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Thomas se agachó cuando oyó como la bala se dirigía a toda velocidad a la piedra de su izquierda, y por poco estuvo a punto de caer al suelo. Sus nudillos rozaron el mango de la piqueta que Church y Dagenhart habían usado para desenterrar la obra extraviada y la cogió, cuando otro disparo rompió el silencio de la noche.

Al disparo le sucedió un lastimero gemido.

Elsbeth Church había sido alcanzada. Se hizo el silencio y entonces a Thomas le pareció oír a Elsbeth que luchaba por respirar.

Taylor Bradley había caído hacia atrás y las hambrientas uñas de Elsbeth le habían arrancado las gafas de visión nocturna, pero todavía tenía la pistola y ya estaba poniéndose en pie.

Casi por acto reflejo, Thomas giró hacia la derecha, moviéndose con rapidez y dejando tras de sí una de las piedras, a continuación otra.

Bradley, percibiendo el movimiento, disparó dos veces a sus espaldas.

Thomas, en esos momentos en la entrada de la cámara de enterramiento del túmulo, se tiró al suelo y se quedó todo lo quieto que pudo. Durante unos instantes nada ocurrió, pero luego oyó la voz de Bradley.

—Sal, Thomas —dijo—. No lo pongamos más difícil de lo que ya es. Fuimos amigos.

Aquella afirmación asombró a Thomas. Después de todo, no había habido ninguna pelea entre ellos. Habían sido amigos hasta el momento en que Bradley había intentado matarlo.

Pero había algo más en su voz. Algo deliberadamente informal que sonaba fingido.

Thomas se concentró en sus pensamientos, y estos se posaron en las gafas de visión nocturna. Incluso aunque hubieran sobrevivido a la caída, Bradley no se atrevería a ponérselas en ese momento. Hacerlo requeriría mucha atención, y con Thomas a escasa distancia de él, no se atrevería a bajar la guardia.

Y si llevaba varios minutos con ellas puestas, sus ojos ya se habrían acostumbrado. En esos momentos se encontraba sumido en un tipo de oscuridad muy diferente, y sus ojos todavía estaban intentando hacerse a ella.

Thomas bordeó lentamente la entrada de la piedra, moviéndose todo lo silenciosamente que pudo hacia la siguiente. Oía la respiración entrecortada de Church en el centro del túmulo. Avanzó de nuevo, y en ese momento le pareció percibir que Bradley reaccionaba, buscando signos de algún movimiento.

Pero no se produjo ningún disparo. Bradley no sabía dónde estaba Thomas.

Comenzó a hablar con voz calma.

—De todas las personas, tú deberías saber por qué esta obra tiene que salir a la luz para que la gente pueda verla —dijo Bradley—. No puedes dejar que tipos como Dagenhart dicten la naturaleza del arte. Sal de tu escondite y presentaremos Trabajos de amor ganados al mundo. Juntos. Una celebración del amor y la vida. Sería un tributo a todo lo que valoras, Thomas. Considéralo un homenaje a la memoria de Kumi.

Las últimas palabras hicieron que Thomas se quedara inmovilizado, contra la piedra, con los pies hundidos en la tierra. Notó como se le desencajaba la mandíbula al lanzar un grito mudo, y apretó fuertemente los ojos. Pero solo durante un instante. A continuación una furia terrible se apoderó de él.

Sin pensarlo, salió de su escondite y entró en el círculo.

Bradley giró sobre sus talones y lo disparó, pero Thomas siguió corriendo, sin saber (y sin preocuparse) si lo había alcanzado. Cuatro metros más y dibujó en el aire un arco amplio y letal con la piqueta, que captó la luz de la luna y la reflejó como si de una chispa se tratara al impactar en la mano de Bradley.

Bradley gritó de ira y dolor y la pistola cayó en la oscuridad.

Los dos hombres cayeron uno encima del otro y comenzaron a forcejear, rodando e intentando ponerse en pie. La piqueta se interponía entre los dos mientras ansiaban aplastarle la tráquea al otro con ella. Thomas empujó la piqueta valiéndose de sus anchas espaldas, pero su hombro derecho seguía débil y no logró bajarla. Los ojos de Bradley, a escasos centímetros de los de Thomas, brillaron triunfales, y sonrió mientras seguía apretando y girando la piqueta hasta que Thomas quedó debajo de él. El hombro le ardía.

Levantó la rodilla y lo golpeó. Bradley flaqueó. Thomas soltó la piqueta y lo golpeó con el puño izquierdo. Una. Dos veces. A continuación estaban los dos de pie, la piqueta ya abandonada, agarrándose cual boxeadores profesionales, sacudiendo los brazos y dándose cabezazos de manera desesperada.

Bradley le soltó una patada a la pierna derecha de Thomas, e hizo que este perdiera el equilibrio y que volvieran a caer al suelo. Thomas supo entonces que iba a perder. Bradley lo golpeó debajo del ojo izquierdo y el cielo se tornó blanco durante unos instantes. A continuación otro golpe, y luego otro, y sintió que iba perdiendo la conciencia.

Intentó coger el arma, pero no la encontró. Sus energías, ya forzadas al límite, estaban flaqueando. Los golpes seguían impactándole, y el rostro (en esos momentos despiadado) de Bradley comenzó a tornarse borroso.

Entonces notó algo más. Un repentino frío húmedo y un hedor agrio tan fuerte que hizo que Thomas recuperara el sentido como si de unas sales aromáticas se tratara. Se apartó y vio que Bradley vacilaba y que su rostro pasaba de la confusión al terror en un segundo.

¡Gasolina!

Entonces vio el extremo de la piqueta por encima de sus cabezas. Fue un golpe débil, más por el propio peso del arma que por la fuerza de la persona que la blandía, pero impactó en Bradley, tras su oreja derecha, y este cayó encima de Thomas, aturdido y furioso a partes iguales.

Thomas se zafó de él y entonces vio una luz, primero un punto, amarillo y vacilante que después se propagó. Mientras Thomas intentaba discernir qué estaba ocurriendo, vio a Elsbeth con la luz que su propia mano sostenía, fuera de sí, cual Margarita de Anjou o las tres Hermanas Fatídicas de la tragedia de Macbeth, ensangrentada, con el rostro manchado de tierra y el cabello enmarañado, sosteniendo la obra en llamas.

—¡No! —gritó Bradley cuando la vio.

—Sí —murmuró ella.

Entonces le lanzó el libro a Bradley, con todas sus hojas ardiendo, y cuando este lo cogió la gasolina con la que Church lo había empapado estalló en llamas.