Capítulo 3

Kineton y Dacre College, en la actualidad

Más tarde, cuando la película se editaba con una precisión de segundos, la primera impresión fugaz que el editor de la cinta de video tuvo de Damia Miller era la de una figura pequeña y delgada cuya piel oscura —demasiado clara para ser negra y demasiado oscura para ser blanca— y pelo trenzado la hacían parecer exótica en el sombrío entorno de una lloviznosa mañana de septiembre.

Por contraste, la primera impresión que Damia se hizo del equipo de camarógrafos fue vaga: unos cuantos individuos desdibujados de sus perfiles humanos por las cámaras y cables en el aire húmedo y gris, Sus ojos fueron atraídos hacia el foco de atención de los camarógrafos: un grupo de hombres y mujeres que ocupaban la acera de Kineton y Dacre, parados en silencio detrás de unas grandes pancartas que decían: «HUELGA DE ARRENDATARIOS DE KINETON Y DACRE COLLEGE», y algo más emotivo: «600 AÑOS DE TRADICIÓN EN DISPONIBILIDAD».

Damia se habría sentido mucho más feliz si hubiera atravesado la Puerta Romana acompañada por el canturreo de los huelguistas, pero se habían quedado callados mientras avanzaba con paso seguro hacia ellos y doblaba luego para ingresar al colegio por el arco de entrada más próximo. A juzgar por la calma de su porte, los huelguistas no hubieran imaginado nunca que sus miradas hostiles y su silenciosa postura despertaban un hormigueo atávico en la vulnerable nuca de Damia Miller cuando apartó la vista de ellos.

Pero no pudo escapar de los camarógrafos, que le cortaron el paso hacia el patio central de Kineton y Dacre, ni evitar que se amontonaran a su alrededor con una hábil coreografía. Le zamparon un micrófono acompañado por preguntas sobre su identidad, el papel que ella desempeñaba, y si sabía algo sobre la forma turbia en que los arrendatarios —«aquella pobre gente»— había sido tratada.

La única respuesta de Damia Miller fue un brazo levantado, una palma blanca alzada para rechazar tanto a los que interrogaban como a sus preguntas.

Edmund Norris, rector de Kineton y Dacre College encontró mucho menos fácil desviar las propias preguntas de Damia Miller.

—Lamento mucho que todo esto haya estallado en tu primer día aquí, Damia, pero la huelga es el resultado de un error de comunicación y nada más. Una vez que sorteemos algunos detalles legales, todo pasará.

—¿Qué detalles legales?

—Con toda sinceridad, Damia, no tienes necesidad de involucrarte en esto; es sólo...

—¿Una pequeña dificultad localizada?

El rector la miró a la cara. Damia comprendió; los dos sintieron que tanteaban los límites de la zona de comodidad profesional, pero ella no podía darse el lujo de esa zona, todavía no.

—Doctor Norris...

—Edmund.

—Como quiera. Edmund, si vas a mantenerme al margen de las decisiones, es mejor que me vaya ahora. No estoy aquí para enviar cartas pidiendo limosnas ni para asegurar que durante las vacaciones las reservas de conferencias y los cursos de verano estén todos llenos. Creí que lo había dejado bastante claro en la entrevista.

El inclinó la cabeza una vez, reconociendo que era cierto.

—Tú me contrataste para que creara una imagen del colegio nueva, del siglo xxi. —Hizo una pausa—. Bien, ese pequeño chasco ahí afuera hace mella en nuestra imagen de una forma que no me gusta nada, así que si me informas cuáles son los detalles legales, podemos hablar la política que adoptaremos.

La compostura que había mantenido mientras Norris le proporcionaba a regañadientes, pero en forma sucinta, los antecedentes de la huelga de inquilinos se desvaneció cuando Damia cerró la puerta de su nueva oficina.

«¡Estúpida!», protestó furiosa para sus adentros, mientras se recostaba sobre la puerta. «¡Estúpida, estúpida, estúpida!».

Un hombre tan brillante como Norris, un especialista en Lenguas Clásicas de renombre internacional, ¿ cómo podía tener una ignorancia tan crasa del grupo con el que trataba y enviar una carta estándar a todos los inquilinos del colegio en la que les pedía cortésmente que firmaran el formulario adjunto con el que admitían que el colegio siempre había sido el arrendador y que ni ellos —según su leal saber y entender— ni los arrendatarios a quienes les habían comprado o de quienes habían heredado la tenencia jamás habían pagado renta a persona o corporación alguna por dicha posesión? ¿Cómo pudo hacer semejante cosa cuando una lectura somera de la lista de inquilinos le hubiera mostrado que un tercio de la página más abajo figuraba un tal Robert Hadstowe, graduado del propio colegio al que se le pedía cooperación con tanta hipocresía?

Un graduado en abogacía.

Hadstowe infirió enseguida, sin equivocarse, que la institución se disponía a vender tierras y que, por razones que no eran claras, no poseía la documentación necesaria para probar el título de propiedad, por lo que se les pedía a quienes trabajaban sus fincas que socavaran su propia posición y la probaran. De inmediato les comunicó sus sospechas a los otros inquilinos y sugirió que una huelga de alquiler obligaría a Norris a acudir a una mesa de negociación. La vigilia silenciosa afuera del colegio y el bochorno público que se proponía causar era, como es obvio, para ejercer el máximo de presión.

—¿Por qué no estás dispuesto a negociar?

El malestar de Norris expresó con una claridad irritante que todavía estaba lejos de sentirse convencido de que ella debía tomar parte en cualquier decisión que se tomara.

—¿Edmund?

—Hemos difundido una petición a todas las familias de los ex rectores cuyo paradero pudimos ubicar para que nos suministren cualquier documento relativo al colegio que todavía tengan en su poder.

Luego calló.

—¿Y esperas que los títulos de propiedad o los documentos de la dote aparezcan y tornen irrelevantes las declaraciones juradas que les has pedido a los arrendatarios que firmen?

—Sí.

Ella habría preferido la negociación, pero al menos la posición era clara.

Testamento
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