DOS FORMAS DE SATANISMO
Llegados a este punto, es momento de plantearse cuales son las creencias y planteamientos de los satanistas actuales. Para empezar, hay que dejar claro que resulta completamente utópico hablar del satanismo como una única corriente, filosofía o religión. Como cualquier otra manifestación religiosa, el satanismo tiene múltiples corrientes, cismas y sectas. Al igual que hay católicos y protestantes, chiítas y sunitas, así como un sin fin de grupos menores en las religiones mayoritarias, hablar del satanismo como un todo unitario no tiene sentido fuera de un contexto meramente teórico. Cierto es que podemos considerar como satanista a todo aquel que se considere a sí mismo como tal. No obstante, la forma que tienen los individuos de sentirse satanistas difiere notablemente de uno a otro. Esta situación es especialmente importante debido al carácter de semiclandestinidad que tradicionalmente ha tenido el satanismo, que ha determinado el que sea extraordinariamente que se mantenga la pureza doctrinal de unas corrientes que no han tenido la oportunidad de recurrir al proselitismo directo. Al no existir una institución que homologue de alguna manera la pureza doctrinal del satanismo, nos encontramos con que tanto derecho tiene de calificarse como satanista el adulto con un alto grado de compromiso y muchas horas de estudio sobre sus espaldas que el adolescente cuyo acercamiento al satanismo es posiblemente mucho más frívolo, cuando no meramente estético.
Con todo esto no pretendemos sino reflejar la tremenda complejidad que supone abordar la temática del satanismo. Un enfoque que obviara alguno de estos aspectos, incluido el de los “heavies” o “góticos” seudosatánicos de fin de semana y litrona, pecaría, no solo de sesgado, sino incluso de poco honesto, para con los lectores. Es por ello que tendríamos que repasar, siquiera someramente, estas dos formas de entender el satanismo. Comenzaremos por el satanismo más doctrinal y organizado al que podríamos denominar como “satanismo religioso”. Como ya hemos mencionado, en su mayoría los satanistas más serios y comprometidos no consideran la existencia de Satán como un ser o entidad sobrenatural. Para ellos se trata más bien de un arquetipo, de un símbolo en el que proyectar todo lo que rechazan de la cultura y moral judeocristianas. La similitud entre la figura de Satán que contemplan estos “satanistas religiosos”y la presentada por el cristianismo o el Islam es meramente anecdótica. Su inspiración se encuentra a menudo en el mundo pagano de las deidades precristianas -incluso prerromanas- en especial aquellas que representaban las diversas fuerzas de la naturaleza, con especial énfasis en la sexualidad. Los satanistas, por lo general, no adoran a Satán de la misma forma que los budistas no adoran a Buda o los taoístas a Lao-Tse. El Satán de los satanistas no tiene ninguna relación con el concepto de “Mal”, si bien sirve para rechazar muchos aspectos de la moral judeocristiana.
Para el satanista, elementos como el Infierno, el comercio de almas sobre el que tan profusamente hemos tratado en el presente volumen o las posesiones demoníacas y sus correspondientes exorcismos no son sino expresiones más o menos folklóricas de lo que ellos consideran como una mera superstición cristiana. Estamos hablando pues de una fuerza de la naturaleza, de una energía, por ello no es de extrañar que satanistas y neopaganos encuentren ciertos puntos de encuentro en sus planteamientos.
Sin embargo, los satanistas suelen acusar a éstos, en especial a los seguidores de la Wicca de hipócritas o santurrones por circunscribir sus trabajos a propósitos positivos, lo que popularmente se conoce como magia blanca. Algunos satanistas llevan este desprecio por los practicantes de Wicca a un comportamiento tan visceral que les hace equipararlos con los cristianos. Los satanistas emplean la magia y sus liturgias con el fin de obtener beneficios para sí o para quienes consideran sus amigos, pero también se realizan liturgias encaminadas a provocar la desgracia de sus enemigos, algo expresamente prohibido por la mayoría de las tradiciones neopaganas. No obstante se trata de un planteamiento completamente coherente con la moral satanista, que no cree en el concepto de hacer el bien a ultranza, sino en comportarse con los semejantes en función de cómo éstos se han comportado con nosotros.
Los seguidores de esta corriente son generalmente adultos con un alto grado de conocimiento de la tradición ocultista y con una permanencia de varios años en el satanismo. Son individuos fuertemente motivados ideológicamente y que encuentran en el satanismo una vía de expresión de determinadas inquietudes. A este grupo pertenecen los miembros de las grandes organizaciones satánicas reconocidas a nivel mundial, como la Iglesia de Satán o el Templo de Set.