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Plantación Penumbra
La vieja mansión neogriega estaba sumida en la oscuridad. Gruesas nubes se interponían ante una luna hinchada, y sobre el paisaje de finales de invierno pesaba un manto de calor poco habitual. Hasta los insectos de las ciénagas parecían somnolientos, perezosos incluso para cantar.
Maurice recorría en silencio la planta baja de la casa, asomándose a las habitaciones para comprobar que las ventanas estuvieran bien cerradas, las luces apagadas y todo en orden. Tras echar el cerrojo de la puerta principal y girar la llave, echó otro vistazo, gruñó de satisfacción y se encaminó hacia la escalera.
El silencio se hizo trizas cuando sonó el teléfono de la mesa del vestíbulo.
Maurice lo miró, sobresaltado. En vista de que seguía sonando, se acercó y levantó el auricular con una mano nudosa y recubierta de venas.
—¿Diga?
—¿Maurice?
Era la voz de Pendergast. Había un ruido de fondo tenue pero constante, como ráfagas de viento.
—¿Diga? —repitió Maurice.
—Quería decirte que, al final, esta noche no iremos a casa. Puedes echar el cerrojo de la puerta de la cocina.
—Muy bien, señor.
—Calcula que llegaremos a finales de la tarde de mañana. Si nos retrasamos más, te avisaré.
—Comprendido. —Maurice hizo una pausa—. ¿Adonde van, señor?
—A Malfourche, un pueblecito al borde del pantano de Black Brake.
—Muy bien, señor. Que tengan buen viaje.
—Gracias, Maurice. Nos veremos mañana.
La llamada se cortó. Maurice colgó el teléfono y lo miró un momento, pensando. Después volvió a cogerlo y marcó un número.
Sonó varias veces antes de que contestase una voz masculina.
—¿Hola? —dijo Maurice—. ¿El señor Judson?
La voz del otro lado contestó afirmativamente.
—Soy Maurice, de la plantación Penumbra. Muy bien, gracias. Sí. Sí, acabo de tener noticias suyas. Se dirigen al pantano de Black Brake. A un pueblo que se llama Malfourche. He pensado que debía decírselo, ya que se preocupa tanto por él… No, no ha dicho por qué. Sí. De acuerdo. De nada. Buenas noches.
Volvió a colgar el teléfono y fue al fondo de la casa, para cerrar la puerta de la cocina tal como le habían ordenado. Tras una última mirada, regresó al pasillo principal y subió al primer piso por la escalera. Ya no hubo más interrupciones.