A bordo de la «Minerva», bahía de
Cabo Cod, Massachusetts
NOVIEMBRE 1713
Ese material en su oscura natividad
el abismo nos entregará preñado de fuego infernal
que al cargarse en dispositivos largos y redondos
y bien comprimido, al contacto con el fuego por el otro lado
dilatado y furioso lanzará, desde lejos y con estruendo, contra nuestros enemigos
tales atrocidades que los harán saltar en pedazos
y destruirá cualquier cosa que se le oponga,
que temerán que hemos despojado
al Tonante de su temible rayo.
MILTON, El paraíso perdido
Cañones de la Minerva, 1713
Robando unos minutos de descanso en su camarote entre enfrentamientos, el humor de Daniel es serio. Pero se trata de solemnidad, no la de un hombre implicado en un proyecto para matar a otros hombres (¡por amor de Dios, llevan haciéndolo todo el día!), sino del que ha apostado su vida a cierto resultado. O que ha sido apostada por él por parte de un capitán que muestra síntomas de poseer una —cuál es la forma diplomática de decirlo— rica y compleja vida interior. Evidentemente, en cuanto te subes a un barco pones tu vida en manos del capitán… pero…
Alguien se está riendo en la cubierta de popa. La alegría contrasta con el humor sombrío de Daniel y le molesta. Se trata de una risa insultante y algo cruel, pero no carente de sincera alegría. Daniel busca a su alrededor algo duro y pesado con lo que golpear el techo cuando comprende que se trata de Van Hoek, y lo que le tiene muerto de risa es alguna especie de término técnico holandés: la zog.
Ruidos de rodamiento en la cubierta superior,[31] y de pronto la Minerva es un barco totalmente diferente: ladeándose un poco más que antes, pero también agitándose de un lado a otro más potentemente. Daniel infirió que se había producido un tremendo cambio de peso. Poniéndose en pie, y regresando al alcázar comprueba que es cierto: allí hay varias carronadas bulbosas, nada más o menos que trabucos de varias toneladas, con grandes agujeros, corto alcance, malísima precisión. Pero (no es por destacarlo demasiado) grandes agujeros en los que los cañoneros están metiendo ahora todo tipo de material de hierro: pares de balas de cañón encadenadas, clavos, palancas redundantes, grupos de metralla apilados en zuecos y atados con enormes e inteligentes nudos marineros. Una vez cargadas, las carronadas se llevan hasta el borde, lo que incrementa enormemente el momento de inercia de la nave, lo que explica el cambio en el periodo de balanceo…
—¿Calcula nuestras posibilidades, señor Waterhouse? —pregunta Dappa, descendiendo una escalera inclinada que baja desde la cubierta de popa.
—¿Qué significa zog, Dappa, y por qué es tan gracioso?
Dappa adopta una expresión alerta como si no tuviese la más mínima gracia, y apunta por encima de media milla de aguas abiertas hacia una goleta que enarbola una bandera negra con un reloj de arena blanco. La goleta está en la proa del viento[32] en un rumbo paralelo pero con la esperanza evidente de converger, y aferrarse, a la Minerva en el futuro cercano.
—¿Aprecia su miserable avance? Estamos dejándola atrás, aunque no hemos desplegado la vela mayor.
—Sí, iba a preguntarlo, ¿por qué no la hemos desplegado? Es la vela más grande del barco e intentamos ir deprisa, ¿no?
—Tradicionalmente los artilleros son los encargados de desplegar la vela mayor. El no desplegarla hará que Teach piense que andamos cortos en esa área, e incapaces por tanto de disparar todos los cañones al mismo tiempo.
—¿Pero no valdría la pena mostrar la mano si con eso superásemos a esa goleta?
—La superaremos de todas formas.
—Pero ella quiere que nos desplacemos en ángulo recto a su posición, ¿no es así?… ése es el sentido de ser pirata… así que quizás haya lanzado anclas flotantes, y es por eso que avanza tan penosamente.
—No necesita lanzar anclas flotantes a causa de su terrible zog.
—Ahí está otra vez… ¿cuál, pregunto, es el significado de esa palabra?
—¡Su estela, mire su estela! —dice Dappa, agitando un brazo con furia.
—Sí… ahora que estamos tan, mm, inquietantemente cerca puedo ver que su estela es suficiente para volcar un bote ballenero.
—Esos malditos piratas la han cargado con tantos cañones que navega demasiado sumergida y por tanto tiene una enorme y fea zog.
—¿Se supone que eso debe tranquilizarme?
—Es una respuesta a su pregunta.
—Entonces, ¿zog significa «estela» en holandés?
Dappa el lingüista sonríe un sí. La mitad de sus dientes son blancos, la otra mitad son de oro.
—Y es una palabra mucho mejor, porque proviene de zuigen, que significa «chupar».
—No entiendo.
—Cualquier marinero le dirá que la estela de un barco chupa la popa, reteniéndola: cuanto más grande es la estela mayor es la succión, y menor el avance. Esa goleta, doctor Waterhouse, está chupada.
Palabras furiosas de Van Hoek. Dappa desciende corriendo a la cubierta superior para terminar el recado que Daniel había interrumpido. Daniel le sigue, luego va a popa, esquiva el cabestrante y desciende la estrecha escalera que lleva a la zona más hacia popa de la cubierta de cañones. Allí entra en la habitación en la popa donde practica el hábito de tomar las medidas de temperatura. Comienza un peliagudo trayecto por la habitación, en dirección al grupo de ventanucos inferiores. Para un terrícola la habitación parecería agradablemente espaciosa, para Daniel está desesperadamente carente de puntos de apoyo, lo que significa que cuando la nave se agita, Daniel cae a una gran distancia, y gana más velocidad, antes de chocar con algo lo suficientemente grande para detenerle. En cualquier caso, llega a los ventanucos y mira la zog de la Minerva. La tiene, seguro, pero comparado con la goleta, la Minerva apenas chupa. Los Bernoulli se lo pasarían en grande con esto…
También hay un queche pirata convergiendo hacia ellos desde sotavento, más o menos como la goleta lo hace desde barlovento, y Daniel está bastante seguro de que el queche no chupa nada. Está seguro de ver anclas flotantes siguiéndole. La Minerva muerta al viento, lo que significa que está tan a contraviento como es posible; puede virar a sotavento pero no puede virar más hacia el viento. Como el queche está a sotavento —a barlovento de la Minerva— alejarse del viento enviaría a la Minerva directamente al fuego de mosquete y garfios que sin duda ya se está preparando en las cubiertas y cofas. Pero el queche, por la disposición de los aparejos, puede navegar en cualquier caso cerca del viento. Por tanto, incluso si la Minerva mantiene el rumbo, el queche acabará intersectándola, conduciéndola hacia la chupada (por estar muy armada) goleta.
Todo esto explica la segunda razón de Daniel para venir a esta habitación: está todo lo lejos que se puede estar de la lucha sin saltar por la borda. Pero no encuentra el solaz que busca, porque desde aquí puede ver dos barcos pirata adicionales acercándose a ellos por la popa, y parecen mayores y mejores que cualquiera de los otros.
Una explosión, luego otra, luego muchas simultáneas; evidentemente algo organizado. Daniel sigue con vida, la Minerva todavía flota. Abre de un golpe la puerta a la cubierta de cañones, pero esta oscura y tranquila, los artilleros están reunidos en los cañones de babor, ninguno de los cuales se ha disparado. Debieron ser esas carronadas en la cubierta superior disparando las cargas de quincalla.
Daniel se gira y mira por el ventanuco para ver al queche quedarse atrás, en el cuadrante a sotavento.[33] Aunque ya no es reconocible como queche, simplemente es un casco cargado de aparejos enredados y colgantes, y recién salpicado de astillas de madera. Uno de los cañones se enciende y algo terrible viene directamente hacia él, grande y extendiéndose. Comienza a caer, más por el vértigo que por un plan coherente. Los vidrios de todas las ventanas estallan en dirección a Daniel, empujados por el muro de perdigones. Sólo algunos le golpean en el rostro, y ninguno en los ojos, más suerte de la que un filósofo natural puede explicar cómodamente.
La puerta ha vuelto a quedar abierta, ya fuese por el impacto de perdigones o porque él se ha caído hacia atrás, por lo que la mitad de su cuerpo descansa en la cubierta de cañones. De pronto, un brillo calienta sus párpados bien cerrados. Podría ser un coro de ángeles, o un escuadrón de demonios flamígeros, pero no cree en esas cosas. O podría ser la santabárbara de la Minerva estallando. Pero eso implicaría gran estruendo, y los únicos ruidos que oye son el quejido y gruñido de los cañones empujados. A su nariz, llega una refrescante brisa marina. Acepta el riesgo y abre los ojos.
Todas las portañolas a babor están ahora abiertas y todos los cañones sobresalen. Los artilleros están tirando de bloques y poleas, moviendo las armas de un lado a otro —otros fijando las partes posteriores de los cañones con palancas y encajando cuñas con martillos— hay, está claro, tantos preparativos como para una boda real. Luego se saca un fuego, con el balanceo del barco cuidadosamente cronometrado, y a Daniel… al pobre Daniel no se le ocurre ponerse las manos sobre las orejas. Oye el disparo de uno o dos cañones antes de quedarse sordo. Luego sólo se trata de un tubo de hierro de cuatro toneladas tras otro lanzándose hacia atrás con la ligereza de un rehilete.
Ahora está bastante seguro de estar muerto.
Hay otros hombres muertos a su alrededor.
Están tendidos en la cubierta superior.
Un par de marineros están sentados sobre el cadáver de Daniel, mientras otro usa una aguja para torturar su carne muerta. Volviendo a coser sus miembros separados, cerrando la grieta de su abdomen para que no se le salga nada. ¡Vaya, así es como se siente un perro callejero en manos de la Royal Society!
Mientras Daniel está tendido de espaldas, sólo puede ver el cielo, aunque si gira la cabeza —una hazaña asombrosa para un hombre muerto— puede ver a Van Hoek en la cubierta de popa aullando por medio de su trompetilla, que está dirigida casi directamente hacia abajo sobre la baranda.
—¿Qué puede estar gritando? —pregunta Daniel.
—Disculpe, doctor, no sabía que se había despertado —dijo una Inmensa Columna de Sombra, hablando con la voz de Dappa, y retrocediendo para bloquear el sol de la cara de Daniel—. Está parlamentando con ciertos piratas que han venido desde la nave insignia de Teach con una bandera de tregua.
—¿Qué quieren?
—Le quieren a usted, doctor.
—No comprendo.
—Piensa demasiado, no hay nada que comprender, es totalmente simple —dice Dappa—. Se acercaron remando y dijeron: «Denos al doctor Waterhouse y todo está olvidado.»
El doctor Waterhouse debería pasar ahora un buen rato asombrado. Pero su estupefacción no dura más que un momento. La sensación de pedazos de hilo de seda atravesando nuevos agujeros en su carne hace que la reflexión seria sea totalmente imposible.
—Lo haréis… claro —es lo mejor que se le ocurre.
—Cualquier otro capitán lo haría… pero quien arregló su pasaje a bordo debía de conocer bien las opiniones del capitán Van Hoek con respecto a los piratas. ¡Mire! —Y Dappa se aparta para ofrecer a Daniel la visión total de algo más extraño que cualquier cosa que un labriego pagaría por ver en la feria de St. Bartholomew: un hombre con mano de martillo que sube por los aparejos de la nave. Es decir, uno de sus brazos no termina en una mano, y tampoco en un garfio, sino en un martillo de verdad. Van Hoek asciende hasta una altura adecuadamente peligrosa, junto a los colores que flamean desde el palo de mesana: una bandera holandesa, y debajo de ésta, una más pequeña que muestra el patronazgo. Después de asegurarse la posición, tejiendo sus miembros entre las cuerdas de forma que su cuerpo pasa a formar parte de los aparejos comienza a sacarse clavos de la boca y los encaja uno a uno a través del borde de las banderas para unirlas al mástil.
Parece que ahora todos los marineros que estaban sentados sobre Daniel han subido a los aparejos, desplegando un conjunto ridículamente grande de velas. Daniel nota con aprobación que por fin han desplegado la vela mayor, esa charada ha terminado. Y más aún, la altura de la Minerva aumenta milagrosamente a medida que los masteleros se proyectan telescópicamente. Una progresión asintótica de trapezoides cada vez más pequeños se extiende sobre sus vergas de frágil aspecto.
—Es un gesto glorioso por parte del capitán… ahora que ha hundido la mitad de la flota de Teach —dice Daniel.
—Sí, doctor… pero no la mitad buena —dice Dappa.