DEVOCIÓN Y SUPERSTICIÓN

La distinción entre devoción y superstición era prácticamente inexistente durante estos años. Aunque se llamaban a sí mismos cristianos, los europeos medievales eran completamente ignorantes del contenido de los Evangelios. La Biblia existía solamente en una lengua que no podían leer. Las letanías masculladas en la misa eran para ellos meros murmullos sin sentido. No es extraño pues que creyeran en brujas, duendes, hombres lobo, amuletos, y magia negra, siendo tan paganos como en tiempos remotos. Eruditos tan eminentes como Erasmo y sir Tomás Moro aceptaron la existencia de la brujería. La Iglesia animaba tales supersticiones, recomendando confianza en los sacerdotes y favoreciendo la propagación de cuentos sobre sátiros, íncubos, sirenas, cíclopes, dragones y gigantes, explicando que todos ellos eran manifestaciones de Satán.

La historia se veía seriamente distorsionada al pasar de una generación a otra. Por ejemplo, el flautista de Hamelin existió realmente, pero no había nada de mágico en él ni en sus andanzas. Más bien al contrario: fue un verdadero monstruo, un psicópata y un pederasta que, en junio de 1484, se las ingenió para secuestrar a 130 niños de la aldea sajona de Hammel y abusar posteriormente de ellos practicándoles inenarrables atrocidades. Las crónicas sobre el cruento suceso varían según las fuentes consultadas. Según algunos autores, las víctimas nunca volvieron a ser vistas; otros afirman que los pequeños cuerpos desmembrados fueron encontrados dispersos entre la hojarasca del bosque o colgando de las ramas de los árboles.

Las depravaciones de la Iglesia Católica fueron la causa única de la aparición del protestantismo. Nuevos aires soplaban por el viejo continente y la invención de la imprenta durante el mismo periodo trajo consigo un amanecer del conocimiento, un renacimiento de la cultura. Por desgracia, los protestantes, que pusieron especial celo en despojar a la filosofía cristiana del colorido de los atavíos católicos, desencadenaron con su diligencia el horror de la caza de brujas.

Pero regresemos de nuevo a las andanzas de Rodrigo Borgia, el Papa Alejandro VI. Al contrario de lo que sucedía con Silvestre, en este caso las leyendas y la realidad coinciden en lo esencial. El padre de César y Lucrecia Borgia fue uno de los ejemplos más claros de lo mejor y lo peor del espíritu del Renacimiento italiano. Los excesos y extravagancias que hemos narrado anteriormente puede que hayan sorprendido a aquellos poco familiarizados con la historia de la Iglesia Católica. Deberían saber que en aquellos días una persona podía ascender al escalafón superior de la jerarquía de la Iglesia sin haber hecho los votos de sacerdote. Miembros de la nobleza y las clases sociales más poderosas entraron a menudo en la Iglesia de formas que actualmente consideraríamos como muy poco ortodoxas. Por ejemplo, se dio el caso de un arzobispo francés que tomó los votos de sacerdote el mismo día que fue nombrado para el cargo.