Capítulo 13
De: Damia.Miller@kdc.sal.ac.uk
A: Lista de distribución (Proyecto Mural)
Asunto: Archivo descubierto en Toby
Estimado miembro del Proyecto Mural:
Pronto agregaremos una emocionante noticia al conjunto de información que recibiste cuando te incorporaste al proyecto. El archivo del colegio, sacado hace muchos años de allí y que ahora ha sido recuperado, quizá nos proporcione la clave que desentrañe el misterio del mural. La esperanza se fundamenta en el paquete de documentos medievales que representan los archivos más antiguos de Toby. En la actualidad son restaurados y traducidos por el archivista de la catedral ya que se trata de cartas dirigidas por William de Norwich, prior de la catedral, a Robert Copley, obispo de Salster, durante el período en que se construyó Toby. Todavía no sabemos con exactitud cómo llegó esa correspondencia al archivo del colegio. ¡Presta atención a este espacio!
Entretanto, tenemos algunas preguntas con las que quizá puedas ayudarnos. Una mirada somera a la época victoriana del archivo, que contiene una selección detallada de historia oral contada por empleados domésticos de Toby y antiguos residentes de Salster, ha revelado algunas referencias que son oscuras.
«Limosnas de Toby». Ancianos residentes de Salster interrogados en la década de 1850 dijeron que sus abuelos guardaban en la memoria una ceremonia celebrada con carácter irregular en Kineton y Dacre denominada «Limosnas de Toby». ¿Alguien puede arrojar alguna luz al respecto?
El archivo del colegio descubierto hace poco documenta el recuerdo popular de cierto verso vulgar que remite a algún tipo de maldición que caería sobre el colegio si se quitara «un palo o una piedra» de su estructura. ¿Alguien conoce el verso al que se refiere, o en qué consistiría la supuesta maldición?
Si puedes ayudarnos con cualquiera de estas preguntas, infórmalo al Proyecto del Mural.
Saludos,
Damia Miller
Directora del Proyecto del Mural
Ninguna escritura. El baúl, con sus registros de generaciones pasadas dispuestos como estratos arqueológicos invertidos, con los documentos Victorianos más recientes en el fondo, no contenían nada que probara el derecho a las tierras legadas a Toby por Richard Dacre,[6] viñatero de la ciudad de Londres.
El recambio diario de personas detrás de las pancartas de la Puerta Romana continuaba y el colegio se acercaba cada vez más a la bancarrota y a la perspectiva humillante de que Northgate y sus saludables inversiones lo rescataran o —para aquellos menos predispuestos a creer en la propaganda de Baird— se apoderaran de él.
Cuando Damia y Norris se entrevistaron con Neil Gordon en su calidad de archivista de la catedral, éste era optimista respecto a la posibilidad de que la correspondencia revelara alguna información favorable para Toby. Por otra parte, Norris, contra su costumbre, estuvo apagado, al parecer habiendo depositado su fe en el hallazgo de documentos del legado entre los papeles del archivo.
La necesidad de reforzar la deteriorada confianza de Norris en un feliz resultado sostuvo a Damia durante lo que, de lo contrario, hubiera sido un encuentro incómodo. Durante varios días había oscilado como un imán suspendido entre dos polos cambiantes mientras trataba de decidir si contactar a Neil antes de cualquier encuentro personal o fingir que no sabía que él estaba en Salster. Al fin se mostró reacia a la idea de presentarse en la catedral y pedirle que le explicara qué diablos creía que estaba haciendo allí. No quería admitir, ni siquiera en forma tácita, que la ida de Neil a Salster en el mismo momento en que Catz estaba en Nueva York pudiera ser otra cosa que una coincidencia.
Sin embargo, al finalizar la reunión, mientras autorizaba su salida del colegio, Neil le preguntó si podrían tener un encuentro menos formal para «ponerse al día».
Decididos la hora y el lugar, Damia le dio un beso rápido en la mejilla con desenfado y se dirigió a su oficina, sintiendo su mirada en la espalda hasta que llegó a la escalera y despareció de la vista.
De: Damia.Miller@kdc.sal.ac.uk
A: Listado de e-mail de ex alumnos
Asunto: Emocionante incorporación a las páginas de alumnos del sitio web de Toby
Estimados tobienses:
Espero que os guste el nuevo aspecto del sitio web inaugurado recientemente. Tengo una enorme deuda de gratitud con Nick Broom, estudiante de Toby y reconocido administrador de web, que ha hecho realidad lo que yo solo podía imaginar y esbozar en el proverbial dorso de un sobre. Por favor, poneos en contacto con él para felicitarlo y espero que coincidáis conmigo en que hizo un trabajo excepcional, además de producir también dos ensayos monográficos por semana...
Dentro de pocas semanas se agregará una página nueva a la experiencia online de los alumnos. El Libro de Negocios, una institución de Toby durante más de un siglo, subirá al sitio web. Todas las semanas escanearemos una página nueva de un año elegido al azar, en un formato al que podréis añadirles vuestras propias anotaciones. Si sabéis quién escribió las notas (o si vosotros mismos las escribisteis), pegad un Post-it electrónico para avisarnos. Si podéis presentar otros a las personas mencionadas o echar luz sobre un evento o situación referido, por favor, hacedlo. Es una forma alternativa de construir la historia de Toby; no la historia de los edificios o de los rectores y profesores, sino la vuestra, que sois el latido del colegio.
Tenemos un interés especial en que los tobienses más antiguos, aquellos que se matricularon antes de 1950, tengan acceso al sitio. Si conocéis a algún miembro que no pueda acceder a la web o que no se conecte como rutina al sitio de Toby, avisadle sobre esta nueva página. Quizá vea inmortalizados sus propios comentarios juveniles.
Muchas gracias y no olvidéis incorporaros al nuevo TobyForum, al que podéis enviar vuestros comentarios sobre éste y otros aspectos de la vida de Toby.
Muchos saludos,
Damia Miller
Gerente de Marketing
Damia se recostó en la silla y arrojó los brazos al frente como si se prepara para una sesión de inmersión. Se examinó las manos. No temblaban: la cólera que sintió frente a Neil y aquella calculada reaparición en su vida que hacía mofa de todas las veces que había defendido sus intenciones frente a Catz, había pasado. El impulso de adrenalina de enfrentamiento o evasión —tan inclinada a favor del enfrentamiento que se sorprendía— se había apaciguado. El esfuerzo de lidiar con una idea nueva, con su tamaño y forma, y de acometer la prueba de inspiración en el teclado, la habían calmado.
Una carrera para eliminar la tensión acumulada en sus músculos le daría la seguridad de que se entrevistaría con Neil a las 19:30 ya serena.
Desde el momento en que llegó a Salster con su sistema limpio y las ambiciones en alto, Damia corría por placer, para mantener el estado físico y por el murmullo de las reuniones de atletismo. Como miembro de Saxon Harriers había corrido en pistas de atletismo, en caminos, campos y en forma ocasional, en rutas para bicicletas a campo traviesa. Ahora que vivía dentro de los muros de la ciudad, había varios circuitos nuevos que podía correr desde la puerta de su casa, ninguno de los cuales suponía el humo tóxico y el ruido de motores de las carreteras principales que destruyen la paz. Aquel día, la penumbra del anochecer del veranito indio la atraía hacia lo que ella etiquetaba mentalmente como «carrera de jardines». Usando con criterio la vinculación de las calles laterales y las callecitas peatonales era posible dar vueltas alrededor de Salster atravesando los jardines públicos y corriendo en un círculo distorsionado por espacios verdes y ordenados.
Haciendo crujir la grava de los jardines de Pilgrim's Gate, logró concentrarse en la cita con Neil.
—Mia, quítate las anteojeras y huele el tocino —había dicho Catz con la estrepitosa fusión de metáforas que su pintura evidenciaba tan a menudo—. Neil no es solo un viejo amigo, es un ex novio...
—El ex novio. En singular; cuando tenía quince años y no sabía nada.
—Muy bien, lo que sea. Para él no supone ninguna diferencia, todavía estaba allí. Todavía era el novio. Está colado por ti, Mia y en algún sitio de su almita retorcida quiere que vosotros dos tengáis un futuro juntos, igual que vuestro pasado juntos.
Damia, escupiendo grava con las zapatillas deportivas, sintió frío al pensar en un futuro que se pareciera al pasado que ella y Neil habían compartido. Pero por malo que hubiera sido, el hecho incontrovertible era que Neil había estado a su lado cuando lo necesitaba. La madre de Damia había derrapado con el ómnibus VW de la comunidad, chocó contra un camión y se había matado junto con su hermano cuando ella tenía doce años y Neil había estado allí. Dos años después, cuando su padre murió de un ataque al corazón (aunque el juez de instrucción, con una perspectiva más mecánica, sentenció que se había debido a una sobredosis de heroína), Neil estaba allí. Neil y su familia la cobijaron, recogiéndola cuando los otros adultos de la comunidad habían hecho vagas protestas respecto a «asegurarse de que estaba bien» y «criarla como Maz y Tony hubieran querido».
Neil era su protector en la escuela, que con la muerte de su hermano había sido privada del único estudiante que no era blanco; su defensor cuando faltaba clase tras clase sin que nadie se preocupara por saber simplemente si estaba viva o muerta, ni mucho menos aparecer para estudiar álgebra; su apasionado amigo que tocaba la guitarra para ella, le escribía poemas, la tomaba de la mano, la besaba con dulzura y la convenció de que lo que sentían era un amor profundo y duradero y la llevó a la cama en su nido de sacos de dormir y mantas.
La comuna no había demostrado la más mínima intención de detenerlos o de colocar barreras en su camino. Se hizo un espacio físico para su relación y un espacio para que contribuyeran como pareja dentro del aparato de toma de decisiones de la comunidad. Ocurrió sin que ella lo pensara conscientemente y sin tener conocimiento de que era una decisión trascendental. Todavía aturdida y confundida por la renovada visita de la muerte, las heridas provocadas por las muertes de su madre y de su hermano vueltas a abrir en forma brutal delante del cuerpo gris y rígido de su padre, Damia se había aislado de la vida con marihuana, silencio y la negativa a pensar o sentir algo. Pasaba los días como una sonámbula, abandonó la escuela en su decimosexto cumpleaños y no volvió para hacer los exámenes del bachillerato elemental.
Cuando Neil se fue a Londres para ingresar a la universidad, no había nada que la atara a la comuna. Una semana después de que él partiera, empacó la vieja mochila hippy de viaje de su madre. Se llevó consigo la carta en donde él le decía que si superaban el primer año de separación se encontrarían en algún sitio cuando él terminara la universidad e hizo dedo hasta Mickelwell, un pueblo pequeño a unos seis kilómetros de Salster, donde un viejo amigo de su padre tenía una granja orgánica. Allí aprendió a odiar la tierra helada, a arrancar malas hierbas y a cortar puerros con los dedos tan congelados que apenas podía coger el cuchillo. También dejó el cannabis y soportó el síndrome psicológico de abstinencia de la pena postergada y de odio por haberse alejado de los estudios. Antes de la muerte de sus padres, tenía muy claro que la elección de vida que ellos habían hecho no era para ella, que trabajaría mucho, lograría recibir una buena educación y un trabajo que le permitiría vivir en una casa con agua caliente, calefacción central y alfombras en todas las habitaciones. Alfombras gruesas y altas, que llegaran a los tobillos.
Era irónico que ahora no tuviera alfombras en su pequeña casa, pensó mientras su paso uniforme la llevaba por Salster. Pero, aunque con retraso, sí tuvo educación: los exámenes de bachillerato elemental, los exámenes de educación superior y marketing. Todo conseguido mientras trabajaba en la granja orgánica con otros voluntarios, como coordinadora de Big Issue en Salster, como empleada de proyecto y como gerente de marketing y recaudadora de fondos de Gardiner Foundation, para la ayuda de personas sin techo ni hogar.
No le había dicho a Neil adónde iba; sólo le envió una carta diciéndole que Londres, aunque él estuviera allí, no era la clase de lugar que le gustaba e iba a buscar alguno más a su gusto. Le dijo que estaría en contacto y que no se preocupara, dándole a entender que viajaría, pero omitió el hecho de que el viaje se limitaría estrictamente a llevarla hasta Downs Farm, en Mickelwell.
Y se mantuvo en contacto. Tras un par de meses le escribió diciéndole que, aunque no quería herirlo, se había dado cuenta de que era gay. Estaba enamorada de una chica que se llamaba Anne y esperaba que él encontrara alguien con quien ser feliz en la universidad, alguna persona con la que pudiera ir a vivir fuera de la residencia universitaria.
Damia recordó su primer amor; los sentimientos: la confusión inicial, la pasión reprimida, el reconocimiento final, sin palabras, cuando el roce de una mano en el brazo desnudo hizo que se le cortara la respiración sin ninguna relación con el frío de la tierra helada.
Si la relación que mantuvo con Neil había significado el solaz y la familiaridad de mucho pijama lavado, la pasión que había compartido brevemente con Anne se parecía más a un cuerpo caliente e inflamado que se tendía desnudo en profundos lechos frescos y pétalos de rosa perfumados.
Aunque solo era miércoles, el restaurante estaba lleno. Damia había dispuesto encontrarse allí con Neil; todavía no estaba preparada para darle su dirección. Todavía no. Por primera vez en su vida experimentaba el lujo de vivir sola y todas las noches levantaba en forma imaginaria el puente levadizo. Ni siquiera Catz sabía la dirección de la casita cuyo piso de madera era pulido todos los fines de semana, habitación por habitación.
Neil ya la estaba esperando. Sus rizos oscuros, más largos que la última vez que lo había visto, resaltaban contra las lisas paredes blancas del restaurante que había elegido.
Avanzó más despacio mientras lo estudiaba antes de que él advirtiera su presencia. Tenía buen aspecto; de haber sido una mujer, Damia podría haber dicho que estaba radiante, sin lugar a dudas. No se parecía en nada a un hombre traumatizado por la pérdida de su compañera de siete años. El breve e-mail que le había enviado hacía unas seis semanas no le daba detalles de su separación de Angie. Solo decía que había aceptado el puesto de jefe de archivo de la catedral, vivía en la ciudad y que él y Angie ya no seguían juntos.
Si él se hubiera trasladado a Salster con Angie, Damia no lo habría pensado dos veces y le habría dicho a Catz que él era el archivista de la catedral, que el hombre —¡qué suerte!— con la clave del archivo medieval del colegio y por consiguiente, de la enigmática pintura de la pared era su viejo amigo.
Si se hubiera separado de Angie y se hubiera quedado en Londres, se lo habría dicho a Catz. Casi sin titubear.
Pero la imprevista llegada a Salster sin Angie era demasiado difícil de manejar para ella y mantenía oculta una noticia que iba a parecer mucho más sospechosa por llegar tarde.
Neil sintió su mirada y levantó la vista. Su semblante estalló en una sonrisa en la que la emoción era tan manifiesta, tan mal disimulada, que casi se paralizó. Dejó la mesa, avanzó hacia ella y poniéndole las manos en la cintura, la besó en ambas mejillas como si fuera un hermano mayor.