Capítulo 46

Kineton y Dacre College, en la actualidad

Puntos de acción.

DW-R contactar a Stephan Kingsley ref. logo.

DM para delinear el plan de marketing para el mural, herramientas, prueba de edad presentada como «La historia de Kineton».

EN contactar Sotheby's ref. venta futura de prueba de edad.

DM actuar de enlace con los corredores y el entrenador.

DW-R investigar posibilidad acercamiento directo de los estudiantes con ex miembros.

DM investigar factibilidad subasta de arte.

Damia siempre había hecho listados. Le daban la sensación de que tenía una meta. Cuando era niña hacía listados secretos de las cosas que compraría cuando fuera grande y rica, de las cosas que más ansiaba. Allí se podría leer: bizcochos de paquete, palitos de bacalao rebozado; mi propio dormitorio; alfombras mullidas; radiadores de calefacción; una aspiradora roja (el color siempre había sido importante para la joven Damia ya que había muy poco en la comuna. Incluso las ropas de sus miembros, brillantes alguna vez, tenían un gris deslucido y lavado); una caja de lata de cien lápices de color; un televisor; un grabador; un par de zapatillas blancas con lazos multicolores; un pichi rojo suave y esponjoso y eso que la mamá de Emily pone en la lavadora para suavizar la ropa. (Cosa extraña, no había deseado tener una lavadora. Quizá fuera porque de niña la habían eximido de las sesiones de lavado en las enormes piletas de la antigua lechería de la comuna).

Qué diferente sería ahora su lista de prerrequisitos para ser feliz. La decisión de Damia de no permitir que ni la falta de ortodoxia ni la tragedia de su niñez la determinaran, la había desplazado siempre por encima y lejos de sus raíces. Cada vez un poco más lejos de la comuna, cada vez un poco más cerca de sus metas. Pero su vida emocional no había avanzado en forma paralela. Si tuviera que escribir la lista de sus amores desde que abandonó la niñez y la comuna, Anne ocuparía el primer puesto no solo de una lista cronológica sino de cualquier lista que midiera la pasión, el abandono de sí misma y el gozo.

El primer amor. El éxtasis y el dolor que inflinge están comprendidos simultáneamente en todos los amores futuros, reflexionaba Damia. ¿ Se igualará a él, será diferente? Todavía soñaba de vez en cuando con Anne, sueños en los que su primer amor no era un viajero compulsivo. Y todavía, después de todos aquellos años, se despertaba con el mismo sentimiento de pérdida.

¿Los años futuros, se preguntaba, verían que sus sueños estaban llenos de recuerdos de Catz? Una imagen surgió espontánea en su mente: el friso de gente que daba vivas y que había visto pintar a su amante un día en el dormitorio principal del piso en que vivían, extraña exteriorización del júbilo que Catz había sentido por su relación casi secreta. ¿Aquellas caras animadas poblarían su sueño algún día y la alentarían a conseguir otros triunfos? ¿O tal vez aparecerían con una actitud menos alegre, las sonrisas y los chillidos reemplazados por ceños fruncidos y amenazas?

Los recuerdos de las ternuras imprevistas de Catz: el obsequio de una tela hermosa como una joya del tamaño de un libro de bolsillo en el aniversario de su primer encuentro; su habilidad para preparar una comida reconfortante cuando sabía que Damia volvía a casa abrumada de pena por la muerte de una persona sin techo; la forma en que cerraba la puerta del piso, cogía la cartera de Damia y decía: «Bienvenida a casa», como si hiciera un año que se habían separado; todas esas cosas ¿volverían, obsesionándola y acusándola de un estúpido apresuramiento por haberle enviado un ultimátum por mail?

Damia volvió a dedicarle atención a su lista y a las dos casillas sin tilde.

Como no había tenido ninguna respuesta de Catz a su explosivo mensaje electrónico, había empezado a hacer planes que le permitieran al colegio realizar un evento artístico de alto relieve sin la intervención de Catriona M. Campbell. Su idea era inaugurar un premio bianual o trienal, patrocinado por una compañía, con una cartera de acciones apropiada y una imagen pública que se beneficiaría asociándose con un colegio de Oxsterbridge. Los artistas entregarían su obra a un panel de profesionales y entendidos de renombre nacional para que la juzgara, con la condición de que todos los trabajos que participaran, salvo el ganador del premio, serían subastados en la ceremonia de entrega y lo recaudado se dividiría entre el colegio y el artista. Damia todavía tenía que someter el plan al escrutinio exhaustivo de cualquiera de las comisiones relevantes, pero confiaba en que lo aprobarían. Daba en la tecla de lo que le interesaba: prestigio, cultura y dinero.

Sin embargo, comercializar «La historia de Kineton» requería algo más que una planificación eficiente. Sabía que iban a necesitar suerte, la clase de suerte que había traído el descubrimiento de la prueba de edad y las herramientas de cantero dentro de la estatua de Toby. Aún sin el fragmento del Nuevo Testamento de Wyclif, el valor de aquellos artículos únicos y de uso cotidiano solo sería conocido cuando el relato, la Historia de Kineton, que era parte del plan de rescate del colegio, se convirtiera en realidad.

Tobías de Kineton, nacido este jueves antes de Semana Santa, de mil trescientos ochenta y cinco. Yo, Simon de Kineton, maestro cantero, su padre, doy fe.

Simon de Kineton, el mismo hombre que había empuñado las herramientas encontradas en la estatua del niño que no era, que no podía ser Toby. ¿Por qué estaba allí la estatua? ¿Quién era? El mural comenzaba a desvelar sus secretos, pero ¿les diría por fin cuál era la identidad de este niño sano y normal con mirada expectante? ¿O por qué miraba a la estatua grotesca de un hombre enjaulado del otro lado?

Se reclinó en el asiento y cerró los ojos. Los familiares óvalos gemelos se hicieron presente pared por pared: el nacimiento despiadado y la virgen serena; el niño atormentado por los demonios y el pecador...

Se enderezó de repente, haciendo girar hacia atrás la silla sobre sus ruedecillas por la rapidez del movimiento. El óvalo con el niño que se retorcía y los demonios rojos de sangre deleitados en su juego de apuñalar y atizar aparecía nítido en su mente, pese a que tenía los ojos abiertos.

Sintió que el cuero cabelludo le hormigueaba por la espeluznante revelación.

Cogió el teléfono con mano temblosa y marcó el número de la línea directa de Neil.

—Es Toby —dijo mientras estaban parados frente al segundo par de óvalos, en la penumbra sin sol del mediodía que estaba al caer. Clavó el dedo en el aire apuntando al chico atormentado primero.

—Este es Toby...

Y luego al prisionero dentro de la jaula.

—Y este es Toby lo que, presumiblemente, significa que todo esto... —hizo una pirueta estirando el brazo para englobar los ocho óvalos— se refiere a Toby. El mural es la historia de Kineton.

Ella miró la expresión prudente y no del todo convencida todavía de Neil.

—Creo que tenías razón —dijo—. Me parece que son diferentes versiones de la misma verdad. —Apuntó al chico acosado por los demonios—. Tobías atacado por los malos espíritus, que es la interpretación que hace el prior de su discapacidad. —Dio dos pasos a un costado y volvió a señalar con el dedo—. La jaula es una metáfora —le echó un vistazo rápido a Neil y luego volvió al óvalo— del estado físico de un niño que era prisionero de su propio cuerpo, un cuerpo que no podía controlar. Y —continuó antes de que Neil pudiera interrumpirla—, a diferencia de lo que decía el prior, Jesús, que suponemos está detrás de esta zona cubierta de moho, le tiende la mano como un niño inocente.

Neil revolvió las manos en los bolsillos y entrecerró los ojos, cambiando varias veces el foco de atención entre los dos óvalos.

—Bueno, encaja bien —dijo al fin—. De modo que supones que su discapacidad, su inmovilidad era... ¿qué? ¿Epilepsia?

—Es posible. Pero eso sería algo esporádico; la caja sugiere algo constante, siempre presente. Como una parálisis cerebral, por ejemplo.

Neil puso cara de «puede ser».

—Pero todo encaja bien. Quiero decir, que cuando ves a un niño con una parálisis cerebral grave que trata de hacer algo, incluso hablar o coger alguna cosa con la mano, parece que tuviera que luchar fuerte contra algo que intenta impedírselo.

Neil se corrió de lugar.

—Aceptaré tu palabra.

Damia miró el rostro petrificado y desesperado de la figura de la jaula.

—¿Descubriste algo más en las cartas sobre Toby, el niño?

—No te preocupes. Si encuentro algo, serás la primera en saberlo. —Se dio la vuelta junto con ella para salir de la sala—. Mia, ¿sabes que no trabajo tiempo completo con las cartas, no?

—Sí, por supuesto.

—Pero trataré de leerlas todas pronto.

—Gracias. Yo... necesito saber.

La miró socarrón mientras ella abría de un empujón la pequeña puerta de acceso empotrada en las puertas de roble macizo del Gran Salón.

—¿Por ti o por el colegio?

Ella empezó a descender los peldaños sin mirar a los lados.

—Por las dos cosas.

Testamento
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