La mayor de todas las pruebas
Mis padres me prepararon una habitación antes de que yo naciera. Madre la decoró e hizo cortinas y una pantalla de lámpara con forma de globo aerostático; Padre me hizo una cama y un baúl. Su mayor ilusión era tener un bebé, y cuando supieron que Madre estaba embarazada todo parecía perfecto. Pero las cosas no salieron bien.
Mientras Madre estaba dando a luz empezó a sangrar. Los médicos dijeron que había que hacerle una transfusión o de lo contrario moriría, pero ella sabía que Dios no aprueba las transfusiones de sangre. Sabía que está escrito que no debemos introducir sangre en nuestro cuerpo porque la sangre da vida y pertenece a Dios. Los médicos no lo entendían y no quisieron ayudarla. Algunos se enfadaron mucho. «Salven al bebé», dijo ella. Un médico le hizo caso; los otros se marcharon.
La mayor prueba de fe es entregar tu vida por ella. Madre entregó su vida por su fe. Me vio y fue feliz. Le dijo a Padre que se reencontrarían en el nuevo mundo. Y entonces murió. No tenía miedo, porque Dios había prometido que resucitaría. Padre no tenía miedo porque él también sabía que Dios lo había prometido. Pero creo que Padre estaba enfadado, y desde luego estaba triste.
Padre conservó la casa y el jardín tal como ella los había dejado. Regaba las rosas de la Virgen, podaba el cerezo y la areca. Limpiaba y quitaba el polvo de las cosas de Madre y las cuidaba. Pero dejó de sonreír, dejó de reír y dejó de hacer planes.
Le pregunté a Dios si era culpa mía que Madre hubiera muerto y él respondió que sí. En realidad yo ya lo sabía. Lo sabía cada vez que Padre se enfadaba conmigo.
—¿Qué puedo hacer? —le pregunté a Dios.
—Nada. Ya te lo dije. Puedes hacer cosas, pero deshacerlas… eso ya es otro cantar.