Venecia
JULIO 1689

 

La república de Venecia comenzó de la siguiente forma: una multitud despreciable que huyó ante la furia de los bárbaros que conquistaron el Imperio Romano se refugió en algunas islas inaccesibles del golfo Adriático… SU ciudad vemos elevada a un esplendor y magnificencia prodigiosos, y sus ricos mercaderes se mezclan con la antigua nobleza, y todo eso gracias al comercio.

 

DANIEL DEFOE,
Un exposición del comercio inglés

 

La carta de Leibniz desde Venecia

Para Eliza, condesa de la Zeur y duquesa de Qwghlm
De G.W. Leibniz
Julio de 1689
Eliza,
Sus recelos con respecto al servicio de correo veneciano han resultado una vez más no ser fundados: su carta me llegó con rapidez y sin ningún rastro evidente de manipulación. En realidad, creo que ha estado pasando demasiado tiempo en La Haya, porque se está volviendo tan remilgada y mojigata como una holandesa. Debe venir aquí a visitarme. Así verá que incluso la gente más pervertida del mundo no tiene problemas para entregar el correo a tiempo y hacer, además, otras muchas cosas difíciles.
Mientras escribo estas palabras estoy sentado cerca de una ventana que mira a un canal, y dos gondoleros, que hace un minuto casi chocan, se lanzan amenazas de muerte el uno al otro. Aquí esas cosas pasan continuamente. Los venecianos incluso le han dado un nombre: «Furia del canal.» Algunos dicen que se trata de un fenómeno totalmente nuevo, insisten en que antes los gondoleros no se gritaban de esa forma. Para ellos es un síntoma del ritmo excesivo de cambio del mundo moderno, y lo comparan con el envenenamiento por azogue, que ha convertido a tantos alquimistas en lunáticos inestables e irritables.
La vista desde la ventana ha cambiado muy poco en cien años (Dios sabe que a mi habitación podría venirle bien algo de mantenimiento), pero las cartas dispersas sobre mi mesa (todas entregadas puntualmente por los venecianos) hablan de cambios como el mundo no ha visto desde la caída de Roma y el emperador vagabundo trasladó la corte a esta ciudad. No sólo Guillermo y María han sido coronados en Westminster (como usted y otros muchos tuvieron la amabilidad de informarme), pero en el mismo correo recibí noticias de Sofía Carlota en Berlín relativas a un nuevo zar en Rusia, llamado Pedro, tan alto como Goliat, tan fuerte como Sansón y tan inteligente como Salomón. Los rusos han firmado un tratado con el emperador de China, fijando la frontera común siguiendo cierto río que ni siquiera aparece en los mapas, pero por lo que parece Rusia se extiende ahora hasta el Pacífico, o (dependiendo del conjunto de mapas a los que se dé crédito) hasta América. ¡Quizá ese Pedro podría caminar hasta Massachusetts sin mojarse los pies!
Pero Sofía Carlota dice que el nuevo zar tiene la vista fija en occidente. Ella y su incomparable madre ya están maquinando para invitarle a Berlín y Hannover para poder flirtear con él en persona. No me lo perdería por nada; pero Pedro tiene muchos rivales a los que aplastar y muchos turcos a los que matar antes de poder considerar semejante viaje, así que tengo tiempo de sobra para regresar de Venecia.
Mientras tanto, esta ciudad mira a oriente: los venecianos y los otros ejércitos cristianos aliados con ellos siguen haciendo retroceder a los turcos, y aquí nadie habla de otra cosa que no sean las últimas noticias llegadas en el correo, o cuándo se espera que llegue el próximo correo. ¡Para aquellos que nos sentimos más interesados por la filosofía, las cenas son tediosas! La liga cristiana ha tomado Lipova, que, como debe saber, es la puerta de entrada a Transilvania, y hay esperanzas de que pronto podrán hacer que los turcos se retiren hasta el mar Negro. Y en un mes podré escribirle otra carta con las mismas frases pero con un conjunto diferente de nombres incomprensibles. Pena de Balcanes.
Perdóneme si me muestro frívolo. Venecia parece causarme ese efecto. Financia sus guerras a la antigua, imponiendo tasas al comercio, y eso naturalmente limita su amplitud. En contraste, las noticias que me llegan de Inglaterra y Francia son muy inquietantes. Primero me dice usted que (según sus fuentes en Versalles) Luis XIV está fundiendo el mobiliario de plata de los Grands Appartements para financiar un ejército aún mayor (o quizá le apetecía cambiar la decoración). Luego, Huygens me escribe desde Londres que el gobierno de allí ha tenido la idea de financiar el ejército y la armada creando una deuda nacional, empleando a toda Inglaterra como garantía, e imponiendo un nuevo impuesto reservado para pagarla. ¡Apenas puedo imaginar la conmoción que esas innovaciones deben haber creado en Amsterdam! Huygens también mencionaba que el barco que tomó para atravesar el mar del Norte estaba atestado de judíos de Amsterdam que parecían llevar todas sus posesiones y haciendas a Londres. Sin duda, parte de la plata que solía formar parte de la silla favorita de Luis ha llegado por esa ruta, a través del gueto de Amsterdam, hasta la Torre de Londres, donde ha servido para acuñar nuevas monedas con los perfiles de Guillermo y María, y luego la enviaron a Chatham a pagar nuevos barcos de guerra.
Hasta ahora, por aquí, la declaración de guerra de Luis contra Inglaterra parece haber tenido muy poco efecto. La armada del duque d’Arcachon domina el Mediterráneo, y se rumorea que ha abordado a muchos mercantes holandeses e ingleses en Esmirna y Alejandría, pero hasta ahora no se ha producido ninguna batalla naval que yo sepa. Igualmente, se dice que Jacobo II ha desembarcado en Irlanda, desde donde piensa lanzar ataques sobre Inglaterra, pero no tengo más noticias.
Mi preocupación principal se refiere a usted, Eliza. Huygens me ofreció una buena descripción. Le emocionó mucho que usted y esas princesas de las que se ha hecho amiga —Eleanor y la pequeña Carolina— se tomasen la molestia de ir a despedirle en su viaje a Londres, especialmente considerando que usted estaba enormemente embarazada en esas fechas. Hizo uso de varías metáforas astronómicas para transmitirme su redondez, su enormidad, su esplendor y su belleza. El afecto que siente por usted es evidente, y creo que se siente algo triste de no ser el padre (por cierto, ¿quién es? Recuerde, estoy en Venecia y puede contarme lo que sea que no me va a sorprender).
En cualquier caso, sabiendo lo mucho que le atraen los mercados financieros, temo que los trastornos recientes le hayan arrastrado al furor de la Damplatz, que no sería lugar para alguien en una situación tan delicada.
Pero tiene poco sentido que me preocupe ahora, porque a éstas alturas habrá entrado en su confinamiento, y usted y el bebé habrán salido vivos o muertos, y habrán ido al cuarto de los niños o a la tumba; rezo por que los dos estén en el cuarto de los niños; cuando veo una Madona con el niño (lo que en Venecia me sucede como tres veces por minuto) fantaseo con que es un hermoso retrato de usted y el bebé.
De la misma forma, envío mis plegarias y mejores deseos a las princesas. Su historia ya era triste antes de que la guerra las convertiese en refugiadas. Es bueno saber que en La Haya han encontrado un puerto seguro, y una amiga como usted para hacerles compañía. Pero las noticias del frente del Rin —el cambio de manos de Bonn y Mainz y demás— sugieren que no podrán regresar pronto a ese lugar en el que vivían su exilio.
Me plantea muchas preguntas sobre la princesa Eleanor, y su curiosidad ha despertado la mía; usted me recuerda a un mercader que está considerando una transacción importante con alguien a quien no conoce muy bien, y que comprueba sus referencias.
No conozco en persona a la princesa Eleanor, sólo he oído descripciones extrañamente reservadas sobre su belleza (por ejemplo, «es la princesa alemana más hermosa»). Conocí a su difunto esposo, el margrave Juan Federico de Brandenburgo-Ansbach. De hecho, pensaba en él el otro día, porque al nuevo zar de Rusia se le describe a menudo en los mismos términos que en su momento se empleaban con el difunto esposo de Eleanor: adelantado, de mente moderna, obsesionado con asegurar la posición de su país en el nuevo orden económico.
El padre de Carolina hizo lo posible por recibir a los hugonotes o a cualquiera que tuviese habilidades inusuales, e intentó convertir Ansbach en un centro de lo que su amigo y mío, Daniel Waterhouse, gusta en llamar Artes Tecnológicas. Pero también escribió novelas, como el fallecido Juan Federico, y ya conoce mi vergonzosa debilidad por las mismas. Adoraba la música y el teatro. Es una pena que la viruela se lo llevase, y un crimen que su propio hijo hiciese que Eleanor se sintiese allí tan mal recibida como para abandonar la ciudad con la pequeña Carolina.
Aparte de esos hechos, que todo el mundo conoce, todo lo que puedo ofrecerle relativo a las dos princesas son rumores. Sin embargo, mis rumores son copiosos y de excelente calidad. Porque Eleanor aparece en las maquinaciones de Sofía y Sofía Carlota, así que su nombre se menciona de vez en cuando en las cartas que vuelan entre Berlín y Hannover. Creo que Sofía y Sofía Carlota intentan organizar una especie de superestado en el norte de Alemania. Algo así no podría existir sin príncipes; hay pocos príncipes y princesas alemanes y protestantes, y el número sigue disminuyendo mientras la guerra se alarga; las princesas hermosas carentes de marido son, por tanto, excepcionalmente apreciadas.
Si la hermosa Eleanor fuese rica podría controlar, o al menos influir en, su propio destino. Pero como las desavenencias con el hijastro la han dejado sin un penique, su único recurso es su cuerpo y su hija. Como su cuerpo ha demostrado la capacidad de fabricar pequeños príncipes, ha sido enajenado por poderes superiores. Me sorprendería mucho si en unos años su amiga la princesa Eleanor no está viviendo en Hannover o Brandenburgo, casada con un miembro de la realeza alemana más o menos horroroso. Le aconsejaría que se buscase uno de esos ligeramente excéntricos, que al menos le daría una vida más interesante.
Espero que no parecer insensible, pero ésos son los hechos del asunto. No es tan malo como suena. Está en La Haya. Allí estarán seguras, lejos de las atrocidades que el ejército de Louvois comete contra los alemanes. Hay ciudades más deslumbrantes, pero La Haya es perfectamente adecuada, y una gran mejora sobre las madrigueras de conejo de la selva de Turingia donde, según los rumores, Eleanor y Carolina han estado viviendo los últimos años. Lo mejor de todo es que, mientras sigan en La Haya, la princesa Carolina se expone a usted, Eliza, y aprende a ser una gran mujer. Independientemente del destino de Eleanor a manos de esas dos temibles casamenteras, Sofía y Sofía Carlota, Carolina, creo yo, aprenderá de usted y de ellas cómo administrar sus asuntos de tal forma que, cuando llegue a la edad de casarse, podrá elegir el mejor príncipe y el mejor reino para ella. Y eso ofrecerá consuelo a Eleanor en su madurez.
En cuanto a Sofía, nunca quedará satisfecha sólo con Alemania, su tío fue rey de Inglaterra y ella sería su reina. ¿Sabe que habla un inglés perfecto? Así que aquí me encuentro, muy lejos de casa, intentando encontrar hasta el último de los antepasados de su esposo entre güelfos y gibelinos. ¡Ah, Venecia! Todos los días me postro de rodillas y doy gracias a Dios de que Sofía y Ernesto Augusto no desciendan de personas que vivieron en lugares como Lipova.
En cualquier caso, espero que usted, Eleanor, Carolina y, Dios lo quiera, su bebé estén todos bien, y que cuiden de ustedes diligentes amas holandesas. Escriba tan pronto como le apetezca.

 

LEIBNIZ

 

P.S. Estoy tan disgustado con la aproximación mística de Newton a la fuerza que estoy desarrollando una nueva disciplina para estudiar esa materia. Estoy pensando en llamarla «dinámica», que deriva de la palabra griega para «fuerza»; ¿qué opina del nombre? Yo sé griego al revés y al derecho, pero usted tiene buen gusto.
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