23

 

CORTÉS decidió abandonar San Juan de Ulúa y construir una nueva colonia en la llanura, a dos leguas al norte de Cempoallan. Levantarían una iglesia, un mercado, almacenes, un hospital, un ayuntamiento y un arsenal, todo ello protegido por un muro de piedra, con torres de vigilancia, parapetos y barbacanas. Se construyeron hornos para fabricar ladrillos de adobe y los herreros de las naves se dedicaron a preparar verjas de hierro forjado. Como parte del tratado que Cortés había hecho con el Cacique Gordo, se reclutó a millares de nativos como mano de obra. Pero todos los españoles ayudaban con el trabajo; cavaban cimientos y acarreaban arcilla para los hornos de ladrillos. Cortés fue de los que talaron árboles para los nuevos edificios.
Malinalli y Flor de Lluvia fueron a trabajar en el hospital, donde ayudaban a Méndez, el único médico de los españoles. Ahora que se encontraban lejos de los pantanos, disminuyeron los casos de fiebres y vómitos, pero Malinalli demostró su valía con la preparación de remedios naturales para diversas enfermedades.
La nueva población iba tomando forma mientras los mexicas esperaban.

 

Cortés se arrodilló ante el largo caballete de madera que servía de altar en la iglesia a medio construir. Habían colocado una cruz en lo más alto de la pared por encima de la imagen de la Virgen y el Niño. El capitán general pasaba las cuentas del rosario con expresión serena, ajeno al estruendo de los martillos y los gritos de los trabajadores a su alrededor.
Malinalli le observó en sus plegarias. Le resultaba conmovedor ver que un hombre tan grande y poderoso podía caer de rodillas ante la imagen de una madre y su hijo. Era una muestra de su gentileza y su fuerza.
La imagen parecía servirle como ídolo e inspiración. No le molestó ver a un dios prosternado ante otro dios. En la última reencarnación, la Serpiente Emplumada había sido un sacerdote. Por lo tanto, ¿por qué no podía ahora regresar para destruir a los otros dioses y dar a los habitantes de México una nueva divinidad, un dios bondadoso y no un portador de la guerra y la destrucción?
Verlo renovó su fe en la Serpiente Emplumada. ¿Cómo una madre con su hijo en brazos podía ser la representante del terror? ¿Sería capaz esta diosa de reclamar sangre y fuego?
Desvió la mirada y vio a Norte, con el pecho desnudo, que se acercaba a la iglesia, cargado con un grueso madero. Lo llamó.
—¡Norte! ¿Me ayudaréis?
Norte dejó la pesada carga y miró a la muchacha, sorprendido.
—Si está a mi alcance.
—Venid aquí, por favor.
—Mi señora —dijo cautelosamente mientras se acercaba—. ¿En qué puedo ayudaros?
—Quiero que habléis por mí con mi señor Cortés.
—¿Por qué yo? —replicó Norte—. ¿Qué pasa con Aguilar?
—Quiero que vos habléis por mí, no Aguilar.
—De acuerdo —aceptó Norte. Siguió a la muchacha al interior de la nave a medio construir. Malinalli esperó mientras Cortés terminaba sus oraciones.
El capitán general se irguió y en su rostro apareció una expresión de sorpresa y contento cuando la vio, pero inmediatamente frunció el entrecejo al advertir la presencia de Norte.
—Por favor, rogadle su perdón —le dijo Malinalli a Norte—, y decidle que no era mi intención molestarle mientras estaba con sus dioses. Pero hay algo que debo preguntarle.
Norte tradujo rápidamente las palabras de la muchacha y le dio la respuesta.
—Dice que no hay nada que perdonar. Se alegra mucho de veros.
Malinalli sonrió ante la galantería del capitán general. Vaciló un momento porque no sabía muy bien cómo expresarlo.
—Decidle que... decidle que sé que él es la Serpiente Emplumada.
Norte se detuvo bruscamente cuando estaba en la mitad de la traducción y miró a la muchacha, atónito.
—¿Qué? —exclamó.
—¿No lo habéis adivinado?
—Este hombre no es un dios, creedme —afirmó.
—Repetidle sólo lo que digo.
Cortés escuchaba el intercambio en lengua maya, con una expresión de desconcierto. Norte se volvió hacia su capitán y acabó la traducción tal como le había pedido la joven. El conquistador miró a la joven durante varios minutos sin decir palabra. Luego le murmuró algo a Norte.
—Lo veis. Ya os la había dicho —manifestó Norte.
—¿Qué ha dicho?
—Dice que no sabe de qué estáis hablando. Me pregunta quién es la Serpiente Emplumada.
—No es verdad.
—No es más que otro español como yo. Aunque quizás un poco más codicioso y despiadado que la mayoría.
Cortés volvió a hablar, y Norte se dio prisa en traducir.
—Quiere que le dejéis en paz. Tengo que quedarme aquí. Es muy capaz de mandarme azotar por esto.
Malinalli movió la cabeza. ¿Era posible que un hombre se convirtiera en dios sin saberlo? ¿Acaso intentaba por alguna razón ocultar su verdadera identidad? ¿De quién? ¿De Norte?
—¡Marchaos! —le rogó Norte—. No hagáis que se ponga todavía más furioso. No conocéis a este hombre como yo.
Malinalli miró a Cortés. Esta vez no vio la sonrisa secreta de los conspiradores, ni la mirada divertida, que había visto a menudo en las semanas pasadas cuando ella le ayudaba a conseguir sus propósitos. Sin saberlo le había ofendido. Reprimió su desilusión, dio media vuelta y se alejó, desconcertada.

 

Cortés observó a Norte. A su juicio un traidor, y muy probablemente un hereje. Pero, por el momento, le era útil.
—¿Sabéis de qué estaba hablando?
—Cree que sois Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada. Es uno de nuestros... uno de sus dioses.
Cortés sonrió ante el desliz. «¡Qué transparente eres!»
—¿Por qué cree semejante cosa?
—Quizá vuestra apariencia. Siempre lo describen como un ser de elevada estatura, como vos, de tez blanca y barba, algo que, desde luego, ninguna de estas personas puede tener. Después está la manera como llegasteis aquí. Estas gentes creen que un día la Serpiente Emplumada regresará en una nave por el este para rescatarlos de la tiranía de los mexicas. Entre los pueblos de la costa es casi un artículo de fe. Un culto, si preferís llamarlo así.
—Por eso es por lo que me reciben como a un libertador. —Norte bajó la mirada—. ¿Lo sabías?
—Es una superstición de los aborígenes.
—Así y todo, habría considerado un acto de lealtad que me lo hubierais dicho.
—Creí que no tenía importancia.
Una sonrisa iluminó el rostro del capitán general. «Norte debe de creer que soy un estúpido —pensó—. O quizá no se le ocurre ninguna otra excusa.»
—¿Vos también, Norte, creéis que soy la Serpiente Emplumada?
—Soy español, mi señor.
—Lo fuisteis en una ocasión. Quién sabe, quizá lo volváis a ser algún día. Pero no habéis respondido a mi pregunta.
—Creo que vos sois un español, lo mismo que vos mi señor.
—Soy español, pero no como vos. Que Dios me arrebate la vida si alguna vez me convierto en lo que sois. Muchas gracias por vuestros servicios. Podéis volver al trabajo.

 

La luz del sol se reflejó en la superficie del agua; los gritos de los monos araña resonaban en la fronda. Aguilar apareció entre los arbustos. Malinalli se estaba bañando en el arroyo, sola. El hermano se detuvo, boquiabierto, y la muchacha vio cómo miraba de reojo su cuerpo desnudo antes de darse la vuelta.
—Necesito hablar con vos —anunció Aguilar.
—Os escucho.
—Debéis vestiros.
—Todavía no he acabado de bañarme. Puedo escuchar todo lo que tengáis que decirme lo mismo mojada que seca.
Adivinaba la razón por la que el hombre necesitaba hablar con ella con tanta urgencia. Norte le había contado la conversación mantenida con Cortés en la iglesia. Bueno, si se veía en la obligación de escuchar sus reproches, al menos le mantendría en desventaja. Resultaba muy difícil intimidar a nadie si había que hacerlo de espaldas.
—¿Quién es la Serpiente Emplumada? —preguntó Aguilar.
Malinalli recogió agua en el cuenco de la mano, y se mojó suavemente los hombros y los pechos.
—La Serpiente Emplumada fue una vez un hombre, el rey sacerdote de la ciudad de Tollan, antes de que aparecieran los mexicas. Era un gran tlatoani, un jefe justo y bondadoso que abolió todos los sacrificios humanos y convirtió a Tollan en la ciudad más maravillosa del mundo. Peto su gran enemigo, Tezcatlipoca, Portador de las Tinieblas, tenía envidia de su poder y le engañó haciéndole beber demasiado pulque. Se emborrachó tanto que acabó seduciendo a su propia hermana. Al día siguiente, la Serpiente Emplumada, dominado por el remordimiento, se marchó en una balsa hecha de serpientes en dirección al este. Prometió que regresaría para reclamar su trono, en el año Uno Caña. Este es el año Uno Caña.
—¡Lo que decís es brujería! ¡Una herejía! ¡Sólo hay un Dios!
Malinalli sumergió la cabeza en el agua para lavarse el pelo. Aguilar era un idiota. ¿Cómo podía haber un único dios? Le sorprendió que Cortés pudiera hacerle caso.
—¿Es eso lo que habéis estado diciéndole a los mexicas sobre Cortés? —vociferó el hermano.
Un hombre gritándole a los árboles. Si se hubiera dado cuenta de lo ridículo que resultaba...
—Sólo le he dicho a los mexicas lo que vos me habéis dicho que dijera —respondió con cautela, sospechando una trampa.
—¿También a los totonacas?
—Sólo traduje las palabras de Cortés. No les dije a los totonacas qué debían creer.
—¡Entonces lo creen! ¿Creen que es un dios? ¿Os dais cuenta de que eso podría destruirlo? ¡Ningún hombre puede proclamarse divino!
—Si la gente cree que él es la Serpiente Emplumada, no es culpa mía —replicó Malinalli.
Aguilar se alteró tanto que se volvió bruscamente para mirarla, en el preciso momento en que ella se ponía de pie. Soltó un gemido al verle desnuda y volvió a girarse, al tiempo que tartamudeaba:
—¡No-no-no-lo com-comprendéis! ¡Si estas per-per-personas creen que Cortés es un-un dios, entonces no creen en Jesucristo. ¡Significa que no son verdaderos cristianos y que sus almas arderán para siempre en el infierno! ¡Eso es lo que habéis hecho! ¡Ese es el pecado que recae sobre vuestra cabeza!
Malinalli se secó con un trozo de tela de algodón. No tenía ninguna prisa en vestirse, que Aguilar continuara dirigiéndose a los helechos y a los zopilotes.
—Me acusáis falsamente. Sólo he retransmitido vuestras palabras, Aguilar.
—¡Rezo para que estéis en lo cierto!
—Debéis saber que nunca haría nada que pudiera perjudicar a Cortés. —Se acercó a Aguilar, apoyó una mano sobre su hombro. Notó como se envaraba. Ahora tenía miedo. Temía más a una mujer desnuda que a todas las legiones de Moctezuma, pobre hombre—. ¿Comprendéis de las cosas entre los hombres y las mujeres?
—Sé que os han entregado a Alonso Portocarrero.
—Somos entregadas a unos, pero pertenecemos a otros. No me corresponde a mí elegir.
—¿Qué estáis diciendo?
—Si de verdad comprendéis de estas cosas —respondió—, sabréis que no sólo está en el cuerpo la diferencia entre los hombres y las mujeres. Hay mucho más. Es como el sol y la luna, la tierra y el mar, la risa y las lágrimas. Una existe para contrapesar a la otra. De la misma manera, no puedo existir sin Cortés. Por esa razón nunca haré nada que pudiera perjudicarlo.
Aguilar permaneció en silencio durante unos minutos. Cuando habló lo hizo con una voz ronca y quebrada por la emoción.
—Rezaré por vos —dijo, y se marchó sin mirar atrás.
Malinalli se vistió poco a poco. Un hombre extraño. ¿Por qué era tan terrible para un hombre ser un dios? No comprendía las razones de la angustia de Aguilar, pero sí había entendido la advertencia. A partir de ese momento debía actuar con cautela.
Ahora tenía claro que los seguidores de Cortés no sabían que él era la Serpiente Emplumada. Era Cortés quien quería ocultarles su identidad. Eso explicaría sus reticencias en la iglesia. Pero, con independencia de sus razones para hacerlo, ella debía tener mucho cuidado y esperar hasta tener una perspectiva más clara de la situación.
La princesa azteca
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