Sábado, 15 de agosto de 1914

Souchon había recibido la noche antes un telegrama de Von Pohl. Le ordenaba iniciar operaciones en el mar Negro, tanto si el gobierno del Großwisir estaba de acuerdo como si no lo estaba. No necesitó preguntarse la razón de tantas prisas. Según los partes que llegaban a la embajada, la guerra en el frente del Oeste marchaba bien, hasta el punto de que se hacían apuestas sobre qué día las tropas de Moltke desfilarían por los Campos Elíseos, repitiendo lo que hicieron las del Graf Gneisenau noventa y nueve años antes. El VIII Ejército, en el otro frente y bajo el mando del general Von Beneckendorff und Hindenburg, se batía con un gran ejército ruso en las proximidades de Tannenberg, impidiendo su avance sobre Ostpreußen. Lo que no decían los partes era que Rusia contaba en sus fronteras occidentales con cuatro ejércitos formidables, todos ellos al mando, por fortuna, del gran duque Nikolai Nikolaevich Romanov, al cual se le consideraba, en los círculos militares alemanes, como un idiota total cuya única virtud profesional era ser primo hermano del zar Nikolai II. Souchon sabía de los cuatro ejércitos gracias a Liman von Sanders, y tenía claro que, por inútil que fuera el gran duque, tarde o temprano harían sentir el peso de su número. Este se reduciría bastante si Rusia se viera con un tercer frente más al sur, el que se abriría en el Cáucaso y en las costas del mar Negro si el Yavuz Sultán Selim devolvía Sebastopol a la Edad de Piedra. Si lo hacían sin previo aviso y con total alevosía, y pese a la declarada oposición del gran visir, Rusia, ofendidísima, entraría en guerra con el Imperio otomano, y así se abriría ese tercer frente que Alemania necesitaba. Las consecuencias que tal cosa pudieran tener para los desdichados otomanos a Souchon le daban igual. Él era un soldado alemán, y punto. Ahora, no estaba convencido de que conviniese atacar a Rusia en ese momento, y no por las cautas opiniones del preocupado Wangenheim, sino porque sus barcos no estaban en condiciones. Reparar las calderas del reumático Yavuz Sultán Selim llevaría no menos de dos semanas a partir del día en que llegaran los tubos y los caldereros. Solo a partir de tal momento podrían caer sobre Sebastopol y hacer pedazos los cinco predreadnought que allí permanecían todo el tiempo, así como destrozar en los muelles de armamento a los dreadnought en construcción. Esto no sería para provocar la guerra, sino por lo que sucedería una vez declarada. Por breve que pudiera ser, y en eso era menos optimista que Berlín, debería sostenerla con el Yavuz Sultán Selim, y bien sabía que, si tuviera que vérselas con siete acorazados rusos, todos ellos armados con piezas del 305, solo contaría en favor su mayor velocidad, y para poderla dar necesitaba cambiar los miles de tubos que tanto le amargaban la vida y que tanto incrementaban su natural prudencia. El Yavuz Sultán Selim era el tigre del mar Negro, cierto, pero tenía las patas muy flojas.

El buque del diablo
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