Capítulo 59

Salster, julio de 1397

Un niño normal y sonriente, que se hamaca en puntillas y espía a su otro yo por encima del hombro de un edificio alto. Gwyneth miró los pliegues suaves de la túnica del niño, las botas de becerro —como las que ella y Simon jamás en la vida habrían tenido dinero para comprarle— y las cejas que se alzaban de manera inquisitiva. Nunca antes había visto una imagen que se le pareciera. Era tan diferente a las estatuas rígidas y adustas que adornaban las iglesias, los colegios y las capillas como al propio Toby en vida.

La imagen todavía estaba sin pintar y Gwyneth tenía pensado pedirle a Simon que la dejara así como estaba. No podía soportar la idea de que la pintura se desvaneciera con el sol ni se descascarillara hasta tornarse variopinta, ni que los vientos muy fuertes o las heladas despiadadas cegaran sus ojos. Mejor era dejarlo de esa forma, simple y duradera. Perfecta.

Así seremos todos en el Cielo, había dicho Simon. ¿Era cierto eso? ¿Cuando volviera a encontrar a Toby delante de la majestad del Salvador se parecería a este niño alegre y animado más que al hijo torcido que su corazón anhelaba? Gwyneth no podía imaginar cómo recibiría a un Toby que se parecía tan poco a sí mismo.

Corriéndose apenas a un costado del niño inquisitivo, se paró delante de Toby tal cual ella lo recordaba. Simon creía haberle hecho justicia representándolo con una imagen saludable, pero para la mirada parcial de Gwyneth, Toby estaba mucho mejor representado aquí, en el armazón que le había dado la libertad y le había permitido enfrentarse al mundo.

¿Tienes que enarbolar mi vergüenza y amarrarla con correas a este... artefacto repugnante para que permanezca erguido?

El estallido de horror de Simon al ver por primera vez a Toby con su armazón había calado muy hondo y Gwyneth nunca consiguió borrarlo de su memoria. Simon con posterioridad había hecho suficiente penitencia por lo que le había dicho y hecho a Toby, penitencia que todavía observaba al tener que desaparecer del colegio. Gwyneth podía haberle perdonado la severidad y la dureza, pero jamás las olvidaría. Toby había sido de ella; la que había comprendido sus necesidades era ella y el medio para proveer a sus necesidades había sido inventado por ella.

Y sin embargo, su hijo se había sacrificado por su padre. El padre que había hecho pedazos el armazón que le daba la libertad y que lo había culpado por haber destruido sus sueños. Casi cuatro años... Faltaban tres semanas apenas para que se cumplieran cuatro años de la muerte de Toby.

—¿Gwyneth?

La voz suave de Henry la despertó de su ensoñación y se dio la vuelta para mirarlo.

—Piers Mottis está aquí.

—¿Le dijiste por qué quería verlo?

—Creo que se lo imagina. Puede ver tan bien como cualquiera un edificio que necesita un techo y sabe cuál es el estilo del techo proyectado para él.

* * *

Cuando Gwyneth le hubo explicado sus inquietudes respecto al costo del acristalamiento del cimborrio, la respuesta de Piers Mottis hizo que deseara haber confiado en el pequeño abogado mucho tiempo antes.

—Debí haber sospechado que estaba inquieta, perdóneme por no haber venido, señora Kineton. —Dejó que Gwyneth aceptara en silencio su remordimiento y luego siguió adelante—. Richard Daker tenía muchos amigos cuyas opiniones políticas y anticlericales se parecían a las suyas.

—Todas las aves, con sus pares, ya tengan dinero o sean pobres —dijo entre dientes Gwyneth, con un asomo de esperanza.

—Ya lo creo. Cuando Richard murió, más de un hombre acaudalado se me acercó y me dio a entender que si la construcción del colegio tropezaba con problemas de dinero, suministrarían los fondos con discreción y sin necesidad de un reconocimiento ostensible.

—¿ Con lo cual usted quiere decir que no necesitamos erigirles una estatua ni construirles monumentos conmemorativos en nombre del colegio?

—Eso es lo que quiero decir.

—¿Quiénes son esas personas?

Morris la contempló con ecuanimidad, con sus ojos gris azulado, serenos y exentos de preocupación.

—Me parece que es mejor que no sepa sus nombres. No le importa a nadie más que a nosotros que el dinero para los cristales no provenga de la dote dejada por Richard Daker sino de otros fondos. Si llegara a los oídos del obispo Copley, sería conveniente tanto para usted como para nuestros patrocinadores que todos ignoraran sus nombres, excepto yo.

—¿No le tiene miedo, señor Mottis?

Una mirada extraña que Gwyneth no pudo definir muy bien cruzó por el semblante serio del abogado.

—Sería un estúpido —dijo despacio— el que dijera que no teme a quien ejerce un poder semejante al de Copley, pero no creo que sea tan insensato como para usarlo en mi contra. —La miró fijo—. La Orden de la Cofia no perdonaría con facilidad amenazas o hechos de violencia contra uno de sus miembros.

Gwyneth modificó de súbito su opinión sobre el hombre sencillo que tenía delante, igual que Simon lo había hecho en circunstancias diferentes. La sosegada humildad podía sentarle como una capa muy gastada, pero era evidente que él no ignoraba cuál era su propia valía e influencia.

La miró con una pregunta bailándole en los ojos.

—¿Había algún otro tema del que quisiera hablarme?

Gwyneth tomó aire y comenzó a hablar de golpe.

—Tengo miedo de lo que podría pasarle al colegio si el obispo hace saber que cualquiera que dañara al colegio es considerado amigo suyo y de todos los cristianos bien pensantes.

—¿Teme que se ejerza violencia contra el colegio?

—No sería la primera vez.

Mottis la contempló impasible.

—Pero el incidente al que se refiere fue ocasionado porque Simon contravino las leyes y costumbres de los canteros, cuando puso a los talladores a hacer el trabajo de los montadores, ¿verdad?

Gwyneth asintió a regañadientes. El recuerdo del encono de Simon por la traición de sus propios trabajadores era ingrato, pero se vio forzada a admitir que la gente del pueblo nunca había reaccionado con violencia contra la construcción, pese a que debían de conocer bien el desagrado de Copley ante cualquier cosa que desafiara su autoridad. Más aún, parecían considerarla con el mismo temor supersticioso que habían mostrado hacia Toby.

—¿Pero protegerán al colegio si la construcción o su futuro son amenazados por Copley? —soltó de repente con pasión.

Viendo con claridad que ese era su verdadero temor, Mottis tuvo la gentileza de no asegurarle al instante que todo saldría bien y que no debía temer nada.

—El señor Daker quería que el colegio perteneciera al pueblo de Salster —continuó Gwyneth con un dejo de desesperación que le hacía hablar más alto— y tengo miedo de que no lo hayamos hecho así. Debido a... —balbuceó—, debido a mi hijo y a la desconfianza que la gente le tenía, puesto que ven en el colegio como algo foráneo, no como propio.

—Y sin embargo, concuerda muy bien con la melodía de independencia y desprecio por el poder del señorío que la ciudad siempre entona —dijo Mottis con gentileza—. Aunque nací y me crié en Londres, la reputación de los ciudadanos de Salster era grande antes, durante y después de la Rebelión. El pueblo de Salster nunca se ha conformado al yugo de ningún hombre, señora, y se ha enfrentado a priores, obispos, reyes y señores en defensa de los derechos de la ciudad y de sus gremios. No creo que sigan obedientes los deseos del obispo...

—No, a menos que su propósito estuviera en sintonía con el de ellos —Gwyneth movía sin parar las manos en su regazo, hermanando y rozando los dedos con el torbellino de sus pensamientos—. Desconfían del colegio, casi como si estuviera vivo. Lo evitan y se cruzan del lado de enfrente del camino al pasar.

—Las obras en construcción son sitios peligrosos, señora. ¿Acaso la gente no muestra prudencia al mantenerse a distancia mientras la edificación avanza?

—Vi sus rostros llenos de miedo y desconfianza —refutó—. ¡Sus miradas se clavan como dardos en el colegio cada vez que pasan y los apartan enseguida como si temieran contagiarse!

Mottis se inclinó con los codos apoyados en las rodillas mientras la miraba a la cara. Era una posición desgarbada, pensó ella, que recordaba más a un trabajador que descansaba mientras bebía una cerveza antes que a un hombre de posición elevada y educado como Mottis.

—Hasta para los que no ven demonios acechando en cada sombra, dos muertes inesperadas en una misma semana (por otra parte, la muerte de los únicos hijos de dos hombres unidos en la determinación de construir el colegio) parecen algo signado por la mala estrella.

—¡Sí! —gritó Gwyneth, viendo que al parecer sus peores temores sobre el colegio eran confirmados por boca del propio abogado—. ¡Debemos cambiar esa idea! El colegio no podrá tener un buen futuro si siempre es visto como un sitio de mala suerte.

Mottis volvió a echarse hacia atrás, sobresaltado por su vehemencia.

—¿Cómo cambiará el modo de pensar de la gente, señora Kineton?

Gwyneth sintió que se endurecía mientras tomaba aire para decírselo:

—De la forma en que por lo general se cambia la opinión de las personas, señor Mottis: comprándolas.

Testamento
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