La «perspectiva de Hacienda» que guía ocultamente al Fondo Monetario Internacional

La «perspectiva de Hacienda» que guía ocultamente al Fondo Monetario Internacional

Curiosamente, el factor que iba a determinar que el FMI se mostrara tan receptivo a todas estas ideas —dejando a un lado tanto el tornadizo clima intelectual en que se han venido desenvolviendo los conceptos económicos como la tónica de la formación académica que se impartía en las facultades de economía durante la década de 1990— fue la influencia del modelo monetario —que ya por entonces llevaba cuarenta años en activo— utilizado por el FMI para evaluar los efectos de las políticas que él mismo recomendaba: el denominado modelo Polak.[382] Al crearse el FMI a finales de la década de 1940 con el objetivo de acudir en ayuda de aquellos países que tuvieran problemas en la balanza de pagos —ofreciéndoles financiar a corto plazo sus respectivos déficits—, lo que ese organismo económico necesitaba saber eran las características de la interacción que se producía a largo plazo entre las exportaciones de un país, sus importaciones, su sistema de crédito bancario y sus reservas de divisas, dado que debía cerciorarse de que la financiación compensatoria que se proporcionaba a esos estados en apuros (a través de los préstamos concedidos por ese mismo organismo monetario) proporcionaran el consabido máximo rendimiento por cada dólar invertido. El resultado de esa ecuación de necesidades sería el modelo Polak, cuyos supuestos fundamentales tendían más hacia la austeridad que hacia la instauración de procesos de reactivación.

Como diría en su momento el economista holandés Jacques J. Polak, es decir, el encargado de concebir dicho modelo, lo que el Fondo Monetario Internacional quería hacer era distinguir entre «la concesión de créditos al sector privado (que por regla general se proponía estimular) y el otorgamiento de préstamos al sector público (que habitualmente prefería desincentivar)». El motivo de ese planteamiento se debía al hecho de que los «problemas de la balanza de pagos que empujaban a los países a solicitar la ayuda del FMI se debían en la mayoría de los casos al estallido de burbujas provocadas por una excesiva expansión nacional, [estallido] que por lo común podía solucionarse mediante la introducción de toda una serie de restricciones financieras».[383] Por su parte, la razón de que se propugnara la aplicación de unas medidas tan austeras radicaba en la circunstancia de que esa «excesiva expansión» viniera a generar tanto el incremento del déficit fiscal como el aumento del déficit por cuenta corriente, lo cual tenía que «desplazar necesariamente la inversión, apartándola del sector privado».[384]

En resumen, lo que se instituyó con forma de modelo —si bien profundamente oculto bajo la keynesiana superficie que presentaba el Fondo Monetario Internacional en la década de 1940— fue un conjunto de presupuestos liberales clásicos concebidos para diseñar la conducta que debían observar los estados —un modelo, por cierto, que no habría desentonado entre las premisas de la llamada «perspectiva de Hacienda» defendida por el fisco británico en la década de 1920—.[385] El modelo Polak, que en la práctica estaría llamado a convertirse en uno de los puntales del FMI, instaba a dicha institución a aceptar las conclusiones del consenso de Washington, haciéndolo además mucho antes de que las ideas de dicho consenso acabaran convirtiéndose en la hoja de instrucciones para la promoción de la austeridad en que habrían de quedar transformadas en la década de 1990. No es de extrañar, por tanto, que las contradicciones liberales que habían anidado en el corazón del keynesianismo después de la segunda guerra mundial vinieran a aflorar por primera vez en el seno del Fondo Monetario Internacional. A fin de cuentas, la cúpula directiva de este organismo estuvo dominada, desde su misma creación, por un conjunto de profesionales procedentes de distintos bancos centrales, haciendas públicas y ministerios de Economía (esto es, venidos justamente de aquellas instituciones en las que existían más probabilidades de que hubieran alcanzado a sobrevivir las formas de liberalismo más directamente relacionadas con el planteamiento del «no podemos vivir con él y no queremos subvenir a sus gastos»).[386]

Dadas todas estas circunstancias, quizá alguien piense que el reducido éxito de «las medidas de austeridad implantadas en el hemisferio sur» acabó por impulsar una reconsideración de todas estas medidas. Y en cierto modo así fue, al menos parcialmente. La institución del Banco Mundial, estrechamente emparentada con el Fondo Monetario Internacional, publicaría un informe en 2005 por el que venía a reconocer en muy notable medida que la lista de reformas propuestas por el consenso de Washington habían terminado saldándose con un fracaso prácticamente total.[387] Sin embargo, el FMI, haciéndose eco de la tradición liberal clásica, optó por sacar a la luz, ese mismo año, una estimación documental en la que se ofrecían unos argumentos diametralmente opuestos. De hecho, y según lo consignado en el memorando del FMI, lo único que falló fue, como siempre, la manera en que los países afectados pusieron en práctica la política de reformas recomendada, planteamiento que no sólo soslayaría el cuestionamiento del contenido de dichas reformas, sino que lograría dejarlo intacto.

Lo que dijera en su día el economista Karl Polanyi acerca de las ideas fallidas de épocas anteriores también parece contener un grano de verdad en este caso: si nos atenemos a los criterios que maneja el FMI, «el espectacular fiasco del consenso de Washington […] no habría contribuido a minar en nada su autoridad. De hecho, es posible que su parcial eclipse redundara en un fortalecimiento de su posición, dado que permitió que sus defensores argumentaran que la razón subyacente a todas y cada una de las dificultades que se imputaron a la deficiencia de sus planteamientos residía única y exclusivamente en la incompleta aplicación de sus principios».[388] Lo que constatamos, una vez más —en lo tocante a la austeridad— es que la sola invocación de los hechos rara vez supone un obstáculo para una ideología segura de sí misma. Y en ausencia de datos que la avalen, toda buena ideología dispone siempre del recurso de ofrecer un puñado de estupendos modelos destinados a generar esos hechos en cuanto sea necesario. En último término, todo esto nos coloca frente a ese tipo de personas a las que Paul Krugman ha dado en llamar modernos «austerianos»,[*] es decir, ante los mismos individuos que han ideado la teoría de la contracción fiscal expansiva —considerada como el súmmum del actual pensamiento económico sobre la austeridad—. El hecho de conseguir que tanto África como Latinoamérica se rezagaran una década en su búsqueda de la prosperidad por el intento de aplicar recortes en la senda desarrollista emprendida en esas regiones no habría de representar sino los compases de apertura de una sinfonía mucho más larga. Y ahora estamos en pleno allegro molto.

Austeridad
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