Viernes, 16 de junio de 1916
El 31 de mayo tuvo lugar, frente al Skagerrak, la gran batalla naval entre la Hochseeflotte y la Grand Fleet por la que todo el mundo suspiraba desde que sonó el primer cañonazo. Nauen envió a mediodía del 1 de junio las primeras noticias de lo que se describía como una gran victoria de las armas alemanas. El enfrentamiento fue de ciento cincuenta buques británicos contra cien alemanes. De los primeros se hundieron tres battlecruisers y varios cruceros acorazados, así como unos cuantos destructores, con una pérdida de diez mil vidas. La KM perdió un schlachtkreuzer, el Lützow, y un viejo linienschiff, el Pommern, así como algunos cruceros ligeros. En cuanto a tripulantes, menos de tres mil. Una gran victoria, insistía el Alto Mando. Lo fue, comentaba Souchon, pero las pérdidas británicas no eran tan graves como para pensar que algo cambiaba. La Hochseeflotte seguiría embotellada en sus bases, pues la superioridad numérica de los británicos apenas disminuía. Lo que de verdad se apuntaron Scheer y Hipper, los vicealmirantes que mandaban la Hochseeflotte y la Aufklärungsstreitkräfte, fue un descalabro estratégico. De ahí el pesimismo de los oficiales del Sonderkommando Türkey, el de saber que si la batalla se repetía cuatro meses después los ingleses aportarían seis nuevos acorazados para compensar los tres perdidos, mientras ellos solo podrían cubrir la baja del Lützow con el nuevo Hindenburg. El resultado de la tal hipotética batalla no solo no mejoraría el del glorioso día de Skagerrak, sino que probablemente sería peor.
Los informes valorativos llegaron días después. A Wichelhausen le interesaban los firmados por los directores de tiro de la Aufklärungsstreitkräfte, y no solo por el natural regodeo ante la descripción del día más memorable de la KM, sino por ser una fuente de sabiduría.
No los pudo estudiar hasta la mañana de aquel día, pues había estado monopolizado por el recién llegado Kapitänleutnant Maximilian Valentiner, comandante del U-38. Era un oficial de treinta y tres años muy de la vieja escuela, y como a Gansser le costaba entender que quien le guiara por los recovecos de Ístinye y de Istanbul fuera un joven Kapitänleutnant que lucía una Ek1 y una imitación otomana Mamada Harp Madalyasi. Sus obligaciones para con Valentiner terminaron al verle zarpar con la tripulación formada en cubierta, cantando el Muss i Denn mientras resonaba la sirena del Yavuz Sultán Selim, en el deseo de buena caza que las unidades mayores ofrecían a los submarinos cuando marchaban al combate. Más o menos, como si estuvieran en Wilhelmshaven.
Empezó por el informe del Korvettenkapitän Erich Mahrholz, del Von der Tann. Mahrholz era el único de los cinco directores de tiro al que conocía personalmente. A sus treinta y un años era el más antiguo de los oficiales de artillería del Von der Tann el día en que lo abordó por primera vez, de Leutnant-zur-See recién graduado. De aquello habían pasado seis años, aunque a Wichelhausen no se le olvidaba que Mabrholz se ocupó de complementar su formación con abundantes dosis de adiestramiento, teórico y práctico. Fue su primera referencia en el arte de dirigir las baterías de una nave de batalla, y si le había ido tan bien contra franceses, ingleses y rusos era, en buena parte, gracias a lo mucho que Mahrholz se desvivió en desasnarlo. A eso se debía que comenzara por el Von der Tann, y también por haber evocado los días en Spithead, cuando los oficiales de artillería, mientras tomaban una cerveza en su cámara, comentaban que de vérselas con el vecino Indefatigable sería difícil que la gente del inglés lo pudiera contar. Bien, pues así había sido.
Mahrholz explicaba que solo al cabo de unas horas fue consciente de que se las habían visto con el Indefatigable, pues al empezar el combate solo pudo reconocer el tipo —un crucero de batalla del segundo grupo de la primera generación; lo mismo podía ser el New Zealand o el Australia—; solo supo su identidad cuando la explicaron los dos únicos supervivientes, una vez pescados por el S-16. A él, como a los demás directores de tiro, le sorprendió que los ingleses no abrieran fuego a 220 hm, más allá del alcance de las piezas alemanas, que solo empezaban a ser eficaces a 190. El caso fue que, al ser el último de la formación, le correspondía disparar contra su par en la británica, y eso hizo nada más ordenarlo el Kapitän-zur-See Erich Räder, Asto del Vizeadmiral Hipper. Abrió fuego a 185 hm por medias andanadas, con la satisfacción de conseguir un primer impacto en la segunda. «Un logro excepcional a esa distancia», se admiraba Wichelhausen según leía con la voz de Mahrholz. El informe, que no era breve, seguía y seguía, de modo que tardó en llegar a lo interesante: la secuencia de acciones que Llevaron a Mahrholz a centrar el tiro en catorce minutos, contados desde la primera salva. Una obra maestra de medición y puntería, las propias de un artillero de primerísimo nivel. Así, a la salva trece —no debió de ser fácil determinar de cuál se trataba; el informe, sin duda escrito la noche misma de la batalla, era un tanto apasionado, cosa siempre mala para la precisión—, una gran explosión bajo el castillo de popa sacudió al Indefatigable, lanzando fragmentos de obra muerta en todas direcciones. Menos de treinta segundos después la siguiente andanada de cuatro granadas con espoleta de retardo lo alcanzaba de nuevo, con impactos a proa y a media eslora, dando lugar a una colosal explosión en la torre A, la cual pareció transmitirse al resto del buque, ya muy alcanzado por los efectos de la previa, la de veinte segundos antes. Al poco empezó a escorar a babor, ofreciendo al entusiasmado Mahrholz la vista de una cubierta desierta —todo el mundo estaba en el interior—, no muy visible por el humo y las llamaradas, para irse a pique un minuto después, de modo que la última salva, que también hizo blanco, solo alcanzó una quilla desventrada. Tras eso, y sin concederse más de unos segundos para comunicar que Beatty tenía un crucero de batalla menos, orientó su telémetro al buque precedente de la línea británica, el que aún no sabía era el HMNZS New Zealand. Apenas ordenaba la nueva orientación de la batería principal cuando un gran géiser se alzó frente a sus ojos: una granada del 381. No se había dado cuenta de que ya estaban dentro del alcance del primero de los acorazados del V Battle Squadron, cuatro monstruos de 25 000 toneladas y ocho piezas del 381 que seguían a duras penas a los buques del I y del II Battlecruiser Squadron. Ahí terminaba el informe, al menos en la parte que a Wichelhausen le interesaba. Ciñéndose a lo estrictamente profesional, veía que la técnica de Mahrholz, a su vez inspirada en la de Von Hase y en la que se basaba la suya propia, demostraba ser óptima: Gabelgruppe con tres o cuatro piezas, separación descendente de cien o doscientos metros en el alcance de cada una, y corrección del tiro tras cada salva. El que Mahrholz consiguiera su primer impacto a la segunda demostraba que la técnica funcionaba, como le funcionó a él contra el Evstafi, el Tri Sviatitelia y el Imperatriza Jekaterina Velikaja. No había milagros en las doctrinas artilleras de la KM; solo prodigiosos cañones Krupp, magníficos telémetros Zeiss, excelentes panzersprenggranaten HE y trabajo, mucho trabajo. El calvinista espíritu prusiano de toda la vida.
El informe de Mahrholz añadía un post scriptum: contra el Indefatigable se dispararon cincuenta y dos granadas del tipo HE 6,6, de las que no menos de diez alcanzaron al enemigo. Al Indefatigable se le contaron no menos de sesenta disparos de su batería principal. Ninguno hizo blanco. Sus dos supervivientes, ambos serviolas, dijeron al comandante del S-16 que a bordo de su barco servían 960 marineros y 60 oficiales. No se sabía de más supervivientes, al menos rescatados por un buque alemán.
Los otros informes los firmaban el Kapitänleutnant Schirmacher, del Moltke —veinte impactos en el Tiger—, el Korvettenkapitän Paschen, del Lützow —puso fuera de combate al Lion durante varios minutos, pero este se recompuso y volvió a la batalla—, el Korvettenkapitän Forster, del Seydlitz —sumando su fuego al del Derfflinger acabó con el Queen Mary—, y el Korvettenkapitän Von Hase, del Derfflinger, que no solo se anotó medio Queen Mary, sino que horas después, en la fase decisiva de la batalla, en apenas tres salvas partió en dos al Invincible, el buque insignia del vicealmirante Sturdee el triste día de las Falkland.
El más jugoso de los cinco era el de Von Hase, rebosante no solo de datos profesionales, sino de anécdotas del combate. Von Hase se sabía una estrella en el restringido mundo de los directores de tiro, y se le notaba un cierto regusto por el lucimiento. Wichelhausen se lo disculpaba, pues tras una jornada como la del 31 de mayo era comprensible que, a él y a los otros, les asaltaran unas ganas incontenibles de alzar sus alas y cacarear. En el caso de Von Hase quizás un punto exageradas, pues una de sus otras fuentes afirmaba que al Invincible se lo cargaron, a medias, el Derfflinger y el Lützow, aunque a sus efectos todo eso carecía de importancia. Más la tenía el pensar que difícilmente se vería él en situación de usar lo aprendido en aquellas docenas de páginas, y no solo porque la dirección de tiro del Yavuz Sultán Selim estaba copada, sino porque los acorazados rusos no mostraban la menor gana de abandonar Sebastopol. Siempre cabía la posibilidad de pedir el traslado a un linienschiff o a otro schlachtkreuzer, pero nunca darían su dirección de tiro a un Kapitänleutnant de veintiséis años, y eso en el caso de que la Hochseeflotte volviese a vérselas con la Grand Fleet. Definitivamente, la gloria que ganaron los cinco muy condecorados artilleros —a todos menos Schirmacher el káiser les había concedido la Pour le Mérite—, estaba fuera de su alcance. Una pena, pero así era su guerra, y dentro de lo que cabía, como bien opinaba la desapasionada Queralt, no tenía motivos para quejarse.
Pero lo hacía.