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CORTÉS decidió abandonar San
Juan de Ulúa y construir una nueva colonia en la llanura, a dos
leguas al norte de Cempoallan. Levantarían una iglesia, un mercado,
almacenes, un hospital, un ayuntamiento y un arsenal, todo ello
protegido por un muro de piedra, con torres de vigilancia,
parapetos y barbacanas. Se construyeron hornos para fabricar
ladrillos de adobe y los herreros de las naves se dedicaron a
preparar verjas de hierro forjado. Como parte del tratado que
Cortés había hecho con el Cacique Gordo, se reclutó a millares de
nativos como mano de obra. Pero todos los españoles ayudaban con el
trabajo; cavaban cimientos y acarreaban arcilla para los hornos de
ladrillos. Cortés fue de los que talaron árboles para los nuevos
edificios.
Malinalli y Flor de Lluvia fueron a trabajar
en el hospital, donde ayudaban a Méndez, el único médico de los
españoles. Ahora que se encontraban lejos de los pantanos,
disminuyeron los casos de fiebres y vómitos, pero Malinalli
demostró su valía con la preparación de remedios naturales para
diversas enfermedades.
La nueva población iba tomando forma
mientras los mexicas esperaban.
Cortés se arrodilló ante el largo caballete
de madera que servía de altar en la iglesia a medio construir.
Habían colocado una cruz en lo más alto de la pared por encima de
la imagen de la Virgen y el Niño. El capitán general pasaba las
cuentas del rosario con expresión serena, ajeno al estruendo de los
martillos y los gritos de los trabajadores a su alrededor.
Malinalli le observó en sus plegarias. Le
resultaba conmovedor ver que un hombre tan grande y poderoso podía
caer de rodillas ante la imagen de una madre y su hijo. Era una
muestra de su gentileza y su fuerza.
La imagen parecía servirle como ídolo e
inspiración. No le molestó ver a un dios prosternado ante otro
dios. En la última reencarnación, la Serpiente Emplumada había sido
un sacerdote. Por lo tanto, ¿por qué no podía ahora regresar para
destruir a los otros dioses y dar a los habitantes de México una
nueva divinidad, un dios bondadoso y no un portador de la guerra y
la destrucción?
Verlo renovó su fe en la Serpiente
Emplumada. ¿Cómo una madre con su hijo en brazos podía ser la
representante del terror? ¿Sería capaz esta diosa de reclamar
sangre y fuego?
Desvió la mirada y vio a Norte, con el pecho
desnudo, que se acercaba a la iglesia, cargado con un grueso
madero. Lo llamó.
—¡Norte! ¿Me ayudaréis?
Norte dejó la pesada carga y miró a la
muchacha, sorprendido.
—Si está a mi alcance.
—Venid aquí, por favor.
—Mi señora —dijo cautelosamente mientras se
acercaba—. ¿En qué puedo ayudaros?
—Quiero que habléis por mí con mi señor
Cortés.
—¿Por qué yo? —replicó Norte—. ¿Qué pasa con
Aguilar?
—Quiero que vos habléis por mí, no
Aguilar.
—De acuerdo —aceptó Norte. Siguió a la
muchacha al interior de la nave a medio construir. Malinalli esperó
mientras Cortés terminaba sus oraciones.
El capitán general se irguió y en su rostro
apareció una expresión de sorpresa y contento cuando la vio, pero
inmediatamente frunció el entrecejo al advertir la presencia de
Norte.
—Por favor, rogadle su perdón —le dijo
Malinalli a Norte—, y decidle que no era mi intención molestarle
mientras estaba con sus dioses. Pero hay algo que debo
preguntarle.
Norte tradujo rápidamente las palabras de la
muchacha y le dio la respuesta.
—Dice que no hay nada que perdonar. Se
alegra mucho de veros.
Malinalli sonrió ante la galantería del
capitán general. Vaciló un momento porque no sabía muy bien cómo
expresarlo.
—Decidle que... decidle que sé que él es la
Serpiente Emplumada.
Norte se detuvo bruscamente cuando estaba en
la mitad de la traducción y miró a la muchacha, atónito.
—¿Qué? —exclamó.
—¿No lo habéis adivinado?
—Este hombre no es un dios, creedme
—afirmó.
—Repetidle sólo lo que digo.
Cortés escuchaba el intercambio en lengua
maya, con una expresión de desconcierto. Norte se volvió hacia su
capitán y acabó la traducción tal como le había pedido la joven. El
conquistador miró a la joven durante varios minutos sin decir
palabra. Luego le murmuró algo a Norte.
—Lo veis. Ya os la había dicho —manifestó
Norte.
—¿Qué ha dicho?
—Dice que no sabe de qué estáis hablando. Me
pregunta quién es la Serpiente Emplumada.
—No es verdad.
—No es más que otro español como yo. Aunque
quizás un poco más codicioso y despiadado que la mayoría.
Cortés volvió a hablar, y Norte se dio prisa
en traducir.
—Quiere que le dejéis en paz. Tengo que
quedarme aquí. Es muy capaz de mandarme azotar por esto.
Malinalli movió la cabeza. ¿Era posible que
un hombre se convirtiera en dios sin saberlo? ¿Acaso intentaba por
alguna razón ocultar su verdadera identidad? ¿De quién? ¿De
Norte?
—¡Marchaos! —le rogó Norte—. No hagáis que
se ponga todavía más furioso. No conocéis a este hombre como
yo.
Malinalli miró a Cortés. Esta vez no vio la
sonrisa secreta de los conspiradores, ni la mirada divertida, que
había visto a menudo en las semanas pasadas cuando ella le ayudaba
a conseguir sus propósitos. Sin saberlo le había ofendido. Reprimió
su desilusión, dio media vuelta y se alejó, desconcertada.
Cortés observó a Norte. A su juicio un
traidor, y muy probablemente un hereje. Pero, por el momento, le
era útil.
—¿Sabéis de qué estaba hablando?
—Cree que sois Quetzalcóatl, la Serpiente
Emplumada. Es uno de nuestros... uno de sus dioses.
Cortés sonrió ante el desliz. «¡Qué
transparente eres!»
—¿Por qué cree semejante cosa?
—Quizá vuestra apariencia. Siempre lo
describen como un ser de elevada estatura, como vos, de tez blanca
y barba, algo que, desde luego, ninguna de estas personas puede
tener. Después está la manera como llegasteis aquí. Estas gentes
creen que un día la Serpiente Emplumada regresará en una nave por
el este para rescatarlos de la tiranía de los mexicas. Entre los
pueblos de la costa es casi un artículo de fe. Un culto, si
preferís llamarlo así.
—Por eso es por lo que me reciben como a un
libertador. —Norte bajó la mirada—. ¿Lo sabías?
—Es una superstición de los
aborígenes.
—Así y todo, habría considerado un acto de
lealtad que me lo hubierais dicho.
—Creí que no tenía importancia.
Una sonrisa iluminó el rostro del capitán
general. «Norte debe de creer que soy un estúpido —pensó—. O quizá
no se le ocurre ninguna otra excusa.»
—¿Vos también, Norte, creéis que soy la
Serpiente Emplumada?
—Soy español, mi señor.
—Lo fuisteis en una ocasión. Quién sabe,
quizá lo volváis a ser algún día. Pero no habéis respondido a mi
pregunta.
—Creo que vos sois un español, lo mismo que
vos mi señor.
—Soy español, pero no como vos. Que Dios me
arrebate la vida si alguna vez me convierto en lo que sois. Muchas
gracias por vuestros servicios. Podéis volver al trabajo.
La luz del sol se reflejó en la superficie
del agua; los gritos de los monos araña resonaban en la fronda.
Aguilar apareció entre los arbustos. Malinalli se estaba bañando en
el arroyo, sola. El hermano se detuvo, boquiabierto, y la muchacha
vio cómo miraba de reojo su cuerpo desnudo antes de darse la
vuelta.
—Necesito hablar con vos —anunció
Aguilar.
—Os escucho.
—Debéis vestiros.
—Todavía no he acabado de bañarme. Puedo
escuchar todo lo que tengáis que decirme lo mismo mojada que
seca.
Adivinaba la razón por la que el hombre
necesitaba hablar con ella con tanta urgencia. Norte le había
contado la conversación mantenida con Cortés en la iglesia. Bueno,
si se veía en la obligación de escuchar sus reproches, al menos le
mantendría en desventaja. Resultaba muy difícil intimidar a nadie
si había que hacerlo de espaldas.
—¿Quién es la Serpiente Emplumada? —preguntó
Aguilar.
Malinalli recogió agua en el cuenco de la
mano, y se mojó suavemente los hombros y los pechos.
—La Serpiente Emplumada fue una vez un
hombre, el rey sacerdote de la ciudad de Tollan, antes de que
aparecieran los mexicas. Era un gran tlatoani, un jefe justo y
bondadoso que abolió todos los sacrificios humanos y convirtió a
Tollan en la ciudad más maravillosa del mundo. Peto su gran
enemigo, Tezcatlipoca, Portador de las Tinieblas, tenía envidia de
su poder y le engañó haciéndole beber demasiado pulque. Se
emborrachó tanto que acabó seduciendo a su propia hermana. Al día
siguiente, la Serpiente Emplumada, dominado por el remordimiento,
se marchó en una balsa hecha de serpientes en dirección al este.
Prometió que regresaría para reclamar su trono, en el año Uno Caña.
Este es el año Uno Caña.
—¡Lo que decís es brujería! ¡Una herejía!
¡Sólo hay un Dios!
Malinalli sumergió la cabeza en el agua para
lavarse el pelo. Aguilar era un idiota. ¿Cómo podía haber un único
dios? Le sorprendió que Cortés pudiera hacerle caso.
—¿Es eso lo que habéis estado diciéndole a
los mexicas sobre Cortés? —vociferó el hermano.
Un hombre gritándole a los árboles. Si se
hubiera dado cuenta de lo ridículo que resultaba...
—Sólo le he dicho a los mexicas lo que vos
me habéis dicho que dijera —respondió con cautela, sospechando una
trampa.
—¿También a los totonacas?
—Sólo traduje las palabras de Cortés. No les
dije a los totonacas qué debían creer.
—¡Entonces lo creen! ¿Creen que es un dios?
¿Os dais cuenta de que eso podría destruirlo? ¡Ningún hombre puede
proclamarse divino!
—Si la gente cree que él es la Serpiente
Emplumada, no es culpa mía —replicó Malinalli.
Aguilar se alteró tanto que se volvió
bruscamente para mirarla, en el preciso momento en que ella se
ponía de pie. Soltó un gemido al verle desnuda y volvió a girarse,
al tiempo que tartamudeaba:
—¡No-no-no-lo com-comprendéis! ¡Si estas
per-per-personas creen que Cortés es un-un dios, entonces no creen
en Jesucristo. ¡Significa que no son verdaderos cristianos y que
sus almas arderán para siempre en el infierno! ¡Eso es lo que
habéis hecho! ¡Ese es el pecado que recae sobre vuestra
cabeza!
Malinalli se secó con un trozo de tela de
algodón. No tenía ninguna prisa en vestirse, que Aguilar continuara
dirigiéndose a los helechos y a los zopilotes.
—Me acusáis falsamente. Sólo he
retransmitido vuestras palabras, Aguilar.
—¡Rezo para que estéis en lo cierto!
—Debéis saber que nunca haría nada que
pudiera perjudicar a Cortés. —Se acercó a Aguilar, apoyó una mano
sobre su hombro. Notó como se envaraba. Ahora tenía miedo. Temía
más a una mujer desnuda que a todas las legiones de Moctezuma,
pobre hombre—. ¿Comprendéis de las cosas entre los hombres y las
mujeres?
—Sé que os han entregado a Alonso
Portocarrero.
—Somos entregadas a unos, pero pertenecemos
a otros. No me corresponde a mí elegir.
—¿Qué estáis diciendo?
—Si de verdad comprendéis de estas cosas
—respondió—, sabréis que no sólo está en el cuerpo la diferencia
entre los hombres y las mujeres. Hay mucho más. Es como el sol y la
luna, la tierra y el mar, la risa y las lágrimas. Una existe para
contrapesar a la otra. De la misma manera, no puedo existir sin
Cortés. Por esa razón nunca haré nada que pudiera
perjudicarlo.
Aguilar permaneció en silencio durante unos
minutos. Cuando habló lo hizo con una voz ronca y quebrada por la
emoción.
—Rezaré por vos —dijo, y se marchó sin mirar
atrás.
Malinalli se vistió poco a poco. Un hombre
extraño. ¿Por qué era tan terrible para un hombre ser un dios? No
comprendía las razones de la angustia de Aguilar, pero sí había
entendido la advertencia. A partir de ese momento debía actuar con
cautela.
Ahora tenía claro que los seguidores de
Cortés no sabían que él era la Serpiente Emplumada. Era Cortés
quien quería ocultarles su identidad. Eso explicaría sus
reticencias en la iglesia. Pero, con independencia de sus razones
para hacerlo, ella debía tener mucho cuidado y esperar hasta tener
una perspectiva más clara de la situación.