El Exchange
{Entre Threadneedle y Cornhill}
SEPTIEMBRE 1686

 

Encuentro que hombres (tan altos como árboles) escriben
en forma de diálogo; pero sin embargo ningún hombre les menosprecia
por escribirlos; si abusan de la verdad,
que ellos, y el arte que emplean, malditos sean
para ese fin; pero qué la verdad sea libre
para llegar a ti, y a mí,
de la forma que mejor agrade a Dios.

 

JOHN BUNYAN, El progreso del peregrino

 

Una escena en el Exchange

 

PERSONAJES

 

DANIEL WATERHOUSE, un puritano.

SIR RICHARD APTHORP, un antiguo orfebre, propietario del banco Apthorp.

UN HOLANDÉS.

UN JUDÍO.

ROGER COMSTOCK, marqués de Ravenscar, un cortesano.

JACK KETCH, ejecutor principal de inglaterra.

UN HERALDO.

UN ALGUACIL.

EDMUND PALLING, un anciano.

COMERCIANTES.

ADLÁTERES DE APTHORP.

PARÁSITOS Y PEDIGÜEÑOS DE APTHORP.

LOS AYUDANTES DE JACK KETCH.

SOLDADOS.

MÚSICOS.

 

ESCENA: Un patio rodeado de columnas.

 

Descubrimos a Daniel Waterhouse, sentando en una silla entre Comerciantes que gritan y se pelean.

Entra Sir Richard Apthorp, con adláteres, parásitos y pedigüeños.

 

APTHORP: No puede ser… ¡Doctor Daniel Waterhouse!
WATERHOUSE: ¡Bien hallado, sir Richard!
APTHORP: ¡Sentado nada menos!
WATERHOUSE: El día es largo, sir Richard, y las piernas están cansadas.
APTHORP: Ayuda mantenerse en movimiento… que es el sentido final del Exchange, por cierto. Estamos en el templo de Mercurio… ¡no de Saturno!
WATERHOUSE: ¿Pensaba que estaba mostrándome saturnino? Saturno es Cronos, el dios del tiempo. Para un personaje verdaderamente saturnino haría mejor en fijarse en el señor Hooke, el relojero más importante del mundo…

 

Entra el holandés.

 

HOLANDÉS: ¡Señor! ¡Nuestro señor Huygens le enseñó a su señor Hooke todo lo que sabe!

 

Sale.

 

WATERHOUSE: Países diferentes honran a los mismos dioses bajo nombres distintos. Los griegos tienen a Cronos, los romanos a Saturno. Los holandeses tienen a Huygens y nosotros tenemos a Hooke.
APTHORP: Si no es usted Saturno, ¿entonces quién es para aguardar su momento sentado, lóbrego y pensativo, en medio del Exchange?
WATERHOUSE: Soy el que nació para ser el participante designado por su familia en el Apocalipsis; que recibió su nombre del libro más extraño de la Biblia; que salió de Londres con la Plaga y penetró con el Fuego. Escolté a Drake Waterhouse y al rey Carlos de este mundo, y con estas dos manos devolví la cabeza de Cromwell a su tumba.
APTHORP: ¡Asombroso! ¡Señor!
WATERHOUSE: Últimamente me han visto merodeando por Whitehall, todo vestido de negro, aterrorizando a los cortesanos.
APTHORP: ¿Qué trae al señor Plutón al templo de Mercurio?

 

Entra el Judío.

 

JUDÍO: Con su permiso, con su permiso, señor… dígame… ¿dónde se encuentra el tablero?

 

Se aleja.

 

APTHORP: Ve que tiene una silla y espera que sepa dónde esta la mesa.
WATERHOUSE: Eso sería mesa. Quizá se refería a banca, mostrador…
APTHORP: Todos los demás hombres del Exchange sentados en una silla están frente a una banca, ¡Quiere saber a dónde ha ido la suya!
WATERHOUSE: Yo me refería a que quizás andase buscando el banco.
APTHORP: Quiere decir ¿a mí?
WATERHOUSE: ¿No es ése él título que le ha dado ahora a su taller de orfebre? ¿Un banco?
APTHORP: Pues sí; ¿pero entonces por qué no preguntarme a mí?
WATERHOUSE: ¡Señor! ¡Un momento, se lo ruego!

 

El judío regresa con un papel.

 

JUDÍO: ¡Como esto, como esto!
APTHORP: Qué lleva en la mano, no tengo las gafas.
WATERHOUSE: Ha dibujado lo que un filósofo natural identificaría como un plano de coordenadas cartesiano, y lo qué usted consideraría una entrada de contabilidad, con palabras en una columna y números en la otra.
APTHORP: Tablero… se refiere al tablón donde se detallan los precios de algo. Muy probablemente, artículos.
JUDÍO: ¡Artículos, sí!
WATERHOUSE: Maldición, está justo ahí en la esquina; ¿este hombre está ciego?
APTHORP: Rabino, no se ofenda por el tono irritable de mi amigo, porque es el señor del mundo subterráneo, y es famoso por sus cambios de humor. Aquí en el templo de Mercurio todo es movimiento, flujo: razón por el que recibe el nombre de Cambio. El conocimiento y la inteligencia fluyen como las aguas de las que se habla en los salmos. Pero ha cometido el error de preguntarle a Plutón, el dios de los secretos. ¿Qué hace Plutón aquí? Es un misterio; yo mismo me sorprendí al encontrármelo aquí, y supuse que miraba a un fantasma.
WATERHOUSE: El tablero está allá.
JUDÍO: ¿¡Eso es todo!?
APTHORP: ¿Viene de Amsterdam?
JUDÍO: Sí.
APTHORP: ¿Cuántos artículos hay ahora en el tablero de Amsterdam?
JUDÍO: Esta cifra…

 

Escribe.

 

APTHORP: Daniel, ¿qué ha escrito?
WATERHOUSE: Quinientos cincuenta.
APTHORP: Dios salve a Inglaterra, los holandeses tienen un tablero con casi seiscientos artículos, y nosotros tenemos una tabla con unas docenas.
WATERHOUSE: No es de extrañar que no lo reconociese.

 

El judío parte en dirección a dicha tabla, con los ojos en blanco y mofándose.

 

Apthorp (a adlátere): Sigue al cohanim y mira a ver qué trama… sabe algo.

 

Se va el adlátere.

 

WATERHOUSE: ¿Quién es ahora el dios de los secretos?
APTHORP: Tú, porque todavía no me has dicho qué haces aquí.
WATERHOUSE: Como señor del inframundo, es costumbre que me siente en el trono del pozo de las almas, donde los espíritus difuntos giran a mi alrededor como hojas secas. Al levantarme esta mañana en mis aposentos del Gresham’s College y paseando por Bishopsgate, miré por casualidad entre las columnas del Exchange. Estaba desierto. Pero un vórtice de viento estaba elevando los trocitos de papel que los comerciantes habían dejado caer ayer y los hacía orbitar alrededor de las bancas como si fuesen hojas secas… Quedé confundido, pensando que había alcanzado el Infierno, y me senté aquí.
APTHORP: Un discurso molesto.

 

Entra el marqués de Ravenscar, magníficamente ataviado.

 

RAVENSCAR: «¡La hipótesis de los vórtices está afectada de muchas dificultades!»
WATERHOUSE: Dios salve al rey, mi señor.
APTHORP: Dios salve al rey, y condene a todos los enigmáticos, mi señor.
WATERHOUSE: Sería redundante condenar, a Plutón.
RAVENSCAR: Me está condenando a mí, Daniel, por nombrar los vórtices.
APTHORP: El misterio está resuelto. Porque ahora percibo que los dos han dispuesto encontrarse aquí. Y ya que habla de vórtices, señor, asumo que debe ser algo relacionado con la Filosofía Natural.
RAVENSCAR: Estoy ligeramente en desacuerdo, sir Richard. Porque fue este individuo de la silla el que escogió el sitio del encuentro. Normalmente nos reunimos en el Saltamontes Dorado.
APTHORP: Así que el misterio persiste. ¿Por qué hoy el Exchange, Daniel?
WATERHOUSE: Pronto lo verás.
RAVENSCAR: Quizá se deba a que vamos a intercambiar algunos documentos. ¡Voilà!
APTHORP: ¿Qué es lo que se ha sacado del bolsillo, mi señor?, no tengo las gafas.
RAVENSCAR: Lo último de Hannover. El doctor Leibniz te ha honrando, Daniel, con un ejemplar personalizado y autografiado de su última Acta Eruditorum. Muchos conjuros matemáticos, entrecortados por grandes S alargadas… ¡extraordinario!
WATERHOUSE: Entonces el Doctor ha dejado caer el otro zapato, porque sólo puede ser el cálculo integral.
RAVENSCAR: También algunas cartas dirigidas a ti personalmente, Daniel, lo que significa que hasta ahora sólo las han leído algunas docenas de personas.
WATERHOUSE: Con tu permiso.
APTHORP: Dios bendito, mi señor, si el señor Waterhouse las hubiese agarrado a mayor velocidad hubiesen prendido fuego. Los que habitan en el inframundo deberían tener más cuidado a la hora de manipular objetos inflamables.
WATERHOUSE: Aquí tiene, mi señor, recién llegados de Cambridge, como prometí, le entrego los libros I y II de los Principia Mathematica de Isaac Newton… tenga cuidado, algunos los considerarían documentos valiosos.
APTHORP: Dios mío, ¿es la piedra angular de un edificio o un manuscrito?
RAVENSCAR: ¡Eh! A juzgar por el peso, es lo primero.
APTHORP: Sea lo que sea, ¡es demasiado largo, demasiado largo!
WATERHOUSE: Explica el sistema del mundo.
APTHORP: ¡Será necesario buscar a un buen redactor y arreglarlo!
RAVENSCAR: Mire todas esas malditas ilustraciones… ¿sabe lo que costará sólo en grabados?
WATERHOUSE: Considere que cada una de ellas ahorra miles de páginas de tediosas explicaciones llenas de eses alargadas.
RAVENSCAR: ¡Da igual, el coste de impresión va a arruinar a la Royal Society!
APTHORP: Así que por esto el señor Waterhouse está sentado en una silla, sin banca: se trata de una postura simbólica con la intención de expresar la condición financiera de la Royal Society. En este punto mucho me temo que me van a pedir dinero. Una cosa, ¿alguno de los dos puede oír lo que estoy diciendo?

 

Silencio.

 

APTHORP: Adelante, sigan leyendo. No me importa que pasen de mí. Entonces, ¿esos documentos son terriblemente fascinantes?

 

Silencio.

 

APTHORP: Ah, como un salmón abriéndose paso corriente arriba, rodeando rocas y saltando sobre los troncos, mi ayudante regresa.

 

Entra el adlátere.

 

ADLÁTERE: Tenía usted razón sobre el judío, sir Richard. Quiere adquirir grandes cantidades de ciertos artículos.
APTHORP: En estos momentos, en un tablón de Amsterdam, dichos artículos deben tener un precio más alto del marcado en nuestra humilde tabla inglesa. El judío quiere comprar barato aquí, y vender caro allá. Bien, dime, ¿qué artículos tienen tanta demanda en Amsterdam?
ADLÁTERE: Está especialmente interesado en ciertos tejidos bastos y duraderos…
APTHORP: ¡Velamen! ¡Alguien está montando una armada!
ADLÁTERE: Específicamente no quiere material para velas, señor, sino algo más barato.
APTHORP: ¡Para tiendas! ¡Alguien está reuniendo un ejército! Vamos, compremos todo el material de guerra que podamos encontrar.

 

Salen Apthorp y su séquito.

 

RAVENSCAR: ¿Así que esto es en lo que ha estado trabajando Newton?
WATERHOUSE: ¿Cómo hubiese podido producir ese manuscrito sin trabajar en ese campo?
RAVENSCAR: Cuando yo trabajo en algo, Daniel, el resultado es inconexo, elaborado a trozos; esto es un todo unitario, como las prendas de nuestro Salvador, sin costuras… ¿Qué planea hacer en el libro III? ¿Resucitar a los muertos y ascender a los cielos?
WATERHOUSE: Va a resolver la órbita de la Luna, siempre que Flamsteed le entregue los datos requeridos.
RAVENSCAR: Si Flamsteed no lo hace, me aseguraré de quedarme con sus uñas. ¡Dios! Aquí hay un trozo llamativo: «Para toda acción hay una reacción igual y opuesta…» Si empujas una piedra con el dedo, ¡la piedra también empuja al dedo! ¡Incluso para mí es evidente la perfección de esta obra, Daniel! Cómo será para ti.
WATERHOUSE: Si vas a seguir por ese camino, entonces mejor preguntar qué le parecerá a Leibniz, porque él está tan lejos de mí como yo lo estoy de ti; si Newton es el dedo, Leibniz es la piedra, y se presionan el uno al otro con fuerza idéntica y opuesta, un poquito más cada día.
RAVENSCAR: Pero Leibniz no lo ha leído, y tú sí, así que no tendría mucho sentido preguntarle a él.
WATERHOUSE: Me he tomado la libertad de transmitirle a Leibniz los detalles esenciales, lo que explica por qué me está escribiendo tantas cartas.
RAVENSCAR: ¡Pero ciertamente Leibniz no se atrevería a poner en cuestión una obra de tal brillo!
WATERHOUSE: Leibniz tiene la desventaja de no haber la visto. O quizá deberíamos considerarlo una venta ja, porque cualquiera que la ve se queda pasmado por el resplandor de la geometría, y es difícil criticar la obra de un hombre cuando estás de rodillas protegiéndote los ojos.
RAVENSCAR: ¿Crees que Leibniz ha descubierto un error en alguna de estas demostraciones?
WATERHOUSE: No, las demostraciones de Newton no pueden tener errores.
RAVENSCAR: ¿No pueden?
WATERHOUSE: De la misma forma que un hombre mira una manzana sobre la mesa y dice: «Aquí hay una manzana», se puede mirar estos diagramas geométricos de Newton y decir: «Newton dice la verdad.»
RAVENSCAR: Entonces le haré llegar urgentemente una copia al Doctor, para que pueda arrodillarse con nosotros.
WATERHOUSE: No te molestes, la objeción de Leibniz no es a lo que ha hecho sino a lo que no ha hecho.
RAVENSCAR: ¡Quizá podamos hacer que Newton lo haga en el libro III, eliminando la objeción! Tienes influencia sobre él…
WATERHOUSE: La habilidad de molestar a Isaac no debe confundirse con influencia.
RAVENSCAR: Entonces le transmitiremos directamente las objeciones de Leibniz.
WATERHOUSE: No comprendes la naturaleza de las objeciones de Leibniz. No es que Newton dejase sin demostrar algún corolario, o que no siguiese una línea de investigación prometedora. Vete, incluso antes de las leyes del movimiento, y lee lo que Isaac dice en la introducción. Puedo citarlo de memoria: «Porque aquí sólo pretendo ofrecer una noción matemática de dichas fuerzas, sin considerar sus causas y sustentos físicos.»
RAVENSCAR: ¿Eso qué tiene de malo?
WATERHOUSE: ¡Algunos argumentarían que como filósofos naturales se supone que deberíamos considerar sus causas y sustentos físicos! Esta mañana, Roger, me senté en este patio vacío en medio de un torbellino. El torbellino era invisible; ¿cómo supe que existía? Por el movimiento que confería a innumerables trozos de papel que volaban a mi alrededor. Si se me hubiese ocurrido traer mis instrumentos, podría haber realizado observaciones, midiendo las velocidades y trazando las trayectorias de esos trozos y, si fuese tan brillante como Isaac, hubiese podido reunir todos esos datos para formar una imagen unificada del torbellino. Pero si yo fuese Leibniz, no hubiese hecho ninguna de esas cosas. En su lugar, me hubiese preguntado: ¿Por qué está aquí el torbellino?

 

ENTREACTO

 

Ruidos fuera: Una procesión severa que asciende por Fish Street Hill y que viene de la Torre de Londres.
Los comerciantes manifiestan asombro y consternación cuando la procesión entra en el Exchange, alterando el comercio.
Primero entran dos pelotones de la guardia personal del rey Torrente Negro, armados con mosquetes; fijadas a los cañones de los mismos hay largas armas para clavar del estilo recientemente adoptado por el ejército francés, y que los franceses llaman bayonetas. Con ellas, los soldados alejan a todos los comerciantes del centro del Exchange, y les obligan a formar círculos concéntricos, como espectadores reunidos alrededor de un espectáculo de polichinela en una feria.
Ahora entran trompetas y tambores, seguidos de un Heraldo aullando jerga legal.
Mientras los tamborileros marcan una cadencia lenta y dolorosa, entra Jack Ketch con una capucha negra. Los comerciantes reunidos están tan silenciosos como los muertos.
Ahora entra un carro tirado por un caballo negro cargado de haces de leñas y frascos, franqueado por los Ayudantes de Jack Ketch. Los ayudantes colocan la madera en el suelo y la empapan con el aceite de los frascos.
Ahora entra el Alguacil portando un libro cerrado con cadenas y candados.

 

JACK KETCH: ¡En nombre del rey, deténgase e identifíquese!
ALGUACIL: John Bull, alguacil.
JACK KETCH: Manifieste la razón de su presencia.
ALGUACIL: Es un asunto del rey. Tengo aquí un prisionero destinado a ser ejecutado.
JACK KETCH: ¿Cuál es el nombre del prisionero?
ALGUACIL: Historia de las recientes masacres y persecuciones de los hugonotes franceses; a la que se añade una breve relación de los crímenes sangrientos y atroces que recientemente se han cometido contra los protestantes inocentes que habitaban en los territorios del duque de Saboya, por orden del rey Luis XIV de Francia.
JACK KETCH: ¿Al inculpado se le acusa de algún crimen?
ALGUACIL: No sólo se le acusa sino que ha sido condenado con justicia, por propalar mentiras contumaces, intentar provocar el desorden civil y lanzar muchas calumnias sin fundamento contra el buen nombre del Muy Cristiano Rey Luis XIV un verdadero amigo de nuestro propio rey y aliado leal de Inglaterra.
JACK KETCH: ¡Ciertamente son crímenes viles! ¿Se ha pronunciado sentencia?
ALGUACIL: Ciertamente, como ya he mencionado antes, lord Jeffreys ha ordenado la entrega inmediata del prisionero para su ejecución.
JACK KETCH: Entonces le doy la bienvenida como se la di al fallecido duque de Monmouth.

 

Jack Ketch avanza hacia el alguacil y agarra el extremo de la cadena. El alguacil deja caer el libro y se limpia las manos. Acompañado de una lenta cadencia de tambores apagados. Jack Ketch marcha hacia la pila, arrastrando el libro sobre el suelo. Coloca el libro sobre lo alto del montón, retrocede y acepta la antorcha que le pasa uno de sus ayudantes.

 

JACK KETCH: ¿Alguna última palabra, libro malvado? ¿No? Muy bien, ¡entonces ve al infierno!

 

Enciende el fuego.

Comerciantes, soldados, músicos,

personal de ejecución y demás observan

en silencio cómo las llaman consumen el libro.

Salen el alguacil, el heraldo, los ejecutores,

músicos y soldados, dejando detrás una

pila carbonizada y humeante.

Los comerciantes regresan a lo suyo como si

no hubiese pasado nada, excepto

Edmund Palling, un anciano.

 

PALLING: ¡Señor Waterhouse! ¿Del hecho de que has sido el único en traer algo en lo que sentarse, debo asumir que sabías que este vergonzoso espectáculo de marionetas deshonraría hoy el Exchange?
WATERHOUSE: Tal parecería ser el mensaje implícito.
PALLING: Implícito es una palabra interesante… ¿qué hay de las verdades explícitas en el fallecido libro, relativas a las persecuciones que nuestros hermanos sufren en Francia y Saboya? ¿Ahora que el libro ha ardido son implícitas?
WATERHOUSE: He oído muchos sermones en mi vida, señor Palling, y sé a dónde se dirige éste… Va a decir que de la misma forma que el espíritu inmortal abandona el cuerpo para convertirse en uno con Dios, el contenido del libro va ahora a donde los cuatro vientos distribuyan su humo… Dígame, ¿no partía para Massachusetts?
PALLING: Solo espero a reunir dinero suficiente para el pasaje, y probablemente ya habría terminado si Jack Ketch no hubiese embarrado y agitado las sutiles corrientes del mercado.

 

Sale.

Entra sir Richard Apthorp.

 

APTHORP: Quemar libros… ¿no es ésa la práctica favorita de la Inquisición Española?
WATERHOUSE: Nunca he ido a España, sir Richard, y por tanto sólo sé que queman libros por el vasto número de libros publicados sobre ese tema.
APTHORP: Mmm, sí… Le comprendo.
WATERHOUSE: Se lo ruego, no diga «le comprendo» dándole tanta importancia… No deseo ser el siguiente invitado de Jack Ketch. Me ha preguntado, señor, una y otra vez, por qué estoy sentado en una silla. Ahora conoce la respuesta: vine a ver cómo se hacía justicia.
APTHORP: Pero sabía que iba a producirse… tenía usted algo que ver. ¿Por qué hacerlo en el Exchange? En el árbol de Tyburn, durante los ahorcamientos del viernes, hubiese logrado una multitud mucho más entusiasta… vamos, allí podría quemarse toda una biblioteca y la multitud hubiese reclamado un bis.
WATERHOUSE: Ellos no leen. No hubiesen entendido el mensaje.
APTHORP: Si el mensaje era asustar a los hombres letrados, ¿por qué no quemarlo en Cambridge u Oxford?
WATERHOUSE: Jack Ketch odia viajar. Los nuevos carruajes dejan poco espacio para las piernas, y el hacha no encaja bien en los espacios de equipajes…
APTHORP: ¿Podría ser porque los hombres de universidad no tienen ni el dinero ni el poder para organizar una rebelión?
WATERHOUSE: Vaya, sí, eso es. No tiene sentido intimidar a los débiles. Hay que amenazar a los peligrosos.
APTHORP: ¿Con qué fin? ¿Para mantenerlos a raya? ¿O para animarles a rebelarse?
WATERHOUSE: Su pregunta, señor, es equivalente a preguntarme si me he vuelto contra la causa de mis antepasados, corrompido por la atmósfera fétida de Whitehall, o soy un traidor que organiza una rebelión secreta.
APTHORP: Vaya, sí, supongo que así es.
WATERHOUSE: Entonces, ¿haría el favor de plantearme preguntas más fáciles o de alejarse y dejarme en paz? Porque ya sea un traidor o un fanático, ya no soy en cualquier caso un académico con el que se pueda jugar. Si debe acosar a alguien con esas preguntas, plantéeselas sobre sí mismo; si insiste en recibir respuesta, descargue sus secretos en mí antes de pedirme que le confíe los míos. Asumiendo que los tenga.
APTHORP: Creo que los tiene, señor.

 

Se inclina.

 

WATERHOUSE: ¿Por qué se quita el sombrero ante mí?
APTHORP: Para honrarle, señor, y para ofrecer mis respetos a quien le creó.
WATERHOUSE: ¿Quién, Drake?
APTHORP: Vaya, no, me refiero a su mentor, el difunto John Wilkins, lord obispo de Chester… o, dirían algunos, la encarnación viviente de Jano. Porque ese buen hombre escribió con una mano el Criptonomicón y con la otra el Alfabeto universal; era buen amigo de caballeros importantes y poderosos y al mismo tiempo cortejaba y se casaba con la hija de Cromwell; y, en suma, era como Jano en varías formas que no me molestaré en enumerarle. Porque es usted ciertamente su alumno, su creación: en un momento ofreciendo inteligencia como Mercurio, al siguiente guardando sus opiniones como Plutón.
WATERHOUSE: Mentor era un aspecto de Minerva, y su pupilo fue el gran Ulises, y por tanto ciñéndome a una interpretación estrictamente clásica de sus palabras, señor, trataré de no sentirme ofendido.
APTHORP: Inténtelo y tenga éxito, mi buen hombre, porque no pretendía ofensa alguna. Buen día.

 

Sale.

Entra Ravenscar portando los Principia Mathematica

 

RAVENSCAR: Voy a llevarlo de inmediato a un impresor, pero antes de hacerlo estaba reflexionando sobre ese asunto de Newton y Leibniz…
WATERHOUSE: ¿¡Qué!? ¿La representación de John Ketch no te impresionó en absoluto?
RAVENSCAR: Oh, ¿eso? Di por supuesto que la habías dispuesto para apuntalar tu posición como el pelotillero puritano del rey… mientras de hecho agitabas el espíritu rebelde en los corazones y las mentes de los ricos y poderosos. Perdóname por no ofrecerte mis felicitaciones. Hace veinte años la hubiese admirado, pero por mis estándares actuales no es más que una treta modestamente sofisticada. La cuestión de Newton y Leibniz es mucho más interesante.
WATERHOUSE: Entonces, adelante.
RAVENSCAR: Descartes explicó, hace muchos años, que los planetas se mueven alrededor del Sol como trozos de papel atrapados en torbellino. Así que la objeción de Leibniz carece de base: no hay ningún misterio, y por tanto Newton no pasó por alto ningún problema.
WATERHOUSE: Leibniz intentó durante años dar sentido a la dinámica de Descartes, y al final lo dejó. Descartes se equivocaba. Su teoría de la dinámica es muy hermosa en el sentido de ser puramente geométrica y matemática. Pero cuando comparas esa teoría con el mundo tal como es, demuestra ser un desastre absoluto. La idea de los vórtices no sirve. No hay duda de que la ley del inverso del cuadrado existe, y que gobierna el movimiento de todos los cuerpos celestes siguiendo secciones cónicas. Pero no tiene ninguna relación con vórtices, o con el éter celestial, o con cualquier otra tontería.
RAVENSCAR: Entonces, ¿qué la causa?
WATERHOUSE: Isaac dice que es Dios, o la presencia de Dios en el mundo físico. Leibniz dice que debe tratarse de alguna especie de interacción entre partículas demasiado pequeñas para verlas…
RAVENSCAR: ¿Átomos?
WATERHOUSE: Los átomos, por resumir una larga historia y dejar fuera las partes buenas, no podrían moverse y cambiar con la velocidad suficiente. En su lugar Leibniz habla de mónadas, que son más fundamentales que los átomos. Si intentase explicártelo a los dos nos daría un dolor de cabeza. Baste decir que va a dedicarse de lleno al problema y que en su momento oiremos más.
RAVENSCAR: Esto es muy extraño, porque me asegura en una carta personal que, habiendo publicado el cálculo integral, ahora dedicará su atención a la investigación genealógica.
WATERHOUSE: Ese tipo de trabajo exige muchos viajes, y el Doctor realiza sus mejores contribuciones cuando se pasea por el continente. Puede hacer ambas cosas, y más, al mismo tiempo.
RAVENSCAR: En la decisión de estudiar historia algunos verán una admisión de derrota frente a Newton. Yo mismo no puedo comprender por qué querría malgastar su tiempo desenterrando viejos árboles familiares.
WATERHOUSE: Quizá yo no sea el único filósofo natural capaz de montar una «trama moderadamente sofisticada» cuando es necesario.
RAVENSCAR: ¿De qué demonios hablas?
WATERHOUSE: Recupera algunos árboles familiares antiguos, deja de asumir que Leibniz es un tonto derrotado y piensa. Da uso a tus conocimientos filosóficos: por ejemplo, que los hijos de los sifilíticos a menudos son a su vez sifilíticos e incapaces de tener descendientes viables.
RAVENSCAR: Ahora nadas en aguas muy profundas, Daniel. Ahí hay monstruos… tenlo presente.
WATERHOUSE: Es cierto, y cuando un hombre llega al punto de su vida en la que debe matar a un monstruo, como San Jorge, o dejarse comer por uno, como Jonás, creo que es cuando decide nadar.
RAVENSCAR: ¿Tu intención es matar o dejarte comer?
WATERHOUSE: Ya me han comido. Mis posibilidades son matar o que me vomiten en algún trozo de tierra firme… quizá Massachusetts.
RAVENSCAR: Vale. Bien, antes de que me asustes aún más, me voy al impresor.
WATERHOUSE: Podría ser el mejor de los recados que hayas realizado nunca, Roger.

 

Sale el marqués de Ravenscar. Entra sir Richard Apthorp, solo.

 

APTHORP: Infortunio. ¡Malas señales y alarma! ¡Teme por Inglaterra… oh, isla desdichada!
WATERHOUSE: ¿Qué puede haber sucedido en el templo de Mercurio para alterar así tu humor? ¿Has perdido mucho dinero?
APTHORP: No, gané mucho, comprando barato y vendiendo caro.
WATERHOUSE: ¿Comprando qué?
APTHORP: Lona para tiendas, salitre, plomo y otros artículos marciales.
WATERHOUSE: ¿A quién?
APTHORP: A hombres que no sabían tanto como yo.
WATERHOUSE: ¿Y a quién se lo vendiste?
APTHORP: A hombres que sabían más.
WATERHOUSE: En conjunto, una transacción comercial típica.
APTHORP: Excepto que como parte del trato adquirí conocimientos. Y esos conocimientos me llenan de temor.
WATERHOUSE: Entonces, compártelos con Plutón, porque él conoce todos los secretos, y guarda la mayoría de ellos, y se regodea en el temor como un perro viejo disfruta del sol.
APTHORP: El comprador es el rey de Inglaterra.
WATERHOUSE: ¡Buenas noticias, entonces! Nuestro rey mejora nuestras defensas.
APTHORP: ¿Pero por qué supones que el judío atravesó el mar del Norte para venir a comprar aquí?
WATERHOUSE: ¿Porque aquí sale más barato?
APTHORP: No es así. Pero se ahorra dinero comprando en Inglaterra, porque así no hay gastos de envío. Porque se supone que esos artículos marciales hay que entregarlos no en un frente de batalla extranjero, sino aquí, en Inglaterra, que es donde el rey tiene intención de usarlos.
WATERHOUSE: Lo que no deja de ser extraordinario, porque aquí no hay extranjeros a los que hacer la guerra.
APTHORP: Sólo ingleses, ¡hasta donde alcanza la vista!
WATERHOUSE: Quizás el rey tema una invasión extranjera.
APTHORP: ¿Te conforta pensar tal cosa?
WATERHOUSE: ¿Pensar en ser invadidos? No. Pensar en la guardia de la corriente fría, los granaderos y la guardia personal del rey Torrente Negro luchando contra extranjeros en lugar de contra ingleses, pues sí.
APTHORP: Entonces se sigue que todos los buenos ingleses deberían dedicar sus esfuerzos a que sucediese.
WATERHOUSE: Escojamos con cuidado nuestras palabras, porque Jack Ketch está a la vuelta de la esquina.
APTHORP: Ningún hombre ha estado escogiendo sus palabras con tanto cuidado como tú, Daniel.
WATERHOUSE: A fin de que las armas nativas no derramen sangre fraterna,
a falta de un enemigo extranjero y una batalla justificada,
preferirías ver velas extranjeras frente a nuestras costas, y las ciudades inglesas asaltadas por bóers armados.
Nuestros soldados, si aman a quien les comanda, podrán entonces derramar sangre extranjera sobre suelo inglés.
Y si no, dejar caer sus colores,
su líder jamás fue el rey.
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