Cuatro fotografías
Padre ha cambiado mucho. Lo sé por cuatro fotografías. La primera está en el álbum del armario de la salita. En esa foto Padre está de pie frente a un letrero que reza «John O’Groats». Lleva vaqueros, un cinturón que pone «Levi’s» y una camiseta. Sonríe y parece que le resplandezca toda la cara. Nunca he visto a Padre con esa cara. Esa fotografía la tomó Madre durante su luna de miel.
La segunda fotografía está en un marco de plata y es de Padre y Madre tumbados en la hierba. Madre lleva un pantalón de peto azul y tiene el cabello castaño, largo y rizado, y el sol se refleja en sus ojos y alrededor de ella, y su cabello semeja un halo. Ríe a carcajadas enseñando los dientes. Padre sostiene la cámara estirando un brazo y compone una mueca graciosa.
La tercera fotografía también está en el álbum, y en ella aparecen los dos de pie en un embarcadero, apoyados en una barandilla. A Madre la barriga le tensa la camiseta; abraza a Padre por la cintura y apoya la cabeza en su hombro, y él tiene un brazo sobre los hombros de ella, y ambos sonríen y parece que hayan tomado el sol y que el viento les haya revuelto el pelo todo el día.
No suelo mirar esas fotografías, no me siento bien cuando lo hago. No se trata solamente de saber que Madre ya no está aquí, sino de saber que no está aquí por culpa mía.
La cuarta es la peor. Está en otro álbum y es muy diferente. Padre me tiene en brazos, envuelta en una manta blanca. Estoy muy bien arropada, como una larva, y lo único que se ve de mí es la cara, arrugada y roja porque estoy llorando. Detrás hay una cama, y ahí está Madre. Se la ve pálida, los ojos muy pequeños, y parece estar en otro sitio, mirándonos desde allí. Padre está serio y le brillan los ojos. Y ése es el Padre que yo conozco.