Capítulo 43

Salster, agosto de 1393

Gwyneth miraba la cuerda de la polea que había colocado en la puerta de la casa. Cuando se tiraba del pequeño peso, el pasador se levantaba y la puerta se abría.

A Toby le gustaba tanto sentarse allí, bajo el sol, que le había proporcionado los medios para que él solo abriera la puerta y buscara el sol todas las veces que le apeteciera.

Si no fuera por aquella cuerda de cáñamo, pensaba como atontada, él no estaría muerto, pues sin su ayuda jamás podría haber abierto la puerta.

Le habían traído el cuerpo antes de que la campana de la abadía tocara tercia. No había ido lejos pese a la crecida. La camisa se le había enganchado en las raíces de aliso que había al costado de la orilla, antes del puente de la Puerta Romana.

La esperanza se había frustrado en un segundo cuando lo vieron. Era evidente que estaba muerto. Aunque había estado en el agua solo unas pocas horas y todavía no le había dejado marcas de ahogado, estaba frío como el hielo y tieso en las garras de la muerte. Simon lo cargaba, con los ojos puestos en el rostro del niño a lo largo de todo el camino a casa, mientras Gwyneth le sostenía el brazo para que no tropezara y los dos cayeran.

Después de entrarlo a la casa, lo acostaron en la cama de sus padres y allí yacía, como solía hacerlo, pero inmóvil, tan inmóvil. Aunque el sueño había calmado con frecuencia sus miembros torturados proporcionándole una semblanza de salud, nunca había transcurrido mucho tiempo sin que sufriera un movimiento convulsivo, pues algo en él lo forzaba, lo deseara o no. Y ahora no se movería nunca más.

Gwyneth le acarició el pelo apartándolo de la frente pálida, estremeciéndose al ver la piel partida que jamás le causaría dolor. Le quitó suavemente las prendas destrozadas y ensangrentadas y le lavó el barro con agua tibia, sin valor suficiente para usar agua fría en la piel rota, por más que él no pudiera sentir nada. Secándolo con cuidado con una toalla de lino, le acomodó los brazos y piernas sin vida como él jamás había podido hacerlo.

Mientras se enderezaba, oyó que Simon cogía alguna cosa de abajo de la cama. Había estado allí todo el tiempo, pálido y en silencio, sin pronunciar ni una palabra desde que encontraron a Toby en el río.

Gwyneth cubrió a Toby hasta el cuello con una sábana limpia y se dio vuelta para mirar a Simon. Todo su ser gritaba de dolor y no sabía si al moverse la tortura empeoraba. Cada movimiento de la mente y el cuerpo era angustioso, y si hubiera podido tenderse junto a su hijo herido y unirse a él en la muerte, lo habría hecho con el mayor gusto.

Un movimiento en la casa hizo que desviara la mirada clavada en Simon, y al levantar la vista vio que Alysoun venía a su encuentro, pues habían enviado a una criada a buscarla. El rostro de la joven estaba surcado de lágrimas que estallaron en sollozos ululantes cuando vio a su hermanastro debajo de la sábana.

Las dos mujeres se abrazaron, y por primera vez desde que había encontrado vacío el camastro de Toby, el dolor de Gwyneth encontró alivio en el llanto.

—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Cómo sucedió? —la interrogó Alysoun cuando se soltaron después de unos minutos y ella se secaba las lágrimas con los dedos.

Gwyneth se distanció un poco y le tendió la mano.

—Ven. —Llevó a Alysoun dentro de la casa y apuntó a la pila de madera rota que estaba amontonada en el rincón, cerca de la ventana—. Ahí tienes. Esa es la razón.

Alysoun sacudió la cabeza apenas. Sus ojos enrojecidos evidenciaban perplejidad.

—Mira —dijo Gwyneth, con voz apagada y monótona—. Sabes lo que es.

Alysoun caminó vacilando hacia la pila de palos rotos y la miró con curiosidad. Extendió la mano como si fuera a coger una de los patines, pero luego retiró la mano y se dio vuelta.

—Es el armazón. ¿Qué sucedió?

—Simon.

—¿Simon lo hizo pedazos?

Gwyneth asintió.

—¿Por qué?

—Porque culpa a Toby... de la muerte de John Daker.

Alysoun pareció sorprendida.

—¿Lo hizo para castigar a Toby?

Gwyneth dejó caer la cabeza y se puso a llorar otra vez.

—No lo sé —le oyó decir Alysoun, confusamente— pero Toby vio que su libertad había desaparecido...

Alysoun de improviso se dio cuenta de que Simon estaba parado en la entrada, entre ellas y la alcoba.

—No —murmuró él, con el rostro bañado de lágrimas—, no...

Gwyneth se lanzó sobre él con un alarido de rabia y angustia. Él la cogió de las muñecas.

—¡Por tu culpa! —aulló—. ¡Por tu culpa está muerto! Tu crueldad lo mató.

Forcejeó tratando de librarse, pero él no cedió y gritando dijo:

—¡No! ¡No! Ven a ver esto.

Gwyneth se detuvo y se quedó parada frente a él, que todavía la sujetaba de las muñecas, respirando con dificultad. Simon la soltó y empezó a toser, pero giró hacia a la alcoba, dejando que las dos lo siguieran.

Cuando traspusieron la puerta, Simon se agachó en el piso, delante de la bandeja con las figuras de madera que Gwyneth le había hecho a Toby para que jugara. Era larga y ancha, de bordes altos que servían para que Toby pudiera empujar las figuras contra ellos y lo ayudara a cogerlas; también evitaban que las desparramara si torcía la bandeja con un golpe.

Simon empujó la bandeja hacia ella.

—Mira —susurró.

Gwyneth y Alysoun vieron que todas las figuras habían sido arrojadas en grupos hacia las esquinas: las figuras de seis lados en una punta, las de cuatro en otra y las figuras de tres lados en un tercer rincón. Solo las figuras de ocho lados no estaban juntas en una esquina. Toby había apilado las piezas una encima de otra formando una torre desmañada de seis.

—¿Ves? —le preguntó Simon, con voz apenas audible.

Gwyneth alzó la vista y lo miró. Su expresión era una mezcla de odio y confusión.

—Toby hizo una torre con las figuras de ocho lados; es el colegio. No se arrojó al río desesperado por las limitaciones de su vida. Dio la vida a propósito, por su propia voluntad.

El silencio que los separaba se llenó con el ruido de las respiraciones y el silencio absoluto de Toby.

—Dio la vida por mí, Gwyneth —dijo Simon, con los ojos llenos de lágrimas—, por mí, por el colegio. Toby dio la vida para expiar la pérdida de la vida de John.

Gwyneth lo miró con el ceño fruncido por la pena y la confusión, con la desesperación de no saber si creerle o no.

—Simon. —La voz de Alysoun temblaba—. ¿Qué dices? ¿Una vida por otra?

Simon apartó los ojos de Gwyneth para mirar a su hijastra.

—Sí —contestó simplemente.

Alysoun miró a Gwyneth. Su rostro estaba lleno de duda.

—¿Es posible?

Gwyneth se sentó en la cama junto a Toby. Alargando el brazo debajo de la sábana cogió unas de sus manitas frías entre las suyas y contempló un largo rato la cara de niño. Al fin movió los labios y suave, muy suavemente, dijo:

—Toby, te decepcioné. No lo sabía. No sabía que eras capaz de comprender tanto, no sabía que sentías tanto, mi niño. —Volviéndose hacia Alysoun, dijo—: Ayer estaba sentado allí —sus ojos apuntaron al sitio que Simon ocupaba en el suelo— mientras Simon y yo hablábamos de John Daker —se le trabó la lengua y se mordió el labio—, y de abandonar Salster. Y cuando Simon se desesperaba por no seguir con el colegio, por expiar la muerte de John... —Miró al techo y contuvo la respiración mientras los sollozos se estrangulaban en su garganta—. No pensé en hacerlo callar. No pensé que mi niño comprendería, mucho menos aún... —Al fin no pudo contener más las lágrimas—. Que Dios se apiade de mí, lo amaba, pero no comprendí que tenía la mente tan sana... —Y, como si sufriera un gran dolor, se tendió muy despacio en la cama junto a la figura pequeña e inmóvil y gimió con una pena angustiosa.

Alysoun se volvió hacia Simon, la duda y la sospecha todavía le nublaban la expresión.

—¿Es posible? ¿De verdad podía comprender?

Simon le indicó con un gesto las figuras de la bandeja.

—¿Ves? No todas las figuras encajan entre sí, pero él descubrió cuáles eran las que hacían juego. Fíjate como las colocó todas juntas. —Alzó la vista para mirarla—. Nadie se lo ha enseñado, lo descubrió él solo.

Simon se preguntaba cuándo. Recién en los últimos dos meses su hijo pudo ordenar sus brazos y manos caprichosos para ejecutar aquella tarea; el conocimiento de que aquellas figuras podían formar un mosaico quizá estaba dentro de su cabeza desde hacía mucho tiempo. Un conocimiento encerrado, dentro de la cárcel de su cerebro, inútil para cualquiera, excepto para él.

Alysoun seguía mirándolo.

—¿Tanto te amaba, Simon? ¿Lo suficiente para perdonarte todos estos años en que lo trataste peor que a un perro... y morir por ti? ¿Para que edificaras el colegio?

Simon no replicó, pero miró a su hijastra como si su cara le resultara desconocida.

—Creyó que yo amaba al colegio más que a él —dijo en forma descarnada, oyendo la verdad que brotaba de sus palabras.

—Pobre Toby. —Alysoun no apartó los ojos de la cara de Simon—. Ver tan claro y aún amarte. —Meneó la cabeza apenada y sorprendida—. Merecía mejor trato, Simon.

Sus ojos se clavaron en Alysoun.

—Y lo tendrá.

Testamento
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