Capítulo 50
«Venta de tierra divide a colegio».
«La huelga de arrendatarios del Kineton y Dacre College adquirió un giro dramático esta semana», escribe Pete Darney. «Los huelguistas redoblaron su apuesta y se trasladaron de la acera, fuera del colegio, a lo más venerado: el mismísimo Patio del Octógono de Kineton y Dacre. Habiendo renunciado a la protesta silenciosa, ahora emplean métodos de persuasión vocal y ganan el corazón y la mente de los estudiantes del colegio con los detalles del trato injusto que reciben de los mandarines de Kineton y Dacre.
Un estudiante, que no quiso dar a conocer su nombre, le dijo al Salster Times: "Parece que entre los estudiantes se está creando un consenso de que tenemos que hacer algo para ayudar a los arrendatarios".
El primer paso sería que veinticuatro estudiantes firmen una petición solicitando una reunión de emergencia del JCR que enviaría una moción de censura al consejo rector. Esto presionaría al doctor Edmund Norris, director de Kineton y Dacre, para dar un giro de ciento ochenta grados y ofrezca a los arrendatarios garantías de que sus propiedades están seguras.
Los arrendatarios piensan que las garantías son necesarias porque durante meses han corrido innumerables rumores sobre el inicio de negociaciones con una firma constructora para levantar viviendas de alto valor adquisitivo en terrenos que forman parte de una de las propiedades del colegio. El auge que vive Market Lenton, la ciudad de más rápido crecimiento del Reino Unido, ha atraído a los jóvenes profesionales a la zona que nos ocupa, lo que provoca escasez de viviendas y una necesidad de terrenos de primera calidad para construir.
Kineton y Dacre siempre ha sostenido que esas negociaciones no existen.
Esa fue la línea seguida por la gerente de marketing del colegio, Damia Miller, el jueves de esta semana. Cuando se le pidió que confirmara que no habían iniciado esas negociaciones ni se habían hecho planes de venta, consignó: «No hay ningún plan. No hay ninguna negociación». Pero esta semana, una fuente cercana al rector le dijo al Salster Times que hace meses que las negociaciones con la firma constructora NewtonKerry están en marcha.
Sir Ian Baird, empresario, hombre de negocios y rector de Northgate, dijo lo siguiente: "Cuando saqué a mi colegio del arcaico sistema de asociación, que favorece la tradición y desalienta la innovación, ni siquiera yo sabía en qué lío se había metido la dirección de Kineton y Dacre".
¿Existe una conspiración de silencio y desmentidos en el Kineton y Dacre College o la mano derecha simplemente no sabe a que está jugando la izquierda? Como sea, no parece una buena noticia para los sufridos arrendatarios.
(No olviden que pueden opinar sobre el tema en el foro del Salster Times. Sólo tienen que ir a www.salster-times.org/suopinionenlanoticia).»
A los dos días, desde el más nuevo de los empleados de cocina hasta el estudiante menos interconectado supieron la verdad. Charles Northrop había hecho negociaciones con la compañía constructora NewtonKerry sin el conocimiento del resto de los miembros del consejo rector.
Damia notó una marcada división de opiniones entre los que habían podido asistir a la reunión convocada de urgencia por el Comité de Rescate de Toby. De un lado, se presentaban señales de fatalismo: una tendencia a aceptar y seguir con las negociaciones ya que, evidentemente, estaban tan avanzadas. Del otro, había indignación por la prepotencia de Northrop y se solicitaba la inmediata cesación de toda negociación junto con la renuncia de Northrop como rector.
Northrop no estaba arrepentido.
—¡Por amor de Dios! Creí que este comité quería que el colegio sobreviviera; ¿acaso no es esa la cuestión?
Como su pregunta retórica fue recibida con silencio, continuó:
—¿De qué diablos habría servido parar las negociaciones con Newton Kerry? Se hubieran retirado en busca de una propiedad en cualquier otro sitio y se nos habría escapado de las manos la única oportunidad de salvar al colegio.
—¿Qué quiere decir con «la única oportunidad»? —lo desafió rápidamente el becario Keith McKie, que defendía de manera incondicional al Comité de Rescate tanto como Northrop lo menospreciaba.
—¡Solo eso! Si de verdad imaginas que toda esta sensiblería soñada por la señorita Miller te proporcionará los recursos para mantenerte ocupado, Keith, no eres el tipo realista que yo creía que eras. La idea de una comunidad de este colegio no es profesional ni práctica; hará del colegio un hazmerreír. —Su tono parodió el ceceo entrecortado de las chicas jóvenes—: ¡La nave de Toby, empujada por todos sus amigos!
Lesley Cochrane estaba poniéndose deprisa al rojo vivo.
—¿Así que te creíste con derecho a ignorar los deseos no solo de todas las demás personas de este comité sino también del consejo rector?
—¡Sí! —estalló Northrop—. Exactamente lo mismo que hizo Edmund cuando vendió lo que podemos referir como «un documento no especificado». Es cierto, ¿o no? ¿Vendiste algo que ninguno de nosotros conocía? ¿Algo que se encontró dentro de la estatua?
Cuando podría haberse esperado que se armara una batahola, se impuso un silencio absoluto y a continuación de la acusación del rector, Northrop y Norris se fundieron en una mirada silenciosa como si estuvieran solos. Una fracción de segundo antes de que su falta de respuesta llegara al extremo de obligar a los otros a hablar, Norris dijo:
—Sí. —Desvió los ojos de Northrop y miró las caras inmóviles de los que lo rodeaban—. Como los que forman el consejo rector ya saben, vendí un documento encontrado dentro de la estatua, y como los que no pertenecen a él necesitan tener una prueba, presenté un informe detallado de la transacción y tengo la satisfacción de decir que la mayoría del consejo respaldó mi decisión.
El silencio helado se quebró. Hubo murmullos de inquietud sotto voce que se mezclaron con el movimiento de los cuerpos y el cambio de posición de piernas y brazos. Los miembros del comité intercambiaron miradas que indicaban a las claras que no sabían qué pensar.
Tommy Thomas, representante de la plantilla doméstica dentro del comité, hizo la pregunta obvia:
—¿Qué pasó?
—Me temo que no puedo decírtelo, Tommy —Norris se volvió mirándolo casi con alivio—. Las condiciones de la venta fueron muy específicas en ese punto. Pero puedo aseguraros, a todos vosotros —miró en torno a la mesa— que los documentos, aunque contemporáneos a la edificación del colegio, no estaban relacionados con ninguna de las personas involucradas en la construcción del edificio.
—¿Qué? ¿Y se supone que tenemos que estar contentos con eso? —Rob Hadstowe no podía creerlo.
—No, señor Hadstowe, no os pido ni espero que os pongáis contentos. Pero soy el rector de este colegio y, solo en ocasiones, la responsabilidad no solo es mía, sino que también termina en mí. Deberéis confiar en que hice lo que me pareció mejor para el colegio.
Durante un instante reinó un silencio absoluto.
—¿Así sin más? «Tendréis que confiar en mí» —La carcajada de Hadstowe estalló en un tronido amargo.
—A veces —dijo Dominic Walters-Russell, sin acaloramiento—, debemos dejar hacer a los que dirigen, señor Hadstowe. —Devolviendo la mirada despreciativa de Hadstowe con calma y sin dejarse intimidar, continuó—: Si empezamos a pelear entre nosotros, bien podríamos renunciar al esfuerzo de salvar al colegio ahora mismo. —Hadstowe sonrió ligeramente—. Unidos triunfaremos, y todo eso.
Su mirada no se apartó del rostro de Hadstowe, pero era evidente que se dirigía a todos los reunidos cuando dijo:
—Personalmente, yo estoy dispuesto a aceptar sin ningún cuestionamiento que el rector actuó de buena fe en este asunto y con el corazón guiado nada más que por el interés del colegio. —Para finalizar, dejó de mirar al líder de los arrendatarios e incluyó a los demás en el desafío—: ¿Hay alguien aquí que no esté dispuesto a aceptarlo?
La hábil invitación de Dominic a declarar una alianza incondicional y conjurar la necesidad de continuar con un interrogatorio incómodo fue recibida con un sacudir de cabezas y murmullos: «No, no, claro que lo aceptamos».
Norris se dio vuelta hacia el delegado del JCR e inclinó la cabeza.
—Gracias, señor Walters-Russell, por el inequívoco voto de confianza. —Respiró hondo y miró en torno—. Todo lo que puedo decir en lo que respecta al documento es que era un artefacto relacionado de manera muy particular con la última mitad del siglo XIV. Lo compró un coleccionista anónimo que deseaba, expresamente, no solo que la venta se mantuviera al margen del dominio público sino que la naturaleza del documento tampoco fuera revelada, ya que su muy conocido interés lo señalaría, sin ninguna duda, como el comprador. Las circunstancias exigían que tomara una decisión rápida y dado que mi posición me permitía actuar de manera unilateral en nombre del colegio, así lo hice.
Sus ojos estudiaron a los presentes. Como nadie hablaba, sugirió:
—Veamos si podemos terminar de discutir el tema de la urbanización.
El alivio se sintió casi como una presencia física en la atmósfera silenciosa del salón cuando la asamblea se apartó de la polémica de los documentos no especificados.
—Hablé con el jefe ejecutivo de NewtonKerry —continuó Norris— para aclarar las cosas. Ahora entiende que no existe ninguna propuesta para vender y que las negociaciones se han suspendido.
Ignorando la demostración muda de exasperación de Northrop, la voz y la actitud de Norris señalaron que habían cambiado de tema.
—Y ahora creo que tenemos que discutir cómo evitar que nuestros estudiantes se sientan liados por la preocupación justificable de los arrendatarios.
A la noche siguiente hubo un debate público entre Edmund Norris y Robert Hadstowe en el JCR. La asamblea estaba todavía más repleta de gente, si cabe, que la que se había convocado para discutir el contrato del patrocinio de Atoz. No cabía un alfiler. El salón se llenó con el olor de la ropa mojada debido a la llovizna persistente que había caído durante todo el día y le daba a la ciudad la atmósfera de una película filmada con un filtro empañado.
Los primeros en llegar colgaron las chaquetas en los dos radiadores alargados de la habitación, dejando que todos los demás se abstuvieran del perchero donde el abrigo empaparía al de al lado y, en su lugar, se quitaran los abrigos, los dieran la vuelta con lo de adentro para fuera y las acomodaran a sus pies.
—¡Oh, gracias! Si pudiéramos llamar a esta asamblea al orden. —Dominic Walters-Russell hizo callar a la gente y recibió formalmente a sus invitados, subido al cajón—. La señorita Miller y yo —dijo— actuaremos de mediadores cuando sea necesario. —Su sonrisa sugería que le encantaba el desafío de «mediar» en un debate fuerte.
Invitados a exponer sus casos, Edmund Norris y Rob Hadstowe lo hicieron con una brevedad digna de elogio. El consejo rector deseaba ejercer su derecho a la tierra que estaba legalmente documentado; los arrendatarios querían que el colegio hiciera un compromiso vinculante que les diera la primera opción de compra si habían de vender la tierra.
La primera pregunta de los presentes fue la más obvia. ¿Por qué el colegio no consentía la solicitud de los arrendatarios y todos se quedaban contentos?
Norris inspiró hondo y resopló por la nariz.
—Sí —sonrió—, ¿no sería precioso que todos pudieran ser felices?... Por desgracia, el efecto global de darles a los arrendatarios las garantías que solicitan, como estoy seguro de que el señor Hadstowe bien lo sabe, es fragmentar la capacidad de negociar. Es inevitable que algunos decidan comprar sus granjas, mientras otros no podrán hacerlo, lo que significaría que cualquiera que quisiera comprar alguna de las fincas completa, una parcela, por así decir, se vería frustrado.
»Si alguna vez vendiéramos la tierra (y debo destacar que a estas alturas es improbable que lo hagamos pese a las negociaciones no autorizadas que se han realizado), es claro que querríamos vender con las mayores ventajas posibles, y eso significaría vender las fincas enteras.
—Sí, a los promotores —terció Hadstowe sin que lo invitaran, por lo que le pidieron gentilmente que en el futuro esperara hasta que le cedieran la palabra.
Norris le pidió permiso con una mirada al delegado del JCR para refutar la moción de Hadstowe y aquel se lo concedió con un gesto.
—El señor Hadstowe sabe tan bien como yo que la propiedad que le concierne en particular se encuentra dentro del cinturón verde que está protegido por ley. No existe ninguna posibilidad de que podamos vendérsela a una inmobiliaria ni a nadie que quisiera usarla para otra cosa que no sea agricultura.
Hadstowe fue invitado a replicar.
—Como el rector sabe igualmente bien, con o sin cinturón verde, van a tener que darle un lugar donde vivir a la gente que vive en esa zona, y más tarde o más temprano empezarán a construirse casas en las tierras de cultivo. ¡Yo quiero asegurarme de que no va ser en mi tierra!
Como las preguntas y respuestas iban de aquí para allá como si batearan una pelota, y el ambiente del JCR se puso cargado y más incómodo, Damia examinaba con disimulo al grueso de los alumnos reunidos. Los rostros de los que seguían las argumentaciones y contraargumentaciones, aunque no eran ni más ni menos guapos que los del resto de la población, tenían aquella chispa de atracción que otorga la inteligencia que supera la media. No por nada llaman brillantes a los dotados intelectualmente, reflexionó.
—Quizá sea corto de entendederas —dijo un joven delgado con un acné atroz—, pero no sé bien por qué los arrendatarios están por todo el Patio del Octógono y nos meten panfletos en las manos cada cinco segundos cuando intentamos ir a la biblioteca. Quiero decir —se volvió hacia Rob Hadstowe—,¿qué esperan que hagamos nosotros? No tenemos ningún poder para hacer que puedan o no puedan vender.
—Vamos, Harry, por supuesto que sí —gritó alguien—. Tenemos veinticuatro firmas, entreguémoselas a Dom, hagamos que se aplique una moción de censura y enviémoslas al consejo rector. Igual que hicimos con Atoz. Es lo que tratan de obligarnos a hacer.
—Pero no hay ni punto de comparación —respondió Harry enrojeciendo de furia ante su supuesta ignorancia de la política del JCR—. Nadie niega los derechos humanos de los arrendatarios.
—¿Piensas que no tenemos derecho a comprar nuestros hogares, las granjas donde algunas de nuestras familias han vivido desde hace generaciones? —respondió en el acto Hadstowe.
—No —interpuso otra voz, haciendo caso omiso de Dominic Walters-Russell, que intentaba frenar las intervenciones para que se hicieran en forma ordenada—. ¿Por qué diablos...? Me parece que el modelo de «los trabajadores poseen los medios de producción» ya es un poco viejo, ¿no?
—Sí, y si piensa que desde el punto de vista moral no es aceptable que el colegio rompa con siglos de tradición para vender la tierra —un hombre joven con un jersey a rayas y el pelo rapado algo crecido le preguntó a Rob Hadstowe—, ¿por qué cree que tiene el derecho moral de comprarle la tierra al colegio y después vendérsela a quien le dé la gana? ¿No es indefendible tanto de uno como de otro lado vender una tierra que se suponía que estaría unida al colegio a perpetuidad? Como un matrimonio. —Sonrió, haciendo aparecer hoyuelos en sus mejillas juveniles—: Lo que Richard Dacre unió, que nadie más lo separe.
Este comentario marcó la pauta de la reunión a partir de allí, ya que tanto los que se inclinaban a favor de la causa de los inquilinos como los que comprendían la racionalidad de la actitud de las autoridades encontraron una postura detrás de la que podrían unirse. El colegio y la tierra no deberían dividirse; no deberían darse garantías más allá del simple aval de que no se vendería ningún terreno. El colegio debía permanecer en pie o caer como un todo, las tierras y el colegio de Salster eran una sola cosa.
—El Comité de Plan de Acción del Colegio sugirió que el colegio y los arrendatarios deberían trabajar más unidos, en empresas conjuntas, donde los costos de capital sean financiados por el colegio y comparta los beneficios con los inquilinos —dijo Dominic Walters-Russell más alto una vez que se agotó el aluvión de preguntas y comentarios.
Sus palabras fueron recibidas con un beneplácito entusiasta y, por la expresión de Rob Hadstowe, Damia adivinó que él sabía que ya no contaría con el respaldo del JCR para cualquier medida que intentara tomar contra el consejo rector.
Walters-Russell volvió a tomar la palabra.
—Aunque promocionamos esto como un debate, ninguna de las dos partes hizo una moción para hablar. Me parece que sería una buena idea que este centro de estudiantes hiciera algún tipo de declaración, ahora que hemos escuchado a ambos bandos.
Un murmullo de asentimiento apagado retumbó en el aire sofocante de la habitación.
—A ver qué les parece esto. —Hizo una pausa para una breve composición mental—. Este JCR apreciaría que hubiera una relación de trabajo más estrecha, que incluya, cuando sea posible, empresas conjuntas entre el consejo rector y los que alquilan sus fincas. Este compromiso deberá ser asumido como parte de una nueva campaña para lograr un sentido de comunidad más amplio entre los que están vinculados con el colegio.
Damia sintió que sus mejillas se estiraban en una amplia sonrisa cuando aquella moción fue recibida con el aplauso unánime de los estudiantes. Sería un excelente material para el próximo blog.
Las aceras y el asfalto brillaban con la luz que reflejaban las farolas mientras atravesaba el arco del nordeste hacia la Puerta Romana. La lluvia había cesado. Damia olió el aire, disfrutando de su serena frescura tras haber soportado el calor húmedo del JCR. Aunque hacía años que estaba estrictamente prohibido fumar en la sala de alumnos, el olor a humo antiguo destilado por las alfombras y el cuero resquebrajado, sometido al influjo de tanto calor condensado y mezclado con el olor de la ropa mojada y la multitud de fragancias de cosméticos que la piel empapada desprendía, habían contribuido a crear una atmósfera opresiva.
Hacía más de una hora que las compras nocturnas habían terminado, pero las calles estaban concurridas con los que iban a los pubs. La biblioteca de la universidad permanecía abierta hasta las diez y media, hecho que aprovechaban los estudiantes que necesitaban la disciplina de un entorno silencioso, lejos del bullicio de los salones de la residencia estudiantil o de las casas compartidas. Le habían dicho que en las bibliotecas particulares de cada colegio la camaradería podía ser excesiva para el trabajo serio a última hora de la noche.
Otra punzada de envidia: ¿qué hacía ella a los dieciocho? Congelarse los brazos y las piernas y aprender sobre plantas en Mickelwell más de lo que jamás hubiera querido, sin atreverse a seguir adelante por si Anne intentaba comunicarse con ella, desde cualquier sitio remoto del mundo donde entonces experimentaba.
Damia todavía llevaba una foto de ella. Cada vez que compraba una billetera nueva, se cercioraba de que tuviera un compartimiento pequeño y seguro donde podía introducir el retrato de tamaño pasaporte que era la única imagen que había tenido de su primer amor. ¿Todavía tendría el cabello oscuro, largo y sedoso? ¿Habría conservado la figura esbelta y ágil, el cuerpo de bailarina? Damia recordó con un estremecimiento en el plexo solar que la altura casi idéntica de las dos había significado que no tenían necesidad de inclinarse para besar y cómo los brazos de ambas se ajustaban naturalmente alrededor de la cintura de la otra mientras caminaban lado a lado. Ella y Catz nunca habían podido hacerlo, ya que Catz le llevaba casi una cabeza y su brazo rodeaba siempre los hombros de Damia.
Damia sabía que si Anne volviera a entrar en su vida, abandonaría todo para conservarla. También sabía con una certeza idéntica que eso jamás ocurriría. Damia no dudaba de que Anne la había amado de manera genuina, pero aquel amor no había sido suficiente para compensar la necesidad que ella tenía de seguir avanzando.
Irse con ella era una posibilidad hasta el momento en que Anne hizo sus planes y no le pidió a Damia que formara parte de ellos. Y ella era demasiado orgullosa y se había sentido muy herida como para suplicarle que le hiciera un lugar a su lado.
Una pareja pasó junto a ella. El hombre rodeaba los hombros de la mujer con su brazo y ella llevaba la mano metida en el bolsillo trasero del vaquero de aquel. Los tres se sonrieron. Imaginó que seguirían caminando mientras trataban de descubrir si la conocían. Con la piel sin arrugas y su figura pequeña, Damia sabía que la confundían fácilmente con una estudiante. Por una vez, agradecía su apariencia juvenil a los genes que su madre le había transmitido. Maz, Marizella, siempre les decía a sus hijos que la mezcla de razas producía gente de una verdadera belleza.
—Obtienes lo mejor de las dos —decía, como si no pudiera existir ninguna otra opinión.
Damia tenía una sola fotografía de su madre, un retrato tomado en un estudio fotográfico antes de que ella y Jimi nacieran. En ella, su madre parecía una reina africana, la piel mezcla de especias de las Indias Occidentales oscurecida en la semipenumbra del perfil y la barbilla inclinada, con expresión de orgullo o desafío. Sus labios llenos estaban apenas separados, como si estuviera a punto de hablar o acabara de hacerlo y las fosas nasales ensanchadas. Marizella no había sido una mujer hermosa pero sí atractiva, con una personalidad trasuntada en el rostro y en la forma en que se comportaba.
Damia sabía que había sido ella la que los había conducido a la comuna. Tony hubiera ido a cualquier lado por la mujer que no era su esposa sino la compañera de su alma y la madre de sus hijos. Hubiera ido a cualquier lado, pero quizás, no hubiera hecho cualquier cosa; Damia no podía imaginarlo dejando su vida químicamente intensificada y consiguiendo un trabajo.
El hilo melancólico de sus pensamientos se interrumpió con el ruido del móvil. Hurgó en el bolsillo del abrigo y abrió la tapa. El nombre de Neil aparecía en el identificador de llamadas.
—Hey, ¿qué pasa?
—Toby. Murió el día después que John Dacre.
Damia llegó sin aliento a la oficina de Neil, en la catedral.
Neil la hizo pasar y tomar asiento delante del escritorio que ocupaba cuando ella entró de sopetón por la puerta. Abrió un cajón y sacó un par de guantes de algodón iguales a los que él usaba y se los dio.
Mientras Demia se los colocaba, se inclinó por encima de su hombro y puso un dedo en el manuscrito.
—Aquí. —Damia miró cómo su dedo seguía el renglón del texto ilegible en latín. «El tullido de los Kineton está muerto, se ahogó en la creciente. He ordenado que ningún sacerdote de la ciudad le dé entierro según los ritos cristianos.
No es apropiado. Su padre deberá arrepentirse de su herejía si desea que su hijo tenga la ceremonia debida».
—¿Qué significa?
—Significa que el prior trataba de hacer entrar en vereda a Simon de Kineton —la voz de Neil era una mezcla de conmoción y condena.
—Entonces Toby se ahogó —dijo después de que él le leyera el pasaje por segunda vez— y el prior no dice cómo sucedió.
—Correcto.
—¿Tienes alguna pista?
—Ninguna. Pero hay que pensar en algún tipo de ataque por venganza contra Dacre, o quizá los albañiles pensaron que Dacre podría discontinuar la obra para desquitarse un poco. Los albañiles eran personas increíblemente supersticiosas y es probable que se tragaran todo este rollo de que el chico estaba maldito. Aunque fuera un accidente lo que mató al joven Dacre, tal vez atribuyeron la culpa a la mala influencia de Toby.
Damia se quedó mirándolo.
—¿Y entonces podrían haberlo asesinado y tirado al río?
—No tiene por qué ser tan dramático. Solo un empujoncito en un momento clave, nadie salta porque no consiguen encontrar a nadie que sepa nadar, el río está crecido... «¡Vaya por Dios, señor Kineton! No pudimos hacer nada, lo sentimos tanto»... nos retorcemos las manos, exeunt omnes.
Damia se removió en el asiento.
—¿Y si no fueron los canteros ni Dacre?
—Dímelo tú.
Damia se quedó un rato callada, con la mirada ausente clavada en la tabla de la mesa.
—¿Te parece que los Kineton creían que su hijo estaba maldito? —preguntó por fin.
Neil se tiró de la oreja.
—Eso es imposible de decir, ¿no? —La miró, pero ella rehuyó sus ojos—. ¿Qué? ¿Piensas que Simon y Gwyneth lo tiraron al río?
Ella se encogió de hombros ansiosa.
—No sé, pero ¿y si Dacre dijo: «Basta, quedas fuera del proyecto porque no puedo verte sin recordar que tu hijo mató al mío» o algo parecido?
—¿Qué? Entonces Simon pensaría: «Muy bien, es un tullido y es probable que esté endemoniado, quién va a extrañarlo, en realidad es un bendito alivio».
—¿Te parece creíble?
—No sé. ¿Tú qué piensas?