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Thomas estuvo una hora en una de las silenciosas y atestadas salas de lectura de la Biblioteca Británica, junto a la estación de Saint Pancras. En la sala principal de la exposición había considerables reliquias literarias, incluido el manuscrito del Beowulf y las páginas corregidas a mano de la traducción favorita de Thomas, realizada por Seamus Heaney. Le había costado mucho esfuerzo marcharse de allí y descender a las entrañas del edificio. Había tardado casi otra hora en sacarse la tarjeta de la biblioteca y en comprender el sistema, porque no se permitía coger los libros. Gran parte de la colección eran libros tan antiguos y excepcionales que solo el personal podía tocarlos y colocarlos. Una vez hubieron localizado los libros que Thomas había pedido, una luz se encendió en el que sería su escritorio en la sala de lectura, y Thomas fue hasta allí. Nadie dijo una palabra. Todo el procedimiento parecía hermético y protegido.

A diferencia de los bellos y valiosos tomos cuidadosamente manipulados por la mano enguantada de una mujer en la mesa contigua, la selección de Thomas era mucho más mundana: un atlas y un par de libros sobre historia europea. Había leído innumerables veces en la lista de personajes de Trabajos de amor perdidos la existencia del «rey de Navarra», pero ninguna de las notas a pie de página decían dónde se encontraba Navarra y nunca había oído hablar de ese lugar más allá de la obra. Tardó escasos minutos en saber el porqué.

Devolvió los libros y se marchó, primero de la biblioteca y después del hotel. Cogió el metro desde King Cross hasta la estación de Waterloo y a continuación llamó desde allí a la abadía y preguntó por Ron Hazlehurst para hacerle partícipe de su descubrimiento. El sacristán también tenía noticias, y ambos descubrimientos parecieron concordar de manera significativa.

—Mi contacto en la Sorbona asegura que Saint Evremond tenía la costumbre de obsequiar con libros a sus amigos —dijo Hazlehurst—. No está al tanto de ninguna referencia a Trabajos de amor ganados en sus cartas, pero sí recuerda una referencia a un regalo de libros al mismísimo rey de Francia en el transcurso de su reconciliación. En una carta a una anciana viuda le menciona un libro en concreto que estaba en inglés, pero que celebraba, espera, quiero decirlo bien, «el trono real del receptor». La viuda supuso que se refería al mismísimo rey de Francia. Ahora bien, el rey de Francia no aparece en Trabajos de amor perdidos, salvo su muerte al final de la obra y fuera del escenario, y es de suponer que en Trabajos de amor ganados no aparece el rey de Francia, porque la princesa ya sería reina…

—Esa era la razón de mi llamada —dijo Thomas—. El reino de Navarra se encontraba en la región vasca de los Pirineos, ocupando partes de lo que en la actualidad son Francia y España, y con su centro en Pamplona. La parte sur fue absorbida por Castilla y se convirtió en parte de España en 1513, pero la parte norte se unió a Francia en 1589, cuando el rey Enrique de Navarra se convirtió en rey de Francia. Cuando Shakespeare escribió los dos Trabajos de amor, ambos países eran a todos los efectos el mismo y se unieron oficialmente en 1620. La última reina de Navarra, un título que se sigue usando, ¡fue María Antonieta!

—¿De veras? —dijo el sacristán—. Una historia que celebra esa unión sería el regalo perfecto para poner fin al distanciamiento con su rey, ¿no le parece?

—Coincido plenamente.

—¿Y adónde le lleva todo esto?

Thomas miró el moderno tren de elegantes líneas que lo llevaría en dirección sur, bajo el canal de la Mancha.

—A Francia —respondió Thomas.

Antes de subirse al tren, llamó a Kumi a su casa en Tokio desde una cabina. Estaba adormilada, pero optimista, y Thomas dejó que hablara mientras le repetía lo que Tasha Collins ya le había contado de la operación.

—¿Qué va a suceder ahora? —le preguntó.

—Más pruebas durante los próximos días, y luego quieren comenzar con la radioterapia —dijo ella—. Una vez comience con ella, no podré viajar en seis semanas.

—Puedo ir yo allí —dijo Thomas.

—La verdad es que estaba pensando en ir a verte. A Inglaterra. Solo un par de días. Me gustaría verte y estaría bien visitar algún lugar nuevo, agradable pero desconocido.

Thomas le contó sus planes.

—¿Cuánto tiempo tienes pensando pasar en Francia? —le preguntó.

—No más de dos días —dijo. Le contó lo que había estado haciendo, las preguntas que quería responder, la pista que estaba intentando seguir.

—Bien —dijo ella—. Buscaré algunos vuelos.

—Podemos encontrarnos en Londres.

—Verás, creo que Stratford me resulta más acorde con mi ritmo actual —dijo—. Llámame en un par de días, ¿vale?

—Vale.

—Y Tom —dijo Kumi—, no te preocupes. Vamos a superar esto.