Polvo y estrellas

Uno de mis buenos pensamientos es que en este mundo no hay cosas grandes sino sólo muchas cosas pequeñas juntas; que hay otros mundos en los que somos tan pequeños como la personita más pequeña de la Tierra de la Decoración; que el anillo de la Vía Láctea que la gente creía que lo era todo sólo es una galaxia entre billones, y que más allá hay un cosmos al menos un billón de billones de billones de veces más extenso incluso que la parte más lejana del universo que pueden ver los científicos con sus telescopios más grandes, y que más allá hay otros cosmos que llegan hasta el infinito.

Me gusta pensar que todo podría continuar aún más allá, que si conocemos las cosas como el espacio y el tiempo es sólo gracias a la luz, de modo que es imposible que sepamos qué sucede donde está oscuro, y podrían existir otros mundos ahí fuera, otras dimensiones, otros big bangs, que en realidad es otra forma de decir Dios. Me gusta pensar que lo único que ha pasado es que el universo ha respirado y ha dado un bote, y que nosotros hemos aparecido por un instante antes de que la bola vuelva a caer y la respiración a retraerse. Me gusta pensar que desde cierto punto de vista todas las cosas son lo mismo, y que toda nuestra historia no es más que la pintura del remate que corona la torre Eiffel, y que nosotros somos la capa de excrementos de paloma que hay encima de la pintura del remate.

Me digo que las cosas pequeñas son grandes y las cosas grandes son pequeñas, que las venas discurren como ríos y los pelos crecen como hierba, y para un escarabajo un montículo de musgo parece un bosque, y desde el espacio el contorno de los países y las nubes de la tierra parecen los colores de las canicas. Pienso que la estructura de una nebulosa de oxígeno e hidrógeno parece la salpicadura que produce una gota de leche al caer, cuando los bordes ascienden formando una corona. Pienso en imágenes de rocas y polvo y galaxias y sólo semejan copos de nieve en una ventisca, y los agujeros negros parecen perlas en un estuche hondo, los supercúmulos parecen pompas de jabón, panales, células de una hoja, la cuadrícula de la nariz de un abejorro. Que las espirales de una nebulosa y las cavernas de un fuego resplandecen con la misma luz y los ojos se te empañan cuando las miras.

Me digo que los ñus corretean como hormigas, que la tierra es una pompa azul que flota en la oscuridad, que una célula es una nave espacial. Los fragmentos de roca con forma de cometa que están a años luz y que salen disparados de una nebulosa cuando ésta explota son mazorcas de maíz contra un cielo azul, como cuando estás tumbado en un campo en verano y el cielo es de un azul aciano y el maíz intenta llegar hasta él y tocarlo.

Me digo que hay palacios en las nubes, montañas en las piscinas de roca, autopistas en el suelo de tierra y ciudades en el dorso de las hojas; hay una cara en la luna y una galaxia en mi ojo y un remolino en mi coronilla. Y entonces sé que soy enorme y soy pequeña, soy eterna y desaparezco en un instante, soy joven como una cría de ratón y vieja como el Himalaya. Estoy quieta y giro sobre mí misma. Y si soy polvo también soy polvo de estrellas.