Capítulo 58
De: Damia.Miller@kdc.sal.ac.uk
A: Peterdefries@dmlpl.co.uk
Asunto: La estatua del prisionero
Estimado Peter:
Pensé que le gustaría saber que encontramos la estatua del prisionero. Está al cuidado de la hija de Jack Robinson, ex jardinero del colegio. Por motivos vinculados con su padre, está muy apegada a la estatua y ha pedido quedarse con ella mientras viva. Hemos accedido, aunque la estatua será devuelta a la catedral en forma temporal para que la examinen y la restauren. ¿Quiere venir a verla?
Avíseme y haré los arreglos necesarios.
Un cordial saludo,
Damia
De: Peterdefries@dmlplc.co.uk
A: Damia.Miller@kdc.sal.ac.uk
Asunto: La estatua del prisionero
Querida Damia:
¡Qué noticia tan maravillosa! Por supuesto que me encantaría ir a reanudar la amistad con mi viejo amigo. La llamaré por teléfono y quedaremos en algo, pero quise mandarle esta breve nota para darle tiempo a que piense en una propuesta. Me entristece que ahora que ha vuelto a descubrirse a Toby como verdaderamente era, no regrese de inmediato al colegio. Comprendo y aplaudo su razonamiento, como es lógico, pero me gustaría pensar que Toby podría volver a casa, de alguna manera. Sobre la base de eso, querría pagar el costo de una reproducción fiel, en todos los sentidos, que pueda colocarse en el nicho apropiado mientras el original está al cuidado de esta señora. Me gustaría quedarme con la copia, y traerla aquí a casa, si es posible, cuando la estatua original vuelva al colegio. Si cree que es una buena idea, ¿podría ocuparse de los trámites necesarios?
La llamaré en un par de días para reservar una fecha e ir a verla.
Un abrazo,
Peter
Una vez más, la intervención de Peter Defries en el tema de la estatua del «prisionero» resultaba crucial. Para obtener una copia de yeso a partir de la cual trabajaría el cantero que se contrató de inmediato, como primer paso hubo que aplicarle una base de látex a la estatua de Toby tullido. Durante el cuidadoso proceso de extracción se soltaron pequeños restos de piedra caliza, que descubrieron una unión casi invisible en la base de la estatua.
Para cuando Damia llegó a la catedral, convocada por la llamada de Neil, las dos mitades de la base habían sido separadas con esfuerzo y los documentos contenidos en el hueco que formaban habían sido llevados a un entorno más apropiado.
—Conseguimos tus donaciones —le dijo Neil a modo de saludo—. Aquí está todo: los papeles redactados y firmados por el propio Richard Dacre. —Hizo señas con una mano hacia la única hoja de pergamino que había en la mesa.
Damia se agachó sobre la letra indescifrable del documento de color marrón pálido. Solo pudo leer una cosa: la firma, «R Daker» con una letra clara, libre de las convenciones de la escritura legal. Richard Daker: lolardo, hereje para algunos, fundador del colegio y dueño original de las tierras cuyo control futuro se discutía con tanta vehemencia en aquel momento. Richard Dacre había conocido a Simon de Kineton y, muy probablemente, también a Tobías. Damia alargó la mano para tocar el documento, pero un grito de advertencia de Neil la detuvo.
—Lo siento, sin guantes no.
Damia se enderezó.
El colegio podía probar sus derechos y vender la tierra si quería; la huelga de alquiler llegaría a su fin. Se sorprendió de su falta de alegría, pero la verdad era que el rencor provocado por las tácticas de Hadstowe significaba que la regularización legal de la situación sería solo el inicio de un largo período de conciliación. Los alquileres podrían volver a ingresar pronto sin obstáculos a las arcas del colegio, pero la buena voluntad todavía estaba mucho más lejos de alcanzarse.
—Esto es interesante —dijo Neil poniéndose los guantes—. Fíjate aquí. Braddestowe, es el pueblito donde te llevé a ver las placas conmemorativas de Ralph y Anne. Bradstow. Me parece que no está en la lista actual de propiedades.
Damia frunció el ceño.
—No.
—Entonces la pregunta es por qué está en esta lista. Si Ralph y Anne vivieron y murieron allí, debe de haber salido del control del colegio bastante rápido tras la muerte de Richard.
Damia inspeccionó con desconfianza el documento.
—¿Aquí hay más propiedades que ahora no pertenecen al colegio?
—Te haré un listado y podrás revisarlo —respondió Neil, con la mano en el documento, a las claras interesado en que enfocara su atención sobre otra cosa—. Eso no es todo lo que encontramos —dijo.
Ella lo miró, y algo en su tono hizo que su cuerpo delgado se estremeciera con la velocidad de las pulsaciones de su corazón.
Neil fue hasta un escritorio que había en el extremo de la habitación, cogió un documento enrollado y lo puso en la mesa grande delante de ellos.
—¿Te acuerdas de aquella referencia a las «limosnas de Toby» que descubriste en los archivos de la época victoriana?
Damia asintió.
—Creo que «Tobit» es una corrupción de «Óbito de Toby». El óbito, obituario, era una ceremonia que señalaba el aniversario de la muerte de una persona. Era una práctica común antes de la Reforma que, normalmente, suponía el rezo de oraciones por la persona fallecida.
—¿El óbito de Toby?
—Por lo que he podido leer hasta ahora —Neil señaló con la cabeza el manuscrito plegado sobre la mesa—, estas parecen ser instrucciones para la celebración de una ceremonia a perpetuidad en memoria de Tobias Kineton.
Este colegio, llamado Kineton y Daker College, fundado por Richard Daker, viñatero del gremio y comerciante de la ciudad de Londres, construido por Simon de Kineton, maestro cantero y Gwyneth de Kineton, maestra carpintera, será un monumento a la memoria de Tobias Kineton, su hijo, mientras permanezca en pie y los hombres lo contemplen. Tobias Kineton, considerado con menosprecio y llamado maldito y abominación, tenía un corazón grande. Su vida fue un modelo de amor y perdón, donde se le mostró odio y olvido. Amó mucho y dio mucho, tanto como cualquiera de nosotros es capaz de dar, incluso su propia vida.
Puesto que John Daker, hijo único de Richard Daker, murió en este lugar, sin llegar a la edad adulta, entonces Tobias Kineton eligió darse muerte como expiación por el fin de aquel otro.
Y a la memoria de éste, y en nombre de los dos, fue construido este colegio.
Porque cada hombre posee su propio valor.
Cada hombre, aunque sea humilde y tullido, es igual ante Dios.
Cada hombre, aunque no siga los pasos de su padre, tendrá su lugar en el mundo.
Y este colegio se levanta aquí para preparar a los hombres, cualquiera sea su condición, para ocupar ese lugar: cuidar de los pobres y modestos y recordar el amor, la fidelidad y el perdón, incluso hasta la muerte.
Aquellos cuyos nombres serán pronunciados ahora, adelantaos y aceptad vuestras limosnas, dadas en memoria de Tobías Kineton, tullido de cuerpo y de corazón grande.
Vosotros a quienes se os entregan estas limosnas en recuerdo de Tobías Kineton, ¿rezaréis por la continuidad y el buen gobierno de este colegio, durante todos los días de vuestras vidas?
Id en paz y acordaos de vuestro voto.
Damia levantó la vista y miró a Neil mientras su voz terminaba de recitar las palabras.
—¿Tobías Kineton eligió su propia muerte como expiación...?
Su voz sonaba hosca en sus propios oídos.
—¿Cometió suicidio?
Neil miraba a Damia a los ojos. Movió la cabeza de lado a lado, pero no con un sentido negativo, sino admitiendo que no existía otra forma de interpretar las palabras que acababa de leer.
—Eso es lo que dice implícitamente, ¿verdad?
—Pero Neil... no tenía nada más que ocho años.
Neil no respondió. No había nada que decir. La edad que tenía Toby al morir era irrefutable.
—¿Tú piensas...?, quiero decir, ¿crees que realmente pudo haber tomado esa decisión por sí solo?
—¿Quieres saber si pienso que alguien le sugirió que se arrojara al río como expiación por la muerte de John Dacre?
Damia asintió.
—No tengo la menor idea, Damia. Ni siquiera conocemos las circunstancias de la muerte de John. Lo único que sabemos es que ocurrió en la obra en construcción y parece que fue por algún tipo de accidente.
La imagen del río en el mural saltó de repente en el cerebro de Damia, mientras la información daba tumbos allí dentro como los rebotes de los flippers en los obstáculos y en las paredes de la máquina. Un río desbordado, con los marrones, azules y verdes mezclados que daban la idea de aguas rápidas y sin control.
—No hubiera podido meterse y salir de su armazón, ¿no? Pero en el óvalo donde se está ahogando, el armazón está en la orilla. ¡Alguien tuvo que haberlo ayudado!
Neil se metió las manos en los bolsillos del pantalón.
—La pintura de la pared no es una representación literal de lo que ocurrió, Mia. Piensa en el primer óvalo: no es la forma concreta en que Tobías nació, ¿verdad?
Como ella no le respondió, siguió:
—Es probable que quienquiera que haya pintado el mural pusiera el armazón en la orilla para identificar quién era el que estaba en el agua.
—Pero Neil, era un niño pequeño.
Damia balbuceaba mientras se le obstruía la garganta y unas lágrimas repentinas le hacían arder los ojos.
Neil extendió una mano vacilante y la apoyó en su brazo.
—Era más pequeño que Jimi. —Con la voz torturada por el esfuerzo que hacía para no llorar, Damia luchaba contra la pena abrumadora de un recuerdo que creía borrado con los años: el recuerdo de su hermano mellizo acostado y sujeto a una vida artificial mediante tubos y cables.
Nunca había llorado por su hermano. La muerte de la madre se había llevado consigo todas las lágrimas y, de todos modos, sus propias emociones habían sido subsumidas muy deprisa por la pena devoradora de Tony Miller. Conmovida por el horror de la muerte de otro niño pequeño, una tristeza terrible por el desperdicio y la inutilidad del fin de su hermano invadió a Damia y se deshizo en lágrimas. Los sollozos estallaron a regañadientes mientras lloraba por las veces en que lo había odiado, por la desesperación que rodeó su fallecimiento y por cada uno de los años que había estado sola, privada del amor y del apoyo de un hermano. Lloraba por la soledad de su vida y por la injusta brevedad de la vida del niño.
La pena la había embargado de súbito con una fuerza tan avasallante que apenas si se dio cuenta de que Neil estaba arrodillado a su lado y la tenía abrazada, con la cabeza apoyada sobre su hombro, en un gesto de simpatía muda.
Atormentada sin poder evitarlo, Damia estaba extraviada en un páramo de emociones inexplorado en el que llorar por lo que había perdido parecía el comienzo del trabajo de toda una vida, como si ahora que había comenzado, no pudiera ponerle freno al duelo. Los sollozos, los recuerdos del dolor y el vacío de una vida sin familia parecían haber hecho presa de ella. Pero lenta, lentamente, por grados infinitos, los sollozos se repitieron cada vez menos, las lágrimas cesaron y tomó conciencia del abrazo de Neil.
Mientras ella se enderezaba, soltándose de su abrazo, Neil extendió una mano y con el borde del dedo, le secó las lágrimas de las mejillas.
—Lo esperaron tanto tiempo —dijo con voz ronca, sintiendo que el llanto la anegaba otra vez—, y cuando llegó era discapacitado, y luego se suicidó.
Neil se aclaró la garganta, y el sonido áspero de su voz resonó fuerte.
—Quizás —dijo titubeando—, fue un alivio para él... me refiero a Toby. Siendo como era, quizás la vida le resultaba una carga.
Su mente volvió a saltar de un niño pequeño al otro y oyó las palabras de su padre con la misma claridad que si estuviera parado allí entre ellos. ¡No podía dejar que viviera así... no podía soportarlo!
La imagen de Jimi sentado y atado a una silla de ruedas con el cuerpo laxo e insensible hizo que Damia volviera a verter lágrimas. Se volvió hacia Neil y enterró la cabeza en su hombro.
Más tarde, cuando estaban sentados en la cocina bebiendo vino y comiendo un poco de pan y queso, Neil le preguntó:
—¿Piensas que el cumplir con la ceremonia del óbito ayudó a los Kineton o seguía haciéndoles rememorar todo, sin dejar que se repusieran de la muerte de Tobías?
Damia hacía rodar una bolita de pan entre los dedos sintiendo al mismo tiempo la aspereza del polvillo de la cascarilla de trigo y la suavidad de la pasta de gluten.
—Me parece que nunca te repones de la muerte de un hijo —respondió con la mirada clavada en el movimiento de sus dedos—. Es una parte de ti la que ha muerto, una parte de tu inmortalidad, ¿verdad? —Movía sin parar el pulgar contra el índice, amasando y estirando el pedacito de pan—. No solo has perdido al hijo sino todas las demás cosas que hubiera hecho: transformarse en adolescente, convertirse en adulto, irse de casa, enamorarse, tener sus propios hijos e incluso nietos. Si tu hijo muere antes que tú, rompe el ciclo de la vida y la muerte, y de transmisión de las cosas, y te disloca en el tiempo.
—En especial si eres hijo único —sugirió Neil, tras una pausa.
—Nunca entendí por qué mi padre se dio por vencido después de que mamá y Jimi murieron. Él todavía me tenía a mí —continuó como si él no hubiera hablado.
Tenía fija la mirada en sus dedos, que daban vuelta en círculos sin interrupción.
Sus palabras, mucho más conmovedoras porque jamás antes las había pronunciado, no tenían respuesta. Se hizo un silencio entre ambos, roto sólo por el ruido ocasional de algún coche que pasaba delante de la casa con algún recado familiar a primera hora de la noche. El zumbido de la nevera parecía sonar más fuerte de lo normal.
—Él adoraba a tu madre, ¿no es así? —preguntó por fin Neil.
—¿Papá? —Los ojos de Damia seguían clavados en sus dedos, pero sin prestarles atención, viendo nada más que el pasado—. Sí. Sí, la adoraba. No podía vivir sin ella. —Por fin levantó la vista. Tenía una expresión hermética y la guardia alta—. Como los acontecimientos demostraron con claridad.
—Pienso que la gente de la comuna hizo un esfuerzo —dijo Neil, llenando los vasos de vino—. Me parece que no dejaron que se hundiera en la desesperación sin intentar rescatarlo.
—Aunque no lo lograron. —La voz parecía natural—. No se esforzaron lo suficiente. Demasiado «vive y deja vivir», ese fue el problema. Nunca se les ocurrió que podías equivocarte por completo; si algo te parecía bien, seguías adelante y lo hacías. —De repente tiró la bolita de pan al cubo de la basura como si fuera un dardo—. Aunque «eso» fuera matarte poco a poco con las malditas drogas.
Vio que él fruncía el ceño.
—¿Culpas a la gente de la comuna por lo que pasó?
—¿A qué otros hay que culpar? —Su calma se transformó en belicosidad.
—¿La culpa tiene que ver con esto?
—Sí. —Algo pareció tironear dentro de ella para que prestara atención, como si todos sus tendones de pronto hubieran perdido su elasticidad, haciendo que se quedara rígida de golpe—. Sí —repitió, golpeando la mesa con las palmas de las manos—. Alguien debe de tener la culpa, porque de lo contrario es como decir «la mierda ocurre». Muy bien, sí, la mierda, del mismo modo que los huracanes y los terremotos y las inundaciones, ocurren, pero esa mierda de que alguien muere por una sobredosis de heroína no pasa así como así; ¡alguien tuvo que coger la maldita heroína y otro tuvo que dejar que él la tomara!
—Damia. —Neil le tendió una mano, pero ella la rechazó.
—Yo no podía porque no sabía ni en qué día estaba. ¡Alguien tenía que haberlo cuidado a él, a nosotros!
—Lo intentamos...
—¡Oh, sí, lo intentaste! Tú me cuidaste, ¿no?
Su tono era tan amargo que él se encogió.
—Yo estaba tan drogada la mayor parte del tiempo que no sabía si era el desayuno o jueves, pero vosotros estabais allí, haciéndoos cargo de todo... —Se detuvo de sopetón.
Neil plantó la mano abierta en la mesa, como para afirmarse.
—¿Dices que crees que me aproveché de ti cuando eras tan vulnerable?
Lo miró a la cara, con el rostro impasible.
—Bueno, ¿no lo hiciste?
Hizo un gesto en el aire con las dos manos como si no comprendiera.
—¡Yo te amaba, te amaba, estaba enamorado de ti! Lo único que me proponía era apoyarte y ayudarte a aliviar un poco el dolor.
Damia le devolvió la mirada herida con una expresión imperturbable.
—Creí que tú también me amabas —dijo en defensa propia.
Entonces ella bajó los ojos y se inclinó, tapándose la cara con las manos.
—Te amaba. —La presión de las palmas hacía tan confusas sus palabras que tuvo que hacer un gran esfuerzo para entender lo que ella le decía—. Eras mi mejor amigo, claro que te amaba. —Se estremeció dando un suspiro profundo—. Debimos seguir siendo amigos, Neil.
Neil se escuchó decir con una sonrisa amarga en los labios:
—A los tíos no se les da muy bien tener a una lesbiana como mejor amiga. Las chicas pueden tener un tío gay como mejor amigo, pero nosotros no somos muy buenos cuando es al revés.
Damia bajó las manos y lo miró.
—¿Entonces cómo es que ahora lo llevamos bien?
Neil apoyó el codo en el brazo de la silla giratoria donde estaba sentado y apoyó la mejilla en el puño, sin contestar.
Cuando Damia estaba a punto de decir algo para romper el silencio, él aspiró hondo y contuvo la respiración por uno o dos segundos antes de exhalar el aire y expresó:
—Cuando le comuniqué a Angie que había solicitado el trabajo aquí, me respondió que se trasladaría a Salster con una condición.
Pareció paralizarse, pero cuando Damia otra vez trató de decir algo que lo impulsara a seguir, Neil retomó el hilo de la conversación.
—Dijo que vendría si yo rompía todo contacto contigo.
Damia sintió que el frío de la adrenalina desbordaba en su sangre.
—¿Por qué?
—¿Por qué crees tú?
Damia lo miró.
—¿Me vas a decir que yo tengo la culpa de que vosotros dos os separarais?
Neil levantó una mano y se restregó una ceja con los dedos como si sufriera una irritación persistente debajo de la piel.
—No, te estoy diciendo que la culpa fue mía. Yo nunca anteponía sus necesidades. —Se inclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos en la mesa—. Para serte sincero, si me lo hubiera pedido al principio de nuestra relación, es muy probable que hubiera aceptado. Pero las cosas no marchaban bien desde hacía un tiempo. En realidad, no era culpa de nadie; no funcionaban, pero no por ti. —Hizo una mueca y se quedó contemplando la superficie de la mesa como si estuviera meditando en lo que iba a decir—. A fin de cuentas, nuestra relación o nuestra amistad, como quieras llamarla, para mí era más importante que tratar de salvar mi noviazgo con Angie.
—¿Por qué?
—No hay respuesta para eso, ¿no crees? —Sonrió torciendo la boca—. Podría decirse que tú eres mi prueba. Si no siento por una mujer por lo menos lo mismo que sentí por ti, entonces no debería molestarme.
Damia lo miró a la cara, agradeciendo su esfuerzo por adoptar una actitud frívola y negándose a abandonar el tremedal de emociones en que se encontraba.
—¿Quieres decir que todavía estás enamorado de mí? —le preguntó de una forma más intempestiva de lo que se había propuesto.
La sonrisa de Neil se desvaneció y retrocedió en su actitud.
—No, no creo que esa clase de amor romántico pueda sobrevivir de manera indefinida sin cierta reciprocidad. —La miraba sin apartar la vista.
—Pero... —balbuceó, perpleja respecto a las implicaciones de su convicción instintiva de que los sentimientos no se avenían a esa lógica.
Neil le cogió una de las manos.
—Mia, quiero que pienses algo.
Damia se sobresaltó como si le hubieran pegado un puñetazo en el corazón. Sus palabras eran casi las mismas que había dicho tantos años atrás.
Mia, quiero preguntarte algo.
¿Si?
¿Quieres venir a la cama conmigo?
Ella tenía quince años frente a los diecisiete de él. Su padre había muerto hacía menos de un par de meses y hierbas fumadas, durante los cuales la familia de Neil se había convertido en su familia y Neil, en su refugio y protector. Si le hubiera pedido que lo acompañara a la luna, hubiera ido pues no tenía otro lugar adonde ir.
Hasta después de que los dos habían abandonado la comuna no se le ocurrió preguntarse dónde y con quién se había transformado en un amante tan experto y cómo conocía tan bien aquello a lo que su cuerpo de mujer respondería. Ni tampoco se le ocurrió hasta mucho después preguntarse por qué ella siempre había preferido el juego erótico previo, la caricia de las manos y la lengua, a la unión de los cuerpos cuando él entraba en ella. Había supuesto que era algo relacionado con la interrupción forzosa por la colocación del condón, la barrera sintética y antinatural a la vida que despertaba dentro de ella.
Ahora lo sabía.
—Mia.
—Disculpa.
—¿Qué piensas de tener un bebé juntos?