Capítulo 15

Kineton y Dacre College, en la actualidad

Cuando unos días más tarde Sam Kearns asomó la cabeza por la puerta del despacho de Damia en respuesta a su invitación a pasar, fue el primer estudiante en venir a verla sin que nadie lo invitara.

—Hola, Sam; ¿viniste a conocer el despacho más bonito de Toby?

Sonrió de manera forzada.

—No exactamente. —Cruzó la habitación sin mirarla a los ojos y, depositando su desgarbado esqueleto en el sofá más cercano al ordenador, aspiró aire en forma ruidosa—. En realidad no es lo que se dice una visita social, señorita Miller...

—Damia —lo corrigió de manera automática, la atención centrada en la seriedad que él no hacía ningún intento por mitigar.

—Es por... bueno, pensé que debías saberlo: se ha convocado a una reunión de emergencia para esta noche en el JCR.

Damia entrecerró los ojos e inclinó la cabeza apenas, instándolo a disipar su ignorancia.

—Se trata de los corredores —explicó, con una expresión de incomodidad que combinaba simpatía por ella y solidaridad con sus amigos—. No quieren correr con Atoz.

Convocaron una reunión para saber si el colegio los respaldará para rechazar Atoz y volver con Moorland Waters.

Después de arreglar con Sam los detalles para introducirla en la reunión de aquella noche, Damia se sintió incapaz de ponerse a hacer algo. Le dio rabia pensar que, después del esfuerzo que había hecho para asegurar el trato con Atoz, los estudiantes que presumiblemente se beneficiarían con él lo batearan a un lado sin pensar siquiera en las consecuencias. ¿Aquellos chicos creían que un acuerdo como aquel crecía en los árboles? ¿No tenían la más mínima idea de la necesidad desesperada que tenía el colegio de aquel perfil preponderante y del respaldo de seis cifras?

Apagó el ordenador y se dirigió al archivo, ubicado detrás del alojamiento del portero, con decisión. Emplearía el tiempo en algo más valioso buscando algún dato en un siglo de Libros de Negocios en lugar de maldecir la bisoña ingratitud de los estudiantes.

Después de haber visto la totalidad del archivo que quedaba de los casi cinco siglos de Toby contenidos en un baúl de mimbre, la magnitud de documentación que el siglo XX no solo había producido sino que creía necesario conservar la cogió desprevenida. Ignorando caja tras caja de archivos estudiantiles y documentos financieros con sus correspondientes etiquetas, se abrió paso hasta el armario que estaba en el fondo de la habitación alargada y sin ventanas. En el frente lucía una ventanita con una tarjeta de identificación donde se leía «Libros de Negocios». Poniéndose en cuclillas bajo la luz de una única bombilla, cuyo polvillo abrasado rivalizaba con el olor del cartón viejo y el aire rancio, abrió el armario. Filas de lomos, encuadernados en tela de color azul en su mayoría, algunos rojos y unos pocos negros, llenaban los estantes. Cada lomo guardaba un año académico.

Seleccionó seis volúmenes con intervalos aproximados de diez años, comenzando con el período 1939-1940, los apretó contra su pecho y se dirigió en busca de la comodidad del piso de parqué del JCR.

Su intención era abrir los libros al azar y ubicar seis páginas de aspecto fotogénico. Las escanearía en el ordenador para comenzar el artículo sobre el Libro de Negocios que esperaba que atrajera más ex miembros del colegio al sitio web y, en consecuencia, pudiera reclutar más donantes para su campaña. Pero abrir uno de aquellos Libros de Negocios era sentirse intrigado de inmediato y Damia pronto se perdió en las preocupaciones del día a día de la comunidad de estudiantes de Toby. Minúsculas contiendas por la elección de equipos, cotilleos sobre los pecadillos sexuales de los profesores, nuevas artimañas para escabullir mujeres jóvenes en el colegio en los días en que solo se educaban hombres en Toby, bromas políticas cuya resonancia o referentes se habían desvanecido en la oscuridad... Damia los devoró todos. Como pertenecían a décadas distintas, cada libro era diferente de los demás en cuanto a calidad de papel, letra y tipo de tinta empleada. El volumen 1967-1968 era más grueso que los otros; sus páginas estaban marcadas por la presión de muchos bolígrafos y se apoyaba con menos soltura en sus vecinos. Una estudiante de Salster a la que se aludía solo como «Izzi B» figuraba extensamente; una joven que había abrazado el verano de amor y lo había continuado con entusiasmo en el siguiente año académico, para gran deleite de los jóvenes de Toby.

Damia se los imaginaba a todos: pelo largo, con vaqueros acampanados, trencas y símbolos CND (Campaña pro Desarme Nuclear) en las mochilas de tela. Salvo, reflexionó, que algunos habrían seguido con la tradición de pantalones de franela, chaqueta sport y corbata. Salster siempre había acogido la tradición y la vanguardia al mismo tiempo.

Pensando en emplear una tradición o incluso un primer número memorable para lanzar la sección del libro en el sitio web, hojeaba las primeras páginas del volumen 1967-1968 para ver cómo comenzaba por lo general un ejemplar nuevo, cuando una pregunta de la primera página atrajo su atención.

«¿Alguien sabe qué pasó con la estatua que solía estar detrás del rododendro grande en un rincón de Lady's Walk Garden? Parece que ha desaparecido junto con el rododendro. Peter D.».

¿Qué estatua? La única estatua que había en Toby en la actualidad era la del propio niño en su pedestal a un lado del patio. Dio vuelta la página y encontró una intervención titulada:

«Peter. ref. estatua. ¿Te refieres a esa horrible estatua del prisionero que alguien había ocultado detrás del rododendro? ¡gracias a Dios! Charles».

Una línea de bolígrafo ondulada se arrastraba debajo de intervenciones posteriores y señalaba la respuesta con una flecha.

«Sí. Correcto, no tenía un ápice de linda, pero sin duda era parte del colegio. ¿Supongo que no sabes dónde está? Peter».

Después de eso era evidente que Charles había tenido unos días muy pesados; los ojos de Damia pasaron rápido un par de páginas hasta que vio otra participación suya, confirmando la sospecha de Peter de que no sabía nada del destino de la estatua. Pero mientras buscaba la mano susceptible de Charles, otra palabra la paralizó por completo. Maldición.

Volvió atrás y leyó el comentario completo.

«¿Por qué tanto lío por la estatua? Era horrible. Adiós y buen viaje. ¿O tienes miedo de invocar la antigua maldición "no quitar nunca ni un palo ni una piedra"? Adrián»,

Así que la tradición de que caería una maldición sobre el colegio si se quitaba alguna cosa ya era tema conocido en la década de los sesenta.

Al pasar las páginas, Damia vio varios comentarios titulados «Ref. estatua», pero ninguno de los participantes podía echar luz alguna sobre dónde podía estar.

Cogió la pila de libros y regresó al archivo.

El libro 1967-1969 carecía de referencias a la estatua, igual que los de 1969-1970 y 1970-1971. Para entonces dejó de mirar, considerando que todos los que habían participado de la conversación original ya estarían graduados. Volvió a coger su pila de libros y abandonó el olor a polvo y cartón del cuarto de archivo color sepia para ir a su oficina.

De: Damia.Miller@kdc.sal.ac.uk

A: Listado de Mailing (Miembros antiguos)

Asunto: Libro de Negocios 1968

Querido tobiense:

Si te conectas ahora con el sitio web de Toby, verás que hemos incluido el primero de nuestros artículos del Libro de Negocios en la sección de alumnos. Espero que lo apruebes.

En esta página del año 1967 hay una referencia intrigante sobre una estatua que, al parecer, desapareció ese año y nunca más se encontró. Si tú eres Peter D., el autor de la pregunta, o si sabes algo acerca de este tema, por favor, ponte en contacto. No es que creamos en la antigua maldición de que un desastre se abatirá sobre el colegio si se quitara un palo o una piedra, pero, si se pudiera, nos gustaría recobrar la propiedad perdida.

Espero que disfrutes de la página del Libro de Negocios; la próxima semana habrá otra.

Saludos

Damia Miller

Gerente de Marketing

Damia miró la estatua de Toby desde la ventana. El niño, vestido con una túnica que le llegaba a las rodillas, tenía el pelo corto, sin gorro y botas de suave cuero que le llegaban a los tobillos. Se preguntaba cómo había sido posible tallar aquellos pliegues que caían con tanta suavidad a un lado como debido al largo uso o a una tela cara en una sustancia tan rígida como la piedra.

Mientras observaba con la mente perdida, por primera vez registró en detalle la postura del niño. A diferencia de la mayoría de las figuras decorativas medievales tenía las manos vacías, los brazos tiesos a los costados y los dedos apuntando rígidos hacia abajo. En realidad, ahora que lo miraba de verdad, Damia cayó en la cuenta de que el niño no estaba de pie simplemente sino en puntillas y con los brazos derechos para equilibrarse. Parecía escudriñar hacia el Octógono como si buscara o mirara algo.

Damia se deslizó escaleras abajo y salió al patio. Retrocedió algunos pasos hacia el Octógono y entonces alzó la vista.

Allí no había nada para que el niño mirara.

Solo un nicho vacío, sin estatua.

Mientras esperaba un mensaje de texto de Sam en su oficina, Damia vio a los estudiantes salir de los callejones y edificios del colegio y converger en el salón del JCR, un piso debajo de ella y separado por dos escaleras hacia el norte. Eran las 19:30 y estaba oscuro; las bombillas que iluminaban el Patio de Toby brillaban en cada una de las paredes del Octógono, trescientos sesenta grados de luz que arrojaban las consecuentes sombras. Damia vio que el viento alborotaba ropas y cabello y sintió que se le ponía la carne de gallina en los brazos.

Algunas cosas no habían cambiado desde que Peter D. había escrito el mensaje sobre la estatua.

Su móvil sonó dos veces, haciéndola saltar.

VEN AHORA. SAM.

Cerró la puerta y bajó deprisa la escalera.

El salón estaba lleno; la mayoría de los estudiantes permanecía de pie aunque el respaldo y los brazos de los sofás y sillones eran utilizados como asientos, con los pies acomodados entre los que estaban sentados en forma más convencional.

Cuando Damia empujó la puerta para entrar, algunas cabezas giraron y el silencio que se impuso poco a poco entre la multitud de los que charlaban la puso nerviosa.

—Muy bien, la hostilidad es innecesaria. —La voz de Sam atravesó la calma expectante—. Yo le pedí que viniera.

El vocerío que estalló detrás de sus palabras pareció no perturbar demasiado a Sam.

—A ver, de lo único que hemos oído hablar durante los dos últimos días es de la conducta antidemocrática del consejo rector que decidió quién sería nuestro patrocinador y luego se lo comunicó a los corredores como fait accompli —dijo sin alterarse—. ¿Y qué hacemos nosotros? Organizar una reunión en el JCR que excluye a cualquier miembro del consejo y entonces nos comportamos de la misma manera antidemocrática.

Hubo más gritos a continuación, pero Damia advirtió que estaba vez no eran todos hostiles; el tono natural de Sam había impresionado a algunos.

—Creo que es justo que ella escuche nuestras objeciones y luego podrá aducir sus razones. No afecta para nada nuestra capacidad de votar y al cabo tampoco afecta a nuestra autonomía pues podremos hacer lo que decidamos.

—Señorita Miller —dijo un joven menudo y de aspecto enérgico que usaba gafas sin montura—, por favor, ¿quiere venir a presentarse?

Damia avanzó entre la multitud con una profunda conciencia del antagonismo con que la examinaban.

El joven le estrechó la mano, farfullando:

—Dominic Walters-Russell, delegado del JCR, encantado de conocerla. —Empujando con el pie un cajón de madera en dirección a ella e indicándole con el gesto que se subiera encima, dijo en voz bien alta—: La señorita Miller tiene la palabra.

Damia se aclaró la voz nerviosamente.

—No tengo ánimo de ofenderos colándome en vuestra reunión —comenzó—, pero cuando Sam me habló de ella, coincidimos en que sería útil para ambas partes si yo estuviera aquí. Espero que me permitáis quedarme. —Ya tenía un pie fuera del cajón cuando de súbito recordó que se suponía que tenía que presentarse y se volvió atrás para decir—: A propósito, para los que no me conocen, soy Damia Miller, la gerente de marketing del colegio.

Dominic Walters-Russell salió al ruedo. ¿El cajón, pensó de manera algo irrelevante Damia, se habría convertido en una institución para beneficio de un igualmente diminuto delegado del JCR?

—Presento la moción de que se permita a Damia Miller permanecer mientras dure esta reunión —manifestó, con voz fuerte y clara—. Los que estén a favor, levanten la mano. —Recorrió la habitación con la mirada—. Todos los que estén en contra... Declaro aceptada la moción. —Se dio vuelta hacia Damia—. Puedes quedarte, pero no puedo responder por un asiento.

Damia experimentaba una creciente sensación de incomodidad mientras escuchaba las opiniones expresadas con elocuencia en el debate. Los jóvenes de Toby manifestaban sus puntos de vista con la vehemencia reservada por lo general, según la experiencia de Damia, a la ridiculización de los participantes de un reality show y comenzó a comprender la profundidad de su equivocación al no consultar con los estudiantes sobre una situación que los afectaba directamente a ellos y a la manera en que el mundo los vería.

—Creo que tenemos que diferenciar entre cabrearnos porque el consejo rector tomó una decisión antidemocrática y la elección de Atoz como patrocinante —opinó un muchacho alto y guapo que no necesitaba de los centímetros adicionales que daba el cajón—. Quiero decir, ¿podemos admitir que todos pensamos que no deberían haberlo impuesto por decreto?

Los murmullos generales de aprobación se transformaron muy rápido en gritos de «moción de censura» y Dominic Walters-Russell levantó una mano.

—Todos los que estén a favor de enviar una moción de censura de este salón de estudiantes al consejo de administración levanten las manos... Aceptado por abrumadora mayoría.

Se discutió la trayectoria de Atoz como marca global y empresa empleadora. A pesar del evidente privilegio del que gozaban, muchos jóvenes presentes creían fervientemente en el aporte que podían, y sentían que debían, hacer para contribuir con el bienestar de aquellos que nunca conocerían. Aquella era la generación del «año libre», período que debían esperar antes de entrar en la universidad una vez concluido los estudios preuniversitarios, recordó para sí Damia; muchos de ellos cargaban a cuestas con meses de trabajo voluntario en el mundo en vías de desarrollo.

Pero no todos coincidían.

—No puedo creer que habléis con un idealismo tan ingenuo —dijo con tono belicoso una chica rubia de pelo corto—. ¿Cuántos años tenemos? ¿Doce? No podéis comparar las condiciones del Tercer Mundo con las nuestras. Muy bien, aquí nadie va a ir a trabajar por un dólar al día, pero el costo de vida es muy distinto. Sacad a Atoz de la ecuación y la mayoría de las familias de esos obreros morirán de hambre. No se trata de Atoz o de un empleador agradable y benévolo, ya lo sabéis. Es Atoz o nada, hambruna en el interior del.país, morirse de hambre en la ciudad. Vamos, afrontemos la realidad. Presionemos a Atoz ahora que podemos influenciarlos para que ofrezcan mejores términos y condiciones, pero, por el amor de Dios, no digamos «¡Vete a la porra, Atoz! ¡No nos gusta tu actitud!», porque eso no nos lleva a ningún sitio.

Damia se puso de pie en ese momento para coincidir con la chica rubia y señalar que la postura ética de los estudiantes, aunque loable, podía poner en riesgo el futuro mismo del colegio.

—Toby está en una situación económica desesperada; si incumplimos este trato, el colegio podría irse a pique con mucha facilidad.

Tras un momento de tenso silencio, se oyó una voz serena.

—¿Qué quieres decir con «el colegio»?

Era Sam Kearns.

—Digo, ¿qué es Kineton y Dacre College? —preguntó, mientras avanzaba para ponerse frente a ella, y rechazaba el ofrecimiento mudo del cajón, pues con más de un metro ochenta, era mucho más alto que Damia—. ¿Qué sentido tiene? —Miró en torno, pero la asamblea se quedó de repente en silencio. Todos parecían haber tomado conciencia de que la pregunta expresada por Sam era en realidad el meollo de lo que se discutía—. ¿Nosotros somos el colegio? —Miro a su alrededor—. ¿El colegio está aquí para apoyarnos o nosotros, los estudiantes, solo suministramos un flujo de ingresos para el colegio? ¿Somos la razón de la existencia del colegio o nada más que una actividad suplementaria que rinde como una mina de oro?

»Porque si somos eso, entonces decir que si no aceptamos el dinero de Atoz podría no haber colegio es hacer un poco el papel de idiotas, ¿no es cierto? Si nosotros somos el colegio, no tomamos una decisión en nombre de algo que existe por encima y más allá de nosotros.

La educación liberal de Norris, su aspiración de enseñar a los jóvenes a pensar y a ser críticos, parecía estar perfectamente viva en aquel salón del JCR.

Damia por fin encontró las palabras:

—Cualesquiera sean los aciertos o errores del colegio y quién o qué es o no es el colegio, el hecho desagradable sigue estando: tenemos un contrato con Atoz. No podemos decidir así como así rechazarlos y cambiar de promotores para volver a Moorland Waters, por más que le guste a alguien.

Un clamor furioso estalló después de esas palabras, por encima del cual se hizo oír, de repente, la voz de Ellen Ballantyne.

—¿ Pero no estamos contratados para correr para ellos, verdad?

—Bueno, sí —replicó Damia con un hilo de voz.

—No, no. —insistió Ellen—. Yo no he firmado ningún contrato que dice que voy a correr en nombre de Atoz este año y nadie lo ha hecho. Llegado el caso, podemos negarnos a correr. Pueden estar contratados para auspiciar el equipo de Fairings, pero si no hay equipo no pueden auspiciarlo.

En medio de la tormenta de críticas que siguió a las palabras de Ellen, Damia se dio cuenta, con un terror repentino que le erizaba la piel, que el ímpetu de la reunión se aceleraba alejándose de ella a un ritmo que no podía controlar.

Una nueva figura se abrió paso hacia el frente entre disculpas y Ellen se bajó del cajón.

—Sé que no tengo derecho a hablar aquí porque no pertenezco a Toby —dijo el joven—, pero debo decirles que es tan probable que Ian Baird nos permita decidir no correr como que vaya al patio principal a repartir billetes de diez libras. Si nos negamos a hacerlo —les hizo una señal a sus tres compañeros que Damia supuso que serían los otros atletas de Northgate del equipo del año anterior—, entonces puedo imaginar que se negará a que sigamos estando en el colegio. Podría hacernos la vida muy desagradable.

—Por supuesto que podría, pero ¿lo hará? —Dominic Walters-Russell preguntó, con una voz que demandaba atención aunque no se había movido de su posición junto a la chimenea.

—Oh, sí —dijo el que había hablado—. Claro que lo hará.

El delegado del JCR miró a Damia y luego volvió a tomar la palabra, mientras caminaba hacia el frente.

—Precisamos saber bien —dijo, mientras en su voz resonaba, sin ningún esfuerzo, la autoridad—, cuál es el deseo manifiesto de esta reunión. Puedo preguntarles no solo a Ellen, Duncan y Sally, sino a cualquier corredor de Toby que quiera venir al frente a decirnos qué opina que su equipo corra con Atoz.

Tras un cohibido arrastrarse de pies, un puñado de personas se acercó y se ubicó junto a los tres corredores.

—¿Estáis preparados para correr con el estandarte de Atoz? —les preguntó Dominic, con tono neutral.

Siguió un momento de vacilación, mientras los corredores se miraban entre sí, dudando entre dar cada uno su opinión o elegir un portavoz. Tras murmurar durante unos minutos un «bueno, yo no» y «ni yo», empezaron a responder de manera más formal, clavando los ojos en el salón.

—No. —La respuesta de Ballantyne era una conclusión previsible—. No estoy dispuesta a correr en nombre de una compañía que explota a sus trabajadores e ignora los derechos humanos más elementales.

Duncan McTeer fue igualmente categórica.

—Rotundamente no.

Pero la respuesta de Sally Mackle, el último miembro del triunvirato, resultó una sorpresa.

—En principio, no puedo decir que estoy contenta con Atoz —empezó a decir—, pero me parece que Stella tiene razón. —Damia vio cómo los ojos de Sally se cruzaban con los de la chica rubia que había hablado antes con tanta convicción—. Quizás tengamos una posibilidad de ejercer alguna influencia sobre Atoz. —Hizo una pausa; no parecía sentirse muy feliz por lo que estaba a punto de decir—. Bien, con reservas y, siempre y cuando hagamos todo lo posible para hacer conocer nuestras opiniones, entonces, sí, estoy dispuesta a correr con mi equipo por Atoz.

Su respuesta reavivó una riña de gallos.

—Ah, vamos, eso es igual que decir: «Voy a quedarme en el partido nazi y cambiarlo desde adentro...».

—¡Por fin, algo de sentido común!

—No ignoráis que no vivimos en la tierra de Enid Blyton...[7]

—Oh, vete a la mierda, ¿quieres?

Dominic Walters-Russell hizo caso omiso de los gritos renovados de los pragmáticos de la reunión y miró expectante a Damia. El griterío cesó cuando ella volvió a subir al cajón.

—Tenéis que ser conscientes de que si Atoz nos demanda por incumplimiento de contrato, el colegio podría ir a la bancarrota cuando termine el año académico —advirtió.

—Si nos demandan —dijo Sam Kearns en voz alta—, nos manifestaremos públicamente y le diremos a todo el mundo por qué no cumplimos el contrato. Creo que la publicidad no les gusta.

«Y después nos demandarán por calumnias o libelo», pensaba Damia. La acusación de Stella era de un idealismo e ingenuidad adolescente y más desdeñoso de lo que Damia hubiera soñado, estaba en conformidad con su propio sentimiento visceral. La reunión parecía tener escasa idea del peso enorme de los recursos financieros que una compañía como Atoz podría aportar a cualquier batalla a la que el colegio se ocupara de adherir.

—¿Alguien tiene algo nuevo o distinto que decir antes de que votemos? —preguntó Dominic Walters-Russell después de reemplazar a Damia en el puesto de vocero.

—Sí. —Sam Kearns se paró al lado del delegado del JCR—. He decidido tratar de entrar en el equipo de este año y, apoyo potencial o no, no me alegra correr por Atoz.

Fue como si se hubiera pronunciado la última palabra. La reanudación de gritos y abucheos que Damia esperaba no se materializó y Dominic habló serio en medio de la calma que siguió.

—Muy bien. Votemos entonces. Los que estéis a favor de rechazar la propuesta de que Atoz patrocine el equipo del colegio, levantad la mano.

El conteo se hizo en un silencio tenso. Dominic Walters-Russell comparó su total con el de los otros dos que también contaban, antes de preguntar:

—Por favor, que los que estén contra el rechazo de Atoz como patrocinador del colegio, levanten las manos.

Esta vez la cuenta tomó un tiempo bastante menor.

—Ha ganado la moción de rechazar la propuesta de Atoz como promotor del equipo de Fairings.

Hubo vivas y golpes de puño al aire. Mientras tanto Damia le dijo al oído a Dominic:

—Iré a ver al doctor Norris mañana —dijo resoplando—. Gracias por haberme permitido estar aquí.

Testamento
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