LA MAYOR TÁCTICA ENGAÑOSA DE LA HISTORIA DE LA ECONOMÍA MODERNA
LA MAYOR TÁCTICA ENGAÑOSA DE LA HISTORIA DE LA ECONOMÍA MODERNA
Como consecuencia de todo este oportunismo destinado a rebautizar lo sucedido se acabaría dando carta de naturaleza a la mayor operación de engaño con señuelo de toda la historia moderna. Unos problemas que se debían en esencia al endeudamiento del sector privado terminaron viéndose colocados bajo un rótulo distinto, catalogados ahora en el epígrafe de «la Deuda» generada por un gasto público totalmente «fuera de control». Lo cierto, sin embargo, es que, de todos los PIIGS, únicamente Grecia podría haber sido considerada una nación significativamente proclive al despilfarro. Puede incluso que Italia siguiera unas políticas de gasto un tanto laxas, pero hay que recordar que nadie se inquietó lo más mínimo por el hecho de que los italianos tuvieran el tercer mercado de bonos más grande del mundo —o al menos a nadie pareció importarle una higa hasta el 2010, fecha en la que el miedo al contagio, unido a la cuestión demográfica, comenzó a sembrar la duda entre los tenedores de deuda italiana—. También es posible que Portugal decidiera en su momento consagrar una buena cantidad de efectivo a la modernización de sus infraestructuras, encargando además la construcción de unas cuantas líneas ferroviarias de alta velocidad de dudosa necesidad, pero resultaría muy difícil sostener que se hubiera dedicado a despilfarrar hasta caer por el abismo. Las crisis vividas en Irlanda y España fueron en esencia unas crisis generadas por los excesos del sector inmobiliario y las irregularidades de la banca privada, siendo además dos estados gobernados por unas administraciones más inclinadas a la prudencia fiscal que la propia Alemania, generándose así una socialización de los riesgos unida a una privatización de las ganancias. En todos los casos, lo que ha sucedido ha sido que las flaquezas del sector privado han terminado creando un pasivo en el sector público que los ciudadanos europeos se ven ahora obligados a enjugar, soportando unos programas de austeridad que no contribuyen a mejorar la situación sino a empeorarla. En todos estos países, la crisis fiscal ha sido una consecuencia de la crisis financiera que ha acabado por recalar en sus costas, no su causa. Decir que se trata de su raíz causal es confundir deliberadamente, y por motivos políticos, la causa y el efecto.
Realmente deberíamos ser más sensatos e informarnos mejor. Los economistas estadounidenses Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, que no son nada sospechosos de mostrar simpatía por la política keynesiana, han señalado que, en el 80 por 100 de las ocasiones, las crisis bancarias se ven seguidas de una crisis de la deuda soberana.[126] Y ni siquiera con una correlación de esta magnitud se permiten Reinhardt y Rogoff emplear la palabra «causa». Sin embargo, como han conseguido mostrar sus colegas Moritz Schularick y Alan Taylor, las crisis de deuda soberana son casi siempre consecuencia del «desplome de una desaforada expansión de la actividad crediticia».[127] Se trata de situaciones que se desarrollan en el sector privado y que no obstante terminan recayendo sobre el sector público. La causalidad es clara. Las burbujas bancarias y su posterior estallido son el elemento causante de las crisis de deuda soberana. Punto final. Invertir el sentido de la causalidad y culpar a los estados soberanos de la crisis sufrida por el mercado de las obligaciones de deuda, como han venido haciendo con pasmosa insistencia la inmensa mayoría de los responsables políticos europeos a fin de poder poner en obra unas medidas de austeridad que no están sirviendo para nada, suscita obviamente una pregunta: ¿por qué habríamos de seguir remachando el clavo equivocado?
Pese a que resulte muy tentador decir que ni los políticos alemanes ni las autoridades del Banco Central Europeo tienen verdadera idea de lo que son las falacias de la composición, y que tanto unos como otros padecen una marcada alergia a la inflación, contentándonos con explicar las cosas de ese modo, lo cierto es que existe una respuesta más satisfactoria y que esta es la misma que ya tuvimos ocasión de ver en el caso de Estados Unidos: lo que empieza con los bancos termina en los bancos. Para entender realmente cuál es la razón de que Europa se haya empeñado en recortar sus propios gastos hasta el punto de abocarse ella misma a la insolvencia tendremos que incorporar todos estos factores, de carácter claramente ideológico y político, en el cuerpo de un relato económico específico: el que nos dice cómo se ha llegado a desarrollar, gracias a la implantación del euro como moneda única, un sistema bancario cuyas dimensiones son superiores a todo cuanto uno o más estados pueden alcanzar a rescatar. Si Estados Unidos ya contaba con unos bancos de tan elevado volumen de activos que se hacía imposible permitir su quiebra, Europa ha acabado dotándose de un sistema bancario integrado por cierto número de entidades que, tomadas colectivamente, superan las posibilidades de toda fuerza que pretenda acudir en su rescate. Esto significa que ningún estado soberano puede cubrir los riesgos que generan sus propios bancos, por la doble razón de que esos bancos son demasiado grandes y de que el estado soberano no cuenta con una máquina de imprimir papel moneda. No hay en todo el mundo una cantidad de efectivo que pueda dedicarse al auxilio financiero y que sea lo suficientemente grande como para alcanzar a salvar el sistema si este comienza a dar muestras de insolvencia. En consecuencia, el sistema no puede permitirse que los bancos fracasen, y esa es la verdadera razón de que todos tengamos que apretarnos el cinturón, abonándonos a la austeridad. En Estados Unidos toda la población tenía miedo de las consecuencias de una quiebra bancaria. En Europa se siente pavor ante esa misma eventualidad y, como veremos más adelante, tienen buenas razones para estar aterrorizados.
Para explicar cómo hemos podido llegar a este punto deberemos abordar con mayor detalle algunos temas que a estas alturas han de resultarnos ya muy familiares: el de los vehículos de propósito especial (o SPV, según sus siglas inglesas: «special purpose vehicles») creados específicamente para las hipotecas basura —o de alto riesgo—, el de los problemas colaterales generados por los mercados de títulos con pacto de recompra y el de los bancos dedicados a la caza y captura de la máxima rentabilidad en un entorno dominado por los bajos tipos de interés. No obstante, a todas estas cuestiones tendremos que añadirles otras no tan conocidas, como los regímenes de resolución bancaria (mediante los cuales se determina de quién es la responsabilidad de decidir el rescate de un banco o permitir su quiebra), las componendas relacionadas con el riesgo moral (que acaban por producir un modelo de negocio basado en la idea de que una entidad es segura por ser demasiado grande para que nadie pueda permitirse su fracaso) y los motivos que explican por qué la ocurrencia de emitir la deuda nacional en una moneda única es francamente una idea pésima. Considerados en conjunto, estos son los elementos que alcanzan a dar cuenta de la verdadera razón de que todos nos veamos ahora obligados a vivir en la austeridad, una razón que se resume en que, una vez más, hemos de salvar a los bancos de sí mismos. No obstante, esta vez ningún político va a mostrarse dispuesto a admitir, y menos en Europa, que eso es exactamente lo que se está haciendo, dado que ese es también el motivo de que el engaño necesite de un señuelo.