Miércoles 12 de agosto de 1914
La reunión no se acababa nunca, se decían los cuatro tenientes y el alférez de navío que integraban el reducido Estado Mayor de la MD. El hecho de que Souchon y Buße pudieran regresar en cualquier momento impedía que salieran a dar una vuelta, y en el caso del alférez un dejarse caer por la Meçrutiyet Caddesi. La espera concluyó a las seis. Dado que a las siete cenarían con Humann y el embajador, Souchon les puso al día. Lo primero, que ya era el comandante en jefe de la Marina otomana. Sus oficiales serían el Estado Mayor de la tal Marina, por mucho que les asombrase. A fin de limitar incidencias de rango con sus pares otomanos, pues todos tendrían uno, Wichelhausen ascendía con efecto inmediato al empleo de Kapitänleutnant. Así los cinco serían vistos como capitanes de corbeta por sus equivalentes otomanos, que también lo eran. Su jefe, un capitán de fragata llamado Arif Bey, sería uno de los dos segundos de Souchon; Buße sería el otro. Con eso, así lo esperaba, no habría conflictos de rango con la mitad otomana de su Estado Mayor.
—El Goeben y el Breslau están de camino. Al amanecer los veremos frente a Karaköy. Los abordaremos a las siete, porque nos espera un día de mucho trabajo. Ahora recogeremos nuestras cosas, pues nos trasladamos al Pera Palas. La primera planta está reservada para la misión militar alemana, de modo que conviviremos con Liman von Sanders y su Estado Mayor. Mañana conocerán a sus cinco pares, y al de Buße. Una vez nos presentemos todos a todos empezaremos a trabajar, aunque no será mucho lo que podamos hacer, salvo mostrarles los barcos. Solo a partir de pasado mañana trabajaremos de verdad. Usted —a Wichelhausen— no tendrá problemas, pero ustedes —Buße y los otros cuatro— me temo que sí, de modo que nos harán falta traductores. He puesto a Humann a buscarlos. A eso de las tres, y digo «a eso» porque la puntualidad no es el peor vicio de la cultura otomana, nos visitarán el gran visir y su gobierno. Para entonces vestiremos nuestras prendas de gala, salvo la de cabeza, que será un fez color corinto. Habrá discursos. Los nuestros los desempeñará Wangenheim, así que solo deberemos preocuparnos de conservar la formalidad, por muy ridículos que nos veamos, y dejarnos fotografiar tantas veces como se nos pida. Todo es teatro, gracias a Dios; los buques siguen siendo alemanes, no se planea que dejen de serlo y las tripulaciones también lo serán. El día 14 quiero un informe detallado dé los refuerzos y el material que necesitaremos para poner en facha nuestra Marina otomana. No escatimen. Si queremos ir a la guerra con estos tipos —señalaba la ventana— necesitaremos adiestrarlos y complementarlos, cuando no hacer por ellos lo que no sepan hacer solos. Ya cuento con que necesitaremos dos almirantes —general elevación de cejas—, uno para ocuparse de las instalaciones navales, que tiemblo de pensar en cómo estarán, y el otro para supervisar las defensas, en los Dardanelos y en el Bósforo. Lo último es competencia de Liman von Sanders, pero hemos acordado que los trabajos se hagan en forma coordinada, porque si llega el día en que nos veamos con una flota británica frente a los Dardanelos, las piezas de las baterías de costa, las hoy desplegadas en las fortalezas y las que nos lleguen de Alemania, no serán suficientes. Hará falta una segunda línea, y esta la constituirán el Goeben y las reliquias que les vendimos hace años. Sus piezas del 283, una vez las pongamos a punto, servirán para incordiar al enemigo, sin verlo, y para eso deberemos establecer puestos de observación. Por ahora es todo. ¿Alguna pregunta?
Los tenientes de navío más antiguos tenían muchas. El más moderno guardaba silencio, pendiente de las preguntas y las respuestas, pero al tiempo divagaba sobre algo de lo explicado por Souchon; harían falta, cuando menos, cinco intérpretes.