David Hume: «El crédito público destruirá a la Nación»
David Hume: «El crédito público destruirá a la Nación»[*]
Sobre la reducida base de cimentación que había dejado Locke a la posteridad vendrán a colocar sus respectivas estructuras intelectuales los dos gigantes de la Ilustración escocesa: Adam Smith y David Hume. Empezaremos fijándonos en Hume, cuyas contribuciones a la economía política son incontables.[182] La clave de bóveda del ensayo que Hume habrá de dedicar Al dinero se sustenta en la idea de que un estímulo monetario pueda venir a suponer, a corto plazo, un acicate capaz de impulsar la actividad económica, mientras que, a largo plazo, está condenado a uno de estos dos desenlaces: o bien queda en último término desvelada su verdadera naturaleza inflacionaria, o bien sus efectos acaban disipándose sin llegar a influir en las variables que realmente resultan operativas. Este es también el mensaje que acostumbra a lanzarse desde la teoría macroeconómica contemporánea, en la que se conoce a esta forma de ver las cosas con el nombre de «tesis de la neutralidad del dinero». También se atribuye a David Hume el mérito de haber elaborado los detalles de las ideas que Richard Cantillon habría de desarrollar acerca de la balanza comercial al proponer Hume el llamado «mecanismo de precios y flujos de metales preciosos», es decir, el mecanismo en que se asentaba el patrón oro en el siglo XIX.[183] A nosotros, sin embargo, lo que verdaderamente nos interesa son los escritos que Hume dedicó al «crédito público», una noción a la que hoy en día damos el nombre de «deuda pública».
Al igual que Locke, también Hume juzga que el dinero es una especie de instrumento, «pues no es más que la representación del trabajo y de las mercancías […], un método para tasarlas o estimar su valor».[184] No obstante, en la versión que Hume ofrece de los acontecimientos, la razón de ser del dinero no radica en superar el problema del deterioro derivado de la falta de previsión de la contabilidad divina. Lo que sí ocurre en cambio, a juicio de Hume, es que el dinero es una consecuencia del comercio, lo cual viene a situar en el epicentro de toda nuestra problemática a las clases mercantiles que defendía Locke, y no al estado. A los ojos de Hume, los comerciantes son el catalizador necesario del comercio, además de individuos creadores de riqueza. De este modo, los comerciantes son, a criterio de nuestro autor, «una de las razas más útiles de hombres, pues actúan como intermediarios entre […] las distintas partes del estado».[185] En consecuencia, «resulta tan necesario como razonable que una parte considerable de las mercancías y del trabajo [generados] pertenezcan al comerciante, ya que a él se deben en gran medida».[186] Dado que «ni los abogados ni los médicos son productores de industria», sólo los comerciantes pueden «incrementarla y acabar dando de ese modo, al aumentar también la frugalidad, un gran ascendiente sobre esa industria a los miembros particulares de la sociedad».[187] Esos «miembros particulares de la sociedad» son, evidentemente, el mismo Hume y otros como él, es decir, las clases comerciantes.
¿Qué podría venir a erigirse en amenaza de tan feliz marcha de las cosas, esto es, de una situación en la que el natural crecimiento del comercio es generado y catalizado a un tiempo por las clases mercantiles? Como es obvio, el peligro no puede provenir sino de las demandas de ingresos del estado, especialmente cuando estas adquieren forma de deuda. Hume no se faja en absoluto con el tema de la deuda pública. Es muy mala cosa. Punto. El hecho de que las razones que Hume aduce para justificar este punto de vista nos resulten familiares en la actualidad se debe a que, como ya advirtiera Albert Hirschman, esos mismos argumentos se han pasado los últimos doscientos años revoloteando por todo el mundo occidental, y sin experimentar además sino muy escasas modificaciones.