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Thomas encontró una cabina en un pueblo cercano, Woolstone. Ya desde el primer momento no había tenido muy claro qué estaba buscando en aquel caballo, pero (al igual que en Hamstead Marshall Park) la tierra no parecía haber sido removida, y cuanto más lo pensaba, menos probable le parecía que pudiera enterrarse algo allí. El caballo era, después de todo, la piedra caliza que se hallaba bajo la hierba. ¿Cómo iban a enterrar algo en aquella roca sólida dos mujeres que acababan de perder a sus hijas?
—Patrimonio Inglés —dijo la voz de una mujer.
Thomas se presentó rápida y cortésmente y pasó a plantearle su cuestión.
—Estoy llevando a cabo un trabajo de investigación sobre el Caballo Blanco de Uffington, pero mi portátil ha muerto y no tengo un móvil inglés —dijo—. Me preguntaba si podía hacerle algunas preguntas relativas al festejo en el que limpiaban el caballo y sobre la estructura del mismo.
—No puedo decirle demasiado sin tener los documentos delante, pero si llama dentro de una hora, Grace ya estará aquí. Está fuera con unas investigaciones, pero ella podrá decirle todo lo que necesite saber.
Y más, sugirió la leve sonrisa de su voz.
—¿Grace…?
—Anson. Grace Anson. Le daré su número para que no tenga que llamar a la centralita.
Le dio las gracias, colgó y miró su reloj. Había un pub al otro lado de la carretera. Podía parar allí a cenar. La caminata en las colinas le había cansado más de lo que había sido consciente en un primer momento: una silla y un sándwich le sentarían estupendamente. Antes, otra llamada. Miró el número, lo marcó y tuvo que pasar por el procedimiento habitual y esperar pacientemente hasta que localizaron al sacristán.
—Soy Ron Hazlehurst —dijo la voz.
—Sí, mi amigo eclesiástico —dijo Thomas—. Soy Thomas Knight, su incordio americano.
A Hazlehurst le alegró mucho saber de él. Le preguntó por su «excursión» por el «continente» y en qué punto se hallaba en esos momentos. Thomas le contó la versión resumida y fue directamente al grano.
—Su contacto en la Sorbona, la persona que investigó los documentos de Saint Evremond para usted.
—François, sí —dijo.
—¿Ha hablado con él desde entonces?
—No, ¿por qué?
—Tan solo tenía curiosidad por saber si le había mencionado nuestra búsqueda a alguien más. Tengo la impresión de que otras personas sabían que yo estaba en la región de Champaña y lo que estaba buscando. La coincidencia de fechas no parece muy fortuita, por decir algo.
—Puedo llamarlo y preguntárselo —dijo el sacristán—. Puede que tarde algo porque vamos a comenzar el oficio de vísperas. ¿Hay algún número al que pueda llamarlo?
Thomas miró a su alrededor.
—Estoy en un pueblo llamado Woolstone. Hay un pub.
—¿Cuál es su nombre?
Thomas entrecerró los ojos para ver mejor la ya familiar imagen del cartel colocado junto a la puerta de madera del edificio con tejado de paja.
—El White Horse —dijo.
Naturalmente.