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Thomas dejó el diario tras leer treinta entradas pertenecientes a los primeros seis meses del año y a continuación todas las entradas de junio, que finalizaban bruscamente el día dieciséis. El resto del diario estaba vacío. Se sentó en la silla del escritorio en silencio y solo sintió ausencia (la de ella) y fracaso (el de él).

No había nada de valor en el diario. Era un catálogo de trivialidades: quién iba a salir en el Top of the Pops, qué películas echaban por la tele, quién estaba saliendo con quién, qué ropa se había comprado o quería comprarse, alguna que otra opinión política. Era una serie de instantáneas de la vida de una chica inglesa de dieciséis años, de clase media. Una chica normal y corriente. De vez en cuando había destellos de intelectualidad (algunas referencias vacilantes a libros que estaba leyendo; desde James Herriot a Charles Dickens) expresadas con la compleja mezcla de bravuconería pretenciosa y gran entusiasmo tan propio de la adolescencia y tan familiar para Thomas, pues sus estudiantes también eran así. A esa edad, los escritos de Thomas probablemente hubiesen sido muy parecidos (hablarían menos de ropa y más de deportes, pero por lo demás prácticamente iguales). Alice se preocupaba de su cuerpo, de su pelo, pero probablemente no menos que la mayoría de chicas de su edad, aunque Thomas no sabía qué era lo que había sido lo normal en Inglaterra por aquel entonces.

Alice tenía una letra gruesa y cursiva llena de florituras, y todos los puntos (ya fueran los de final de oración como los de las íes) eran círculos diminutos. Su vocabulario era insulso y plagado de jerga, y todas las cosas parecían entrar en tres categorías: «mierda total», «mola» (la mayoría de las veces) y los menos frecuentes «guay», «fabuloso» y «excelente». Muchas cosas «estaban tiradas», refiriéndose a la vez a que eran sencillas y divertidas, y las experiencias menos satisfactorias estaban señaladas con «Oh, tragedia».

A pesar de esos trazos mínimos de su personalidad, lo que realmente desprendían esas páginas era una sensación de comunidad: un grupo de chicas de instituto cuyos nombres o motes aparecían incluso en aquellos días en que Alice no las veía. «No voy a ver a Pippa hoy», escribió. «Nos hemos reído mucho, pero Liz estaba en la peluquería y no ha podido venir a comprar la utilería.»

¡Comprar la utilería!

¿De qué podía tratarse? ¿Discos? ¿Ropa? La pretensión de comprar «utilería» era ridícula y a la vez enternecedora. Eran niñas jugando a ser adultas.

«Debs y Nicki se han pasado todo el día en Bruno: cuando Pippa y yo salimos de la tienda de fotos seguían aún allí y ¡solo habían pedido dos tazas de café entre las dos!» «Fuimos a limpiar el caballo, pero Liz, Debs y Nicki no han podido venir. Lo que se han perdido. Ha sido genial. Más que genial.»

Y así proseguía. El nombre que más aparecía era el de Pippa. Era la mejor amiga de Alice, la persona con la que compartía ideas políticas y, más importante todavía, gustos musicales. Iban a comprar discos juntas y pasaban horas escuchando sus álbumes y sencillos: Depeche Mode, Duran Duran, Yazoo, Elvis Costello, Dexy’s Midnight Runners, Madness, Spandau Ballet, Blondie, Haircut 100 y New Order. En primer lugar de la lista, claro está, se hallaba XTC, que eran brillantes, talentosos y de la zona. Gran parte del diario hablaba de la meteórica trayectoria del grupo: el enorme éxito de English Settlement y la publicación del single que casi se había convertido en un himno nacional, Senses Working Overtime, seguido de los rumores de que las cosas no iban muy bien en su gira internacional.

Alice había rebuscado entre las publicaciones musicales, cual fan devota, para intentar hacerse una idea de qué era lo que estaba ocurriendo con lo que se suponía que iba a ser la gira con la que XTC conquistaría el mundo. Era su momento. Se habían granjeado un público fiel con sus anteriores álbumes, sobre todo con Drums and Wire y Black Sea, y eran los niños mimados de la prensa musical. En marzo su confianza pareció tambalearse levemente y ya en abril estaba claro que algo terrible había ocurrido. «Dicen que Andy sufre de pánico escénico», escribió Alice. «¿Cómo es posible que Andy Partridge, uno de los mejores cantantes de pop del momento, tenga pánico escénico?» Pero nunca encontró una respuesta satisfactoria, y aunque confiaba en que la cancelación de la gira fuera solo un problema temporal, parecía consciente de que su querido grupo jamás alcanzaría la gloria que merecía.

Thomas sonrió con nostalgia. Si siguiera con vida, Alice tendría su edad y, aunque sus gustos eran quizá demasiado eclécticos, tenían muchas cosas en común. Muchos de los grupos que le habían gustado a Alice también le habían gustado a él, aunque los hubiera olvidado por completo. Le gustó más incluso por eso, y porque ese imperfecto sincretismo desmentía algunos de sus pontificios altaneros acerca de libros y política. Era una joven inteligente, y las discusiones que tenía con sus amigas acerca de cuál era la mejor canción de The Jam, o si Adam Ant hacía música diferente a la de los Nuevos Románticos, o si tanto uno como otros deberían considerarse un nuevo tipo de música, eran discusiones serias, bien meditadas y argumentadas, si bien sazonadas con la idolatría propia de las admiradoras. En esas peroratas dogmáticas era donde oía su verdadera voz, no en su postura moralista al hablar de literatura o de la política laborista. Había sido una chica normal, tan normal y corriente como él lo había sido, más brillante quizá, más seria, pero por lo demás una típica adolescente. Resultaba difícil pensar que había muerto a esa edad, y más todavía que las chicas de las que hablaba (su pandilla) probablemente fueran aquellas que habían muerto con ella.

Estaba a punto de dejar el diario sobre la cama cuando este se le cayó y se abrió. Entonces se dio cuenta de que el diario iba de mediados de junio, la última entrada de Alice, a finales de julio. Habían arrancado un mes entero del diario, y con esas hojas también había desaparecido cualquier información de lo que Alice había estado haciendo en las semanas previas a su muerte.

Thomas estaba reflexionando sobre aquello cuando oyó pisadas fuera, en las escaleras.