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En el coche Thomas volvió a poner la evocadora y lánguida Chalkhills and Children de XTC. Andy Partridge cantaba acerca de estar fondeado por la familia y la roca blanca de las colinas. Pero para Thomas esa roca blanca también eran los acantilados de Dover y los apuntalamientos de la región de la Champaña. Escuchar esa canción era como planear sobre los verdes campos, cual águila, contemplando al Caballo Blanco y lo que pudiera haber bajo él.

Eran las nueve en punto cuando estacionó su coche de alquiler en el aparcamiento de la ruta prehistórica de Ridgeway. No era el único coche aparcado. Había un Toyota Corolla verde lo suficientemente limpio como para ser de alquiler, aunque no vio el logo de la empresa. Quizá fuera una pareja que quería pasar la noche en las colinas, intentando redescubrir los vínculos ancestrales del caballo con la fertilidad. Pero también había una bicicleta que le era familiar.

Thomas calculó la distancia a la casa de Elsbeth Church. Unos veinticinco kilómetros. No se le había pasado por la cabeza que ella pudiera estar allí, pero en esos momentos le pareció lógico, inevitable incluso. Probablemente hubiera estado yendo allí durante años, con más frecuencia ahora que sabía que había gente buscando lo que había escondido tanto tiempo atrás. Y si estaba en lo cierto acerca de lo que estaba enterrado bajo el caballo, esas mujeres tuvieron que sacarlo de allí, al menos de manera temporal, mientras se realizaban las excavaciones. Quizá fuera en ese momento cuando comenzara todo. Daniella vio la obra y se preguntó si en vez de enterrarla de nuevo no sería mejor conseguir algo de dinero con ella. Elsbeth habría insistido en lo contrario, claro está, y quizá fuera ahí cuando las cosas comenzaron a complicarse para las dos escritoras.

Salió del aparcamiento corriendo. Estaba oscureciendo y el terreno era irregular, pero subió por la colina lo mejor que pudo, recordando el camino que había tomado ese mismo día con la acuciante sensación de que quizá fuera demasiado tarde.

Ya casi había alcanzado la cresta cuando vio luces en la carretera, abajo, un coche que se desviaba hacia el valle del Caballo Blanco, hacia el aparcamiento.

Otro de los cazadores, pensó.

Lo que podía haber pasado por una conclusión triunfal empezaba a parecer algo completamente diferente, algo apresurado y peligroso. En su desesperación, sacó su móvil estadounidense y lo encendió, pero no tenía señal, así que lo apagó de nuevo. Si sobrevivía a aquella noche, se compraría un móvil inglés.

Recordó la alambrada eléctrica justo antes de toparse con ella, y se vio obligado a frenar el paso y pasarla por encima. Probablemente tenía que haber seguido por el camino, pero al menos por ahí sabía que llegaría hasta el caballo. Estaba acalorado y sin aliento cuando llegó a la cima, y la luz era demasiado escasa para ver si había alguien más en la antigua fortaleza. Echó a correr por la hierba cortada de la cresta, hacia el caballo.

La luna ya se había puesto y las líneas de la figura de caliza brillaban de una manera increíble, resaltando más incluso que a la luz del día. Centelleaban como si fueran algo sobrenatural. Se dio la vuelta, pero el aparcamiento quedaba oculto entre los árboles, y aunque se esforzó por escuchar, no había ningún sonido de motor. Quizá quienquiera que fuera se había marchado a otra parte.

O vienen para acá.

Corrió hacia la cabeza del caballo y se puso en cuclillas. Si no hubiese estado allí, no habría notado ninguna diferencia, pero sí había estado, y estaba seguro. El círculo de caliza que era el ojo del caballo estaba más polvoriento que antes, más protuberante. Un buen chaparrón y habría regresado a su forma habitual, pero en ese momento era lo suficientemente distinto.

Alguien había pasado por allí.

Thomas se quedó mirando la luz de la luna en la roca caliza y se obligó a pensar.

El coche y la bicicleta seguían en el aparcamiento y no se había topado con nadie en el ascenso. Incluso aunque se hubiera desviado un tramo de la ruta, estaba prácticamente seguro de que no habían regresado por allí.

Entonces, ¿adónde habían ido?

La colina descendía abruptamente hasta campo abierto. No había adónde ir. Solo estaba el sendero desde la cima que solo llegaba hasta el aparcamiento y luego estaba la ruta prehistórica de Ridgeway que torcía en dirección oeste, hacia Wayland’s Smithy. Thomas vaciló. Estaba a ciegas, desesperado. Echó a correr.