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Había espacio entre los árboles y la luz de la luna reveló su silueta al cruzar por entre las piedras, de lo contrario jamás lo habría visto. Se movía en silencio, con soltura, y Thomas lo reconoció al instante: era el hombre que lo había disparado en el hombro, aquel que ocultaba el rostro tras unas gafas de visión nocturna. Por un instante, antes de la subida de adrenalina, de que el temor a cómo iba a terminar aquello se apoderara de su mente, antes de todo el pánico y el terror, sintió una momentánea punzada de tristeza y se preguntó si Dagenhart no tendría razón después de todo.

Y de los cuatro que estamos aquí en este momento, en la oscuridad, ¿cuántos verán el amanecer? ¿La mitad? Menos, probablemente.

Church y Dagenhart no sabían que el hombre enmascarado estaba ahí, y Thomas no dijo nada. Era como si estuviera esperando a que sucediera algo decisivo antes de pasar a la acción, algo que lo justificase si tenía que emplear la fuerza bruta.

Entonces se oyó un chasquido y el círculo pétreo se iluminó de repente con la llama del mechero de Dagenhart. Para cuando Thomas comenzó a moverse y a gritar, ya era demasiado tarde. Provino de un extremo del círculo y al resplandor le siguió un estallido, como si un rayo hubiera alcanzado a un árbol. Fue sonoro, plano, breve, y terminó antes de poder hacer nada, así que Thomas aún se estremecía por el sonido del disparo cuando se percató de que Dagenhart había caído. La luz de la llama se apagó antes de que Dagenhart cayera al suelo. Mientras Elsbeth Church se volvía hacia las piedras, hacia el lugar desde donde habían disparado, Thomas se giró y fue junto a Dagenhart. Estaba oscuro, demasiado oscuro para ver gran cosa con los árboles tapando la luna, y tampoco había allí el característico resplandor del cielo urbano que Thomas tan acostumbrado estaba a contemplar en las noches más negras de Evanston. Así que fue con sus manos y oídos como descubrió que habían disparado a Dagenhart en el pecho y que estaba medio muerto.