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Hodges le preguntó si pensaba que la legislación inglesa no le era aplicable. Se preguntó en voz alta si Thomas confiaba en su ciudadanía para librarse de sus problemas y si como estadounidense estaba acostumbrado a pensar que se hallaba por encima de las leyes y costumbres de otros países, que sus intereses y deseos (por muy frívolos y absurdos que fueran) triunfaran por encima de las demás preocupaciones. Si eso era lo que pensaba, dijo el policía, estaba muy, pero que muy equivocado.

Thomas apenas dijo nada, se limitó a negar con la cabeza y a decir cada cierto tiempo:

—No, señor, no pienso eso.

Los policías estaban siendo estudiadamente corteses y metódicos, pero Thomas no podía evitar preguntarse si no habría metido el dedo en la llaga. Había leído suficientes periódicos ingleses como para ser consciente de una preocupación recurrente ante la prepotencia estadounidense con respecto al mundo, la tendencia a actuar de acuerdo con su autoridad moral independientemente de lo que el resto de los países pensaran. Sabía que muchos europeos estaban resentidos con los estadounidenses por eso. Para ellos Estados Unidos no era el policía del mundo. Probablemente tampoco les gustara ver a estadounidenses jugando a detectives privados por allí…

Lo último que Hodges le dijo fue un tópico, a medio camino entre una explicación y una afirmación desafiante:

—¿Ha oído alguna vez la expresión «El hogar del inglés es su castillo»?

Thomas le dijo que sí.

—Bueno —dijo el policía—. Ya está en él.

Thomas fue conducido de nuevo por el pasillo, escoltado por un agente de color que lo observaba impasible mientras Hodges y el sargento continuaban con su conversación en otra parte.

Thomas pudo llamar al consulado estadounidense pero solo obtuvo asentimientos y el recordatorio de que un ciudadano estadounidense acusado de un delito en territorio extranjero estaba sometido a la legislación y sanciones de las autoridades locales, no a las de su país de origen. Sopesó la posibilidad de dar el nombre de Kumi como contacto en el Departamento de Estado, por muy irrelevante que fuera su área de trabajo y puesto a ese respecto, pero no se atrevió a hacerlo.

Tampoco es que tuviera la posibilidad de hacerlo. Tan pronto como colgó cayó en la cuenta de que había gastado su única llamada. Necesitaba llamarla, no para decirle lo que había ocurrido, sino para ver qué tal estaba. Eso era más importante.

—¿Puedo hacer otra llamada? —dijo—. La pagaré.

—¿A quién? —dijo el sargento.

Thomas miró su reloj. Sería muy tarde en Tokio. Despertar a Kumi para contarle eso era demasiado. Odiaba tener que ocultárselo, pero ella le había dicho que quería normalidad.

—Da igual —dijo.

—Quizá mañana —dijo el sargento.

Thomas estaba asintiendo cuando fue consciente de lo que acababa de oír.

—¿Voy a pasar aquí la noche?

Su tono no fue tanto de indignación como de preocupación y algo parecido a la desesperación.

—Pesquisas pendientes —dijo el sargento.

—¿Acerca de qué? —dijo Thomas, montando en cólera—. ¿Qué más tienen que investigar y averiguar?

—Cuando lo trajeron aquí, antes de que admitiera haber entrado en la casa de manera ilegal —explicó el sargento—, intentamos dar con la propietaria para preguntarle cómo había dejado la puerta al marcharse.

—Pero yo ya he reconocido haberla forzado. ¿Por qué necesitan que ella lo corrobore?

—Ahora no lo necesitamos —dijo el sargento—, pero en ese momento no lo sabíamos, ¿recuerda? Sin embargo, al intentar dar con el paradero de la señorita Church dimos con algo que complica todavía más el aprieto en el que se encuentra.

—¿El qué? —preguntó Thomas.

—No logramos localizarla —dijo el sargento—. Y si seguimos sin dar con ella, el hecho de que usted estuviera merodeando por su casa comenzaría a parecer algo más que un delito de alteración del orden público, ¿no le parece?

Thomas lo miró.

—No pueden estar pensando que yo… que soy responsable de…

—Por aquí, por favor —dijo el sargento.

—¿Adónde vamos?

—Voy a tener que pedirle que se cambie de ropa, señor.

Sacó un paquete envuelto en plástico y lo abrió. Contenía un mono blanco de un material que parecía papel.

—Necesitaré su ropa, señor.

—¿Para qué? —preguntó Thomas.

—Análisis forenses.