante el gran público sobre cuyas espaldas recaían los costes de ese ajuste, la credibilidad de la afirmación por la que se venía sosteniendo que «toda austeridad es poca» cayó notablemente, resultando además cada vez más difícil de soportar. Como diría en una ocasión Barry Eichengreen, en cuanto la democracia pasó a convertirse en el régimen político más común, como sucedió a partir de la década de 1920, «dejó de quedar claro qué fuerza habría de ser la dominante en caso de que los objetivos del empleo y de la balanza de pagos llegaran a colisionar».[459]
En la época en la que apareció el euro, la democracia —sumada a los cincuenta años que ya llevaba por entonces el estado de bienestar actuando como amortiguador de las conmociones económicas— había pasado a convertirse en una restricción todavía más severa para la adopción de esas políticas. Sin embargo, el euro exige hoy la asunción de medidas de deflación y de austeridad, ya que ambas políticas siguen siendo los principales mecanismos de ajuste de que dispone la eurozona. Puede que en el entorno del euro no exista nada similar a la convertibilidad del oro, pero lo cierto es que la credibilidad de la afirmación de que el sistema de la moneda única es capaz de atender al pago de la deuda pública desempeña la misma función, al constituirse en una especie de limitación externa a la adopción de medidas políticas de signo opuesto —como ya sucediera con el patrón oro hace ochenta años—. De hecho, hay un aspecto que permitiría argumentar que el euro viene a suponer una limitación incluso más rigurosa que la del patrón oro. Los estados que se habían adherido al patrón oro siempre contaban con la posibilidad de «salirse del sistema» —dado que no era preciso proceder a la impresión de una nueva moneda para abandonar dicho club—. Sin embargo, la «negociación absoluta y final» que supuso el acuerdo de adopción del euro determinó que los estados se despojaran de una vez por todas de la capacidad de emitir la divisa que un día poseyeran. No hay ya ninguna moneda a la que poder regresar, circunstancia que viene a añadir un estrato restrictivo adicional a un sistema que en realidad es como un patrón oro, pero sin oro.
La zona euro puede extraer, por tanto, dos lecciones clave de la era del patrón oro. En la década de 1920, los repetidos intentos de los políticos por recuperar el patrón oro y lograr que sus países permanecieran firmemente anclados en él —intentos que se producían invariablemente tras cada nueva ronda de austeridad económica— acabaron determinando que lo que ya venía siendo insufrible se revelara simplemente imposible, con lo que el sistema terminó estallando en pedazos a principios de los años treinta. Después de esa fecha, aquellos estados que permanecieron adscritos al patrón oro y que siguieron tratando de introducir recortes para propiciar el crecimiento se vieron obligados a vivir unas estrecheces mucho peores que las de los países que prefirieron abandonarlo y decidieron reactivar sus economías con sus propios recursos internos.[460] La primera lección que nos proporciona por tanto la austeridad tras el análisis de la experiencia vivida a lo largo de las décadas de 1920 y 1930 reza como sigue: ocurre, sencillamente, que la austeridad no funciona, por más veces que pueda llevarse a la práctica. El solo hecho de reconocerlo así nos lleva a la segunda lección que el patrón oro brinda a la eurozona: no es posible gestionar un patrón oro en un sistema democrático. ¿Y por qué no? Porque estará finalmente llamado a desmoronarse, dado que no son demasiadas las rondas de austeridad que la gente estará dispuesta a respaldar con su voto, dándose la circunstancia de que en el momento en que los electores decidan dejar de apoyar esas medidas el sistema se desplomará sin remedio.
Estas son las dos lecciones clave que la zona euro ha olvidado tener en cuenta en esta crisis. Y estas son también las lecciones que deberá reaprender si aspira a sobrevivir. Para comprender las razones que nos llevan a sostener que esto es lo que ocurre, hemos de analizar las disfunciones que sufrió el sistema del patrón oro en las décadas de 1920 y 1930, para después descender al nivel de los distintos estados concretos y estudiar cómo lograron adaptarse a la situación seis países concretos, o mejor dicho: cómo alcanzaron a liberarse de sus ataduras y limitaciones.