La reinvención de las instituciones de Bretton Woods
La reinvención de las instituciones de Bretton Woods
A principios de la década de 1980, las instituciones de Bretton Woods se hallaban en serias dificultades (unas instituciones, por cierto, que reciben ese nombre debido a que se establecieron poco después de celebrarse en 1944, en el complejo hotelero de Bretton Woods, en Nuevo Hampshire, Estados Unidos, la conferencia monetaria y financiera que, organizada por las Naciones Unidas tras la segunda guerra mundial, habría de transformar la economía mundial).[373] En particular, una de las que peor lo estaba pasando era precisamente el Fondo Monetario Internacional, dado que había acabado perdiendo el papel que se le había asignado en sus inicios y todo su empeño se centraba ahora en encontrar alguna nueva misión que poder desempeñar. En el momento de su creación, el mandato original del Fondo Monetario Internacional consistía en ofrecer un sistema de financiación compensatorio a todos aquellos estados que tuvieran que hacer frente al surgimiento de serias perturbaciones en los tipos de cambio sujetos al sistema de paridad fija por el que se habían venido rigiendo las divisas mundiales entre la década de 1940 y la de 1970 —esto es, por el sistema instituido en Bretton Woods, que determinaba que el valor del dólar quedaba vinculado al del oro y que fijaba la paridad de las monedas de todos los demás países en función del precio del dólar—. En 1971, cuando Estados Unidos puso fin unilateralmente a la convertibilidad del oro, el sistema surgido en Bretton Woods se vino abajo, de modo que el valor de las principales divisas del planeta quedó en una situación de flotación recíproca. A partir de ese momento, el Fondo Monetario Internacional quedó literalmente desprovisto de todo cometido.
Sin embargo, las grandes entidades burocráticas no dejan de existir sin más en el momento en el que culminan su misión o desaparece la función para la que fueron concebidas. Como ejemplifica a la perfección el caso de la Fundación March of Dimes,[*] lo que acostumbran a hacer es imaginar y asumir una nueva tarea.[374] En el caso del Fondo Monetario Internacional, sus miembros se convirtieron en el «órgano de vigilancia» de las políticas que los estados asociados pudieran poner en práctica para incrementar la transparencia financiera global, al menos en el mundo en desarrollo. Sin embargo, en los países pertenecientes a este último ámbito, el FMI terminaría convirtiéndose en una especie de fuerza policial de carácter financiero y dedicada a garantizar la efectiva concreción de un conjunto de medidas a las que se acabaría conociendo con el nombre de «programas de ajuste estructural», un paquete de disposiciones político-económicas al que también podría haberse dado la denominación de «aplicación práctica de la lista del consenso de Washington».[375]
Como ha señalado el economista turco Dani Rodrik, las políticas que promovía el Fondo Monetario Internacional, con el apoyo y la cooperación del Banco Mundial, volverían a envolver al mundo en el mantra de «estabilización, privatización y liberalización» que ya «quedara consignado en su día en la célebre lista de John Williamson a la que suele darse el nombre de consenso de Washington».[376] La consecuencia de este estado de cosas terminaría plasmándose en una serie de políticas multiuso, aplicadas a un espectro de países tan diverso como el que va de Azerbaiyán a Zambia, y destinadas a conseguir el objetivo de «minimizar los déficits fiscales, minimizar la inflación, minimizar los aranceles, maximizar la privatización y maximizar la liberalización de las finanzas».[377] O dicho en otras palabras: se trataba de la puesta en práctica de una «austeridad fiscal expansiva» aplicada al desarrollismo, y hemos de decir que los resultados acabarían revelándose verdaderamente desastrosos, al menos en términos generales.
Como demuestra Rodrik, el descenso del producto interior bruto experimentado en la mayoría de los países víctimas del «ajuste» fue de tal categoría que ninguno de ellos había logrado recuperar todavía los niveles de PIB anteriores a la aplicación del plan después de transcurrida una década desde la efectiva introducción de esas adaptaciones —y el punto clave es que esa disminución de la riqueza nacional se debió justamente a la implantación de las medidas sugeridas por el FMI—. No sólo hubo muy pocos éxitos sino que la ocurrencia de los mismos se produjo de forma muy espaciada en el tiempo y en muchos casos el repunte se vio seguido de una recaída en el marasmo. Las cifras de la economía latinoamericana revelarían ser de hecho mucho mejores a lo largo de la década de 2000, un período de tiempo presidido por una considerable ralentización del ritmo de aplicación de las reformas —tan considerable que en algunos países su puesta en práctica llegaría a detenerse o incluso a revertirse—. Como muestra un reciente estudio de los resultados obtenidos en Latinoamérica mediante las reformas impulsadas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, lo que se observa es que, tras las crisis vividas a lo largo de la década de 1990, el índice de aplicación de reformas de la región se mantendría prácticamente plano en la década de 2000.[378] Da la impresión de que, en vez de un crecimiento, lo que se consiguió generar fue un conjunto de vastas crisis financieras —y todo ello como consecuencia de haber dado vía libre a las cuentas de capital, de haberse procedido a la abolición de las medidas de control impuestas a las entradas de liquidez (añadiéndose así una más que singular medida al consenso de Washington) y de haber liberalizado los sistemas bancarios—.[379] En el caso de Latinoamérica en particular, la década de 1990 habría de venir a agravar las pérdidas causadas por la crisis de la deuda vivida a lo largo de la década de 1980.[380] Lejos de fomentar el crecimiento, lo único que lograron estas políticas fue contraer las economías que optaron por llevarlas a la práctica —y eso es exactamente lo mismo que estamos pudiendo comprobar que se está produciendo en la Europa de nuestros días—.[381] De hecho, sería difícil juzgar exagerado pensar que las medidas que la Unión Europea está pidiendo que apliquen los países de la periferia europea apenas son otra cosa que un conjunto de políticas de ajuste estructural muy localizado, cuya puesta en marcha está cosechando además el éxito que cabría haber esperado, habida cuenta de los resultados obtenidos en épocas pasadas.