Capítulo 28
De: Damia.Miller@kdc.sal.ac.uk
A: CatzCampbell@hotmail.com
Tema: Reunión del consejo rector
Bueno, ahora estamos en un verdadero pie de guerra. Baird se dirigió al consejo rector, presentación de PowerPoint en mano, y sin pelos en la lengua disparó cifras y tendencias, financiamiento, tarifas, edificios, datos demográficos y el desafío de Oriente (i. e., China). Se suponía que iba a decirnos por qué quiere anular los artículos de asociación para que Northgate funcione de manera independiente. Pero lo que en realidad vino a hacer es ridiculizar a Norris que —él pensaba— se opondría a él con uñas y dientes para seguir con el statu quo. El plan de Baird era, a todas luces, decir: «Miren a su líder, está anclado en el pasado, defendiendo lo indefendible. No le hagan caso y acompáñenme a mí porque sé adónde voy y el único lugar al que va él está al borde de un precipicio».
Pero Norris logró volverle las tornas...
Baird había llegado a la reunión del consejo con el aspecto de aquella persona que no preveía encontrar ninguna oposición convincente contra sus argumentos. Hizo gran hincapié en que no había venido a disculparse por sus acciones para romper con la asociación, sino para que las aprobaran. Su declaración de intenciones era implícita, pero no obstante clara para todos los presentes. Como director de un colegio mixto, su prestigio sería tan alto que nombrar a cualquier otra persona como director de la federación de colegios de la Universidad de Salster sería imposible de pensar.
—El mundo está cambiando —dijo, mientras se dirigía hacia la cabecera de la mesa, al término de la presentación de PowerPoint— y Salster tiene que cambiar con él. No podemos darnos el lujo de andar con sentimentalismos, de aferramos a las tradiciones porque nos gustan y no estar en la vanguardia de lo que hacemos y de la manera en que lo hacemos. El colegio Kineton y Dacre no está bien administrado y tiene graves problemas.
Miró las caras de los que lo rodeaban como si buscara alguna señal de disenso o aceptación. Norris, por encima de cuyo hombro Baird hablaba, aparentaba estar ocupado en tomar notas con mucha tranquilidad y daba la impresión de estar ajeno a su simiesco despliegue de reafirmación de estatus.
—Es por esa razón por la que mi colegio no puede darse el lujo de seguir asociado a Kineton y Dacre y el motivo por el que no seguirá asociado a él.
»Si creéis que este colegio os defraudó, o para ser más precisos, su liderazgo os defraudó, necesitáis pensar urgentemente en establecer otro tipo de asociación con Northgate, una amalgama de los dos colegios en una sola entidad: Northgate y Kineton y Dacre. NKD, me parece que tiene cierto timbre de mundo moderno.
Su sonrisita vulpina revolvió el estómago de Damia con una mezcla de aprensión y furia. Baird ya tenía la imagen de las sudaderas impresa en su mente —algodón gris, y letras mayúsculas bordadas— las siglas NKD formando una especie de bloque en la mitad superior de un rectángulo, y abajo, más discreto, «Universidad de Salster». También estarían disponibles en azul y rojo.
¿Qué emblema le pondría al colegio? ¿Insertaría el tonel de Toby con la escuadra y el compás cruzados en la nueva versión estilizada del antiguo emblema de Northgate? ¿O ya había encargado a un diseñador gráfico que creara un logo adecuado al siglo xxi?
Sin decir una sola palabra, Edmund Norris se puso de pie empujando la silla con tal brusquedad que forzó a Baird a retroceder rápido para no caer. Damia reprimió una risilla nerviosa y divertida. La posición altiva de Baird había sido derribada en medio segundo con un movimiento natural.
—Damas y caballeros de Toby —comenzó Norris abarcándolos a todos con la mirada—. Me parece que acaban de presentarnos una suerte de falsa dicotomía.
Su tono, pensaba Damia, era el de un profesor de filosofía que por desgracia se veía forzado a criticar los comentarios de su alumno preferido, pero que en aquel momento se equivocaba.
—Sir Ian nos enfrenta a una dura elección. Por un lado, abrazar la modernidad y sobrevivir, por el otro, mantener nuestras tradiciones y soportar una lenta decadencia o, peor aún, la quiebra y la ignominia. —Hizo una pausa para permitir que aquellos dos futuros oscilaran en la balanza mental de su auditorio y luego, con una calma arrolladora, afirmó—: No creo que esta sea la alternativa que tenemos frente a nosotros. —Miró a sus colegas a los ojos, uno por uno—. Creo que lo que se nos pide es que elijamos entre el ethos que impera en el colegio de sir Ian Baird y el que predomina en Toby. La filosofía de sir Ian se basa en el establecimiento de una alianza con los negocios, un ethos corporativo y una filosofía regida por las finanzas que negaría el derecho a la existencia de temas que no tienen ninguna vinculación clara con el mundo del empleo. —Hizo apenas una pausa antes de continuar—. El ethos de Toby consiste en emplear nuestros recursos para crear un ambiente en el que los jóvenes adultos puedan madurar, aprender a pensar por sí mismos y se conviertan en personas compasivas y tolerantes, cuya preocupación no sea simplemente su bienestar personal sino la prosperidad de toda la sociedad.
»Sir Ian podrá decir que ésta es una tradición liberal que, por admirable que sea, ya no tiene cabida en el mundo moderno. —Hizo un alto, al parecer distraído por la contemplación de un pensamiento tan poco agradable—. Si eso es cierto, tenemos el deber muy claro de correr en auxilio del mundo moderno.
El rector miró a su alrededor y vio la mezcla de sonrisas y ceños fruncidos de las personas sentadas delante de él: amigos, colegas, aliados y adversarios.
—El objetivo primordial de sir Ian es hacer que las finanzas de Northgate sean solventes, exitosas y se expandan, es decir, crear un imperio comercial. —Pasó revista a los rostros, sumando a las palabras la intensidad de su mirada—. Siempre creí que nuestro objetivo primordial es el de contribuir al desarrollo integral de la persona, no solo de nuestros estudiantes sino también de los graduados y de la facultad. No me considero un hombre de negocios, y sir Ian piensa que eso me convierte en un débil, un fracasado. Si este consejo coincide con él, entonces, claro está, renunciaré...
Varias voces protestaron indignadas, entre las que Damia reconoció a Lesley Cochrane, una científica de edad que estuvo sentada en el panel de entrevista para el puesto de gerente de marketing.
—Ed, por el amor de Dios, no seas ridículo. —Su cara se enrojeció a medida que hablaba—. Tu renuncia está fuera de cuestión. Solo porque Northgate opta por cortarse solo... —Su voz se fue apagando, con los ojos clavados en el rector.
Baird eligió ese momento para volver a la carga.
—No presuponga con tanta prisa que eso está fuera de cuestión —dijo—. Sé de buena fuente que esta semana renunciaron tres académicos, temerosos de lo que sucederá con sus empleos si el colegio se declara en bancarrota.
Eso sin duda tomó por sorpresa a algunos miembros del consejo, aunque Edmund Norris no se inmutó. Damia se preguntó adonde habrían ido aquellos académicos en busca de garantías laborales. ¿Baird les habría hecho el mismo tipo de oferta que a ella?
—Se equivoca —le había dicho cuando ella le telefoneó para rechazar la oferta de incorporarse a la plantilla de Northgate—. Cuando saque las castañas del fuego de Kineton y Dacre (y, no se equivoque, tendré que recogerlas), seré muy selectivo con lo que elija.
Damia sabía que ella había quemado sus naves antes de que él empezara a proferir amenazas como si fuera un matón y ella le colgara el teléfono. Pero los académicos se mataban por su reputación, y perder un empleo en Salster sería un desastre para el currículo.
—Tenéis que pensar con seriedad si este es un problema de confianza... —Baird trataba de forzar la situación.
—Pienso que todavía no llegamos necesariamente a ese estado de cosas, sir Ian —dijo Norris dominando cualquier emoción generada por aquel intento ostensible de desestabilizar su autoridad—. Los que me conocéis desde hace años —prosiguió Norris—, sabéis que siempre he sido partidario incondicional del sistema de colegios asociados. —Hizo una pausa—. Siempre creí que constituía un baluarte contra fuerzas perniciosas que desearían abrirse camino con dinero en Salster y usar esa cuestionable legitimidad para sus propios fines. Por ejemplo, un colegio establecido y financiado por un multimillonario de cualquier creencia religiosa fundamentalista podría destruir siglos de tolerancia y diálogo interreligioso. —Recorrió con la mirada los rostros que tenía frente a sí y las yemas de los dedos apoyadas en las notas que había tomado, pero que no encontraba necesario consultar.
»Un colegio especializado en educar gente de negocios y empresarios, que promulgara ciegamente la filosofía de su fundador en vez de facilitar el análisis equilibrado de muchos modelos de negocios y teorías económicas, no representaría otra cosa que establecer un centro de adoctrinamiento.
Aquella declaración fue celebrada con gestos de asentimiento aunque Northrop, el economista, permaneció impasible.
—Un establecimiento dedicado a la investigación biológica deberá encontrarse con que sus resultados son puestos en duda, como mínimo, si está financiado totalmente por grandes compañías farmacéuticas. Quizá opinéis —dijo Norris, alzando la voz para acallar un creciente farfullar—, que adopto una perspectiva pesimista en exceso, pero basta mirar a Estados Unidos para saber que no estoy diciendo nada descabellado. Las ideas fundamentalistas que desafían a la investigación empírica surgen del tipo de institución monolítica, mono cultural y potencialmente desequilibrada contra la que siempre creí que militaban los requisitos de asociación.
La habitación se quedó tan silenciosa que no se oía volar ni una mosca. Hasta Baird que mascullaba pareció de súbito hechizado por la elocuencia de la argumentación de Norris.
—Pero sir Ian me ha mostrado el error de ese modo particular de pensamiento. Sin que nadie haya puesto algún impedimento u obstáculo (y mucho menos nosotros, el consejo rector de Toby), el foco del colegio Northgate se ha desviado de la amplitud de la búsqueda intelectual y se ha vuelto hacia la búsqueda de metas financieras.
—Si se supone que eso es un problema... —empezó a decir Baird, pero Norris lo paró.
—Por favor, Ian, si pudiera terminar. —Hizo un alto y echó un vistazo a sus notas, aunque Damia, que estaba sentada cerca de él, habría apostado que no se fijaba siquiera en una de las palabras que había escrito.
—Northgate College —recomenzó en forma abrupta— fue fundado por un exitoso empresario que valoraba en profundidad la educación como un bien social y, en mi opinión, ha sido tomado por quienes consideran el talento empresarial y la rentabilidad como el único fundamento válido para construir nuestra sociedad.
Poniéndose de pie y cuadrando los hombros, Norris se enfrentó otra vez con la mirada colectiva del consejo rector.
—Por lo tanto refrendo la propuesta de Ian Baird de que se disuelvan los artículos de asociación entre nuestros dos colegios. Nuestra asociación no ha influenciado ni atemperado su filosofía, por lo que insto a todos a aprobar su propuesta.
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