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Blackstone había hablado con alguna persona de un estudio para hacer la versión cinematográfica de Trabajos de amor ganados. Escolme se lo había dicho. Había estado buscando maneras de sacar el mayor provecho posible con la revelación de la obra, y con las películas lo habría conseguido: eso a pesar del relativo fracaso de la versión cinematográfica de Kenneth Branagh de Trabajos de amor perdidos, considerada por muchos el punto más bajo de su carrera. Pero una película nueva sobre una obra antigua era una cosa, y la primera película de una obra recientemente descubierta era algo completamente distinto. Podría llegar a figurar en los libros de récords.

Así que Blackstone había hablado con Gresham. Quizá le había revelado algo acerca de la procedencia del manuscrito original como una forma de atestiguar su autenticidad. Y él había ido allí a buscarlo. ¿Él solo? ¿Ya que alguien de su estudio quería pruebas de que el manuscrito era original antes de comprometerse a realizar otra película de una obra de Shakespeare? Quizá. Dudaba mucho que hubiera demasiados expertos en Hollywood que pudieran decir de manera fidedigna si era o no de Shakespeare basándose solamente en una copia escrita a mano. Lo que quiera que ella le hubiese mostrado no le había parecido suficiente. Estaba buscando el original.

—Por favor —dijo Tivary. Le ofreció a Thomas una copa aflautada de champán dorado.

—No soy muy bebedor de champán.

—Por favor —dijo Tivary de nuevo.

Thomas se encogió de hombros, la cogió y dio un sorbo. Era seco y embriagador, lleno de titileos de festividad y celebración.

—¿Sí? —dijo Tivary con una sonrisa de oreja a oreja y la mirada fija en Thomas.

Thomas tragó y no pudo evitar devolverle la sonrisa al anciano.

—Sí —dijo.

Tivary tosió un poco al romper a reír y lo señaló con el dedo índice de manera triunfal.

—Bien —dijo, como si Thomas hubiera cedido en algún aspecto de un importante debate—. Ese Gresham —dijo Tivary—, no es el primero en husmear en mis bodegas sin ningún buen motivo. Sí es el primero en morir. La mayoría de los espías vienen de otras casas que conocemos, y la mayoría de ellos no son tan groseros y torpes como para merodear por las cuevas de esa manera. Les he hablado de Gresham y de usted a mis colegas de Taittinger en Reims porque llevo un tiempo alerta. En los últimos meses ha habido unos cuantos. Así que no puedo más que preguntarme: ¿qué están buscando? Creo que usted lo sabe, señor Knight. Creo que usted lo sabe porque también está buscándolo, ¿verdad?

Thomas observó al hombre con gesto serio, pero no dijo nada.

—Venga por aquí, por favor.

La forma de andar del anciano francés era más bien rígida, de zancadas cortas, como un gallito. Aún así, avanzaba con bastante rapidez y Thomas, casi su contrario en muchos aspectos físicos, tuvo que apretar el paso para seguirlo, y sus pisadas resonaron por la exquisitamente amueblada habitación como si un elefante entrara en una cacharrería.

Salieron de la estancia y recorrieron el camino por el que Thomas había llegado, hasta alcanzar las puertas dobles cerradas situadas en el extremo más alejado del pasillo. Tivary las abrió con una diminuta llave de latón que sacó de su chaleco y entró. Esperó a que pasara Thomas y a continuación cerró la puerta con llave.

La habitación era un espejo arquitectónico de la que acaban de salir, aunque esta era roja en vez de azul, y el diseño del mobiliario no había sido concebido para una sala de entretenimiento bien iluminada, como la anterior. Era más oscura, más vívida, más acogedora, y los escritorios estaban llenos de papeles y otras cosas. Las paredes tenían numerosos cuadros (más retratos) y la credencia y las estanterías estaban a rebosar de fotos enmarcadas, en su mayoría en blanco y negro, muchas de ellas de color sepia por el paso del tiempo. Thomas las observó por cortesía mientras Tivary le daba la espalda para marcar el número de su caja fuerte.

—Le pregunté si sabía qué estaban buscando —dijo Tivary.

—Quizá —reconoció Thomas mientras miraba a la espalda del anciano.

—Muy bien —dijo Tivary. Se giró y lo escudriñó con satisfacción—. Y por su honradez será recompensado.

Se inclinó sobre el tirador de la caja fuerte y esta se abrió.