Capítulo 26
Colegio Kineton y Dacre, en la actualidad
«Tobías de Kineton, nacido este jueves antes de Semana Santa, de mil trescientos ochenta y cinco. Atestiguado por mí, Simon de Kineton, maestro cantero, su padre.
Atestiguado por mí, Henry Ackland, maestro cantero, padrino de Tobías.
Atestiguado por mí, Alysoun Icknield, madrina de Tobías, bordadora, e hijastra de Simon de Kineton y de su esposa, Gwyneth, maestra carpintera».
—Y Alysoun Icknield agregó también una plegaria —dijo Neil, antes de leerla—. «Gracias a Dios por esta bendita respuesta a veinte años de oración».
Levantó la vista de la traducción simultánea de inglés medieval y la caligrafía desconocida del documento.
—¿Qué significa esto? —preguntó Damia—. ¿Es como un certificado de nacimiento? No. —Ella respondió antes de que él lo hiciera. —Entonces todavía no existían, ¿verdad?
—No.
Neil se quitó las gafas de lectura y se las limpió en la camisa.
—Es un documento de prueba de edad —dijo, colocando las gafas sobre la mesa. Damia no habló, y esperó que continuara—. Se usaban en los litigios por herencias: los padres obtenían una prueba de edad refrendada por gente que conocía bien a la persona joven y que estaba en posición de decir que estaba en edad para heredar. La redacción anticipada de un borrador era menos común y, por lo general, solo se hacía cuando podría haber algún tipo de litigio por la herencia.
—¿De qué tipo?
Aspiró una.considerable bocanada de aire por la nariz.
—Por lo general, si el chico era legítimo heredero; por ejemplo, si un chico nacía después de la muerte de su padre y la viuda no quería que hubiera ninguna duda sobre su derecho a heredar.
Damia miró el pergamino arrugado y lleno de manchas. Había sido envuelto dentro de un rollo de cuero que contenía herramientas de cantero y había permanecido sin abrir dentro de la estatua de Toby durante seis siglos. Si no fuera porque estaba sujeto al paño de la mesa con un peso en cada extremo, se habría vuelto a enrollar con la misma forma cilíndrica despareja.
—¿Así que piensas que pudo haber habido algún pleito por la legitimidad de Tobías?
—Parece algo poco probable, dado que Simon firmó la prueba de edad.
—¿Y entonces?
Neil se echó hacia atrás.
—Simon pudo haber sido ya un hombre de edad. Aquí está la referencia —volvió a ponerse las gafas y a inclinarse sobre el documento poniendo el dedo enguantado sobre el pasaje relevante—: «... a veinte años de plegaria». Es evidente que este niño tardó mucho tiempo en llegar y Simon de Kineton quizá estaba preocupado por si moría antes de que su hijo fuera mayor de edad.
—¿ Y que alguien impugnara la sucesión?
Neil volvió a recostarse en la silla, mientras se quitaba las gafas y miraba a Damia aunque sin concentrarse en su rostro.
—Hay mucha animosidad en las cartas del prior sobre Simon y la Iglesia —dijo con lentitud, como si le diera tiempo a sus pensamientos a traducirse simultáneamente en palabras—. Quizá Simon se precavía de cualquier futuro chanchullo de parte de la Iglesia, ya sabes, como tratar de empobrecer a Tobías despojándolo de sus tierras en virtud de un tecnicismo legal y de ese modo hacerlo entrar en vereda...
—¿La Iglesia haría eso?
—¿Las personas que ejercen el poder harían lo que fuera para conservarlo? —La miró sin apartar la vista—. ¿Tú qué crees?
Un grupo de turistas atravesaba las puertas del primer piso del Salón Grande, cuando Damia regresó a Toby. Ahora que el trimestre había terminado y la mayoría de los estudiantes había vuelto a sus casas para las vacaciones de Navidad, se admitían visitas guiadas al Octógono.
Por capricho, decidió seguir a los visitantes. Subió saltando los peldaños de piedra y los alcanzó cuando se dirigían por la escalera de caracol hacia la biblioteca.
Mientras iba detrás de ellos por la escalera que se enroscaba con una curva cerrada dentro de su oscuro hueco de piedra, Damia escuchaba las palabras del guía sobre la construcción de una biblioteca nueva en el siglo xix. En la actualidad, la biblioteca que estaba arriba del salón sólo ofrecía información sobre Estudios Clásicos, Historia y Lengua y Cultura Inglesa, decía a los atentos oídos que lo escuchaban. Todos los demás temas estaban representados en la Biblioteca Nueva, del otro lado de Lady's Walk.
Dejando vagar la mente lejos de la voz alta del guía, Damia se preguntaba si Tobías había corrido de niño por el lugar mientras se construía aquella escalera de caracol. ¿Habría examinado cómo se moldeaban y colocaban las contrahuellas, o se había sentido más cautivado por la planificación y el ensamblado de las maderas del techo, intrigado por el artesonado en madera?
Se preguntaba si Tobías se habría inclinado por seguir a Gwyneth y convertirse en carpintero en lugar de cantero como su padre. Se imaginó que trabajar con madera estacionada era algo mucho más orgánico y natural: tibia al tacto, no dura y fría como la piedra. Ser capaz de decaparla con golpes fluidos de garlopa seguramente sería preferible a tener que romper y partir en trozos la piedra.
Se preguntaba por las palabras escritas en la prueba de edad de Tobías. «Simon de Kineton, maestro cantero, y su esposa, Gwyneth, maestra carpintera».
Alzó la vista hacia el cimborrio por el que Toby era famoso con justicia. El pensamiento de que una mujer pudiera haber construido aquel techo —que una maestra artesana desconocida hasta ahora hubiera diseñado y construido uno de los trabajos en madera más famosos de Europa— asombraba tanto a Damia como el descubrimiento inesperado del documento y las herramientas para tallar.
¿Aquellas herramientas habían pertenecido a la mano que había escrito: «Atestiguado por mí, Simon de Kineton, maestro cantero, su padre»? La presencia del documento de prueba de edad parecía confirmar que la estatua representaba, según sostenía la tradición, a Toby Kineton y que el colegio había recibido su apodo por él y llevaba ese nombre desde hacía más de seis siglos. ¿La imagen había sido tallada por su padre? ¿O Henry Ackland, padrino de Tobías y colega de Simon, había entregado la estatua como presente a los Kineton cuando terminaron el colegio?
¿Por qué habían dejado las herramientas junto con el documento dentro de la estatua?
—¿Quieres que te diga lo que pienso? —le había preguntado Neil.
Damia asintió con un gesto de aliento.
—Me parece que es como retirar de circulación un número en el fútbol americano... ya sabes, cuando un jugador especialmente famoso gana jugando con un determinado número, lo retiran para que nadie más pueda jugar con ese número, que pertenece a ese jugador a perpetuidad.
Damia comprendió de inmediato la implicación de sus palabras.
—¿Crees que retiró de uso sus herramientas? ¿Que una vez que terminó de esculpir la estatua, por alguna razón no quiso volver a usarlas?
—Sí, como si dijera: «Esto es lo mejor que harán estas herramientas y después de haber producido esto, no quiero que hagan nada inferior».
—Es una estatua increíble —dijo Damia, con la imaginación fija en la postura ansiosa del niño y la túnica que caía con suavidad.
—Hay otra explicación —dijo Neil con cautela—. La que explica que el documento probatorio de la edad aparezca allí también.
Damia suspiró, recordando la explicación absolutamente verosímil de Neil y alzó la vista hacia el cimborrio, hacia la luz que inundaba la biblioteca. Si Neil tenía razón, Gwyneth de Kineton pudo haber construido aquel techo mientras guardaba luto por la muerte de aquel hijo tanto tiempo ansiado.
—Es la explicación más clara. La prueba de edad deja de ser necesaria, no quiere volver a utilizar las herramientas que empleó para el monumento de su hijo e introduce las dos cosas en la estatua.
Damia volvió a mirar el techo. Se figuró a Gwyneth de pie en lo alto sobre el precario andamiaje, supervisando la intrincada carpintería. ¿Había un niño a su lado? ¿O había producido aquel techo sola, perdiéndose en su misterio mientras trataba de mitigar la pena por la muerte de su único hijo, su único niño?
Damia miraba el cimborrio, considerando su apertura como un contraste alegre con el vientre largo tiempo cerrado de Gwyneth; la luz que entraba a raudales como una terca negativa a encerrarse en sí misma y llorar su pérdida.
Qué diferencia con la respuesta de sus padres. Tony Miller no había buscado consuelo por su pérdida en un acto positivo de creatividad y, a pesar de las confusas y vagas creencias en el karma que prevalecían entre los miembros de la comuna, no intentó ver la muerte de la mitad de la familia como parte del ciclo vital de sufrimiento y felicidad. No había encontrado dentro de sí cómo celebrar sus vidas y agradecer por todo lo bueno que los rodeaba. Simplemente se había hundido en la depresión y la desesperación sin ofrecer resistencia, hasta donde Damia podía ver.
El pensamiento de que la languidez de su padre produjera algo tan extraordinario como la estatua de Toby bastaba para hacer que Damia resoplara con desdén, pero era lo bastante honesta para preguntarse a sí misma cómo sobrellevaría ella la muerte de un hijo muy amado. Su primer instinto fue creer que ella lucharía contra la oscuridad, pero no podía asegurarlo. Si hubiera esperado veinte años un hijo para verlo morir en la niñez, ¿sería capaz de encontrar la fuerza de carácter para crear una obra de arte como la de la estatua y el techo que estaba encima de ella?
Aunque deseaba con toda el alma no tener que pasar nunca por esa prueba, Damia rechazaba la precaución más obvia contra semejante dolor, consciente de que la elección voluntaria de no tener hijos ya se había tornado impensable.