DEFINICIONES FUNDAMENTALISTAS

En cuanto a los libros sobre satanismo, el panorama es desalentador. La mayor parte se pueden dividir entre el sensacionalismo más o menos barato y el prejuicio cristiano más o menos descarado, echándose de menos un estudio académico e imparcial, en especial desde un punto de vista sociológico, sobre este tema. El material de este tipo es relativamente fácil de encontrar en librerías y editoriales cristianas. Llama la atención que algunas de estas obras contienen bulos cuya fuente la podríamos rastrear hasta épocas tan remotas como las cazas de brujas de la Edad Media, lo cual nos habla de hasta que punto pueden ser longevos los prejuicios y las mentiras inventadas para sustentarlos. Por ejemplo, los satanistas son acusados sistemáticamente de llevar a cabo rituales y prácticas destinados a ridiculizar y atacar las creencias y prácticas cristianas. Se repiten hasta la saciedad tópicos como el de los rituales en que se recitan al revés oraciones cristianas o se emplean vino u hostias consagradas robadas de alguna iglesia. Los orígenes de estas ficciones se encuentran en obras escritas en la Edad Media y el Renacimiento. Es cierto que los satanistas son extremadamente críticos con el resto de las religiones -llama la atención el alto número de satanistas que se consideran ateos- y en especial con el cristianismo, al que acusan de ser el culpable de la represión moral que ha sufrido Occidente durante siglos y de la persecución violenta de las minorías religiosas, entre los que se cuentan ellos mismos. Pero por lo general, la liturgia cristiana y sus elementos son contemplados con desdén y, desde luego, evitan hacerlos parte integrante de sus propias liturgias, ya que no conciben un satanismo que solo tenga existencia como doctrina opuesta al cristianismo, sino que pretenden que sea una manifestación religiosa con naturaleza propia e independiente de cualquier otra.

Dependiendo del enfoque y la mentalidad con que se juzgue, se ha etiquetado de “satánicas” a personas e instituciones que en principio pudiera parecer que no tienen nada que ver con el satanismo. El integrismo cristiano tiene por definición una visión maniquea del mundo en la que solamente caben dos polos contrapuestos, el bien y el mal, representados cada uno de ellos por dos poderosas fuerzas sobrenaturales contrapuestas que libran una eterna batalla: su dios y Satán. Ello les lleva a suponer que todos aquellos que no rinden culto a su dios de la manera que ellos estiman como adecuada deben estar inspirados por el diablo y ser, por tanto, satanistas, sean ellos mismos conscientes de esta condición o no. Para ellos, cualquier religión fuera de la suya no es sino una forma de satanismo, ya que no admiten la existencia de otros dioses, solo dios y Satán, así que todo aquel que no se decanta explícitamente por el uno estará tácitamente tomando partido por el otro. Eso quiere decir que la inmensa mayoría de la población mundial estaría para ellos engrosando las hordas de Lucifer, incluidos ateos, budistas o quienes se definen a sí mismos como católicos no practicantes. Por supuesto, semejante definición sustrae todo su significado al término satanista.

También existen quienes libran de la etiqueta satánica a ateos y quienes adoptan formas más liberales de vivir el cristianismo, reservándosela a los practicantes de cualquier otra religión, acogiéndose al razonamiento de que es Satán quien se esconde tras la máscara de las otras deidades e inspira los actos de sus fieles. Siendo un poco más restrictiva, esta definición deja igualmente a una gran mayoría de la población mundial bajo la tutela del diablo. Afortunadamente, dentro del integrismo cristiano hay un sector que está dispuesto a admitir como no satánicas a las otras dos religiones abrahamicas, el judaísmo y el islamismo, considerándolas equivocadas pero no satánicas al reconocer su inspiración bíblica. Esta inclusión reduce sensiblemente el teórico número de satanistas en el mundo, aunque no lo suficiente.

Mucho más curioso es el criterio según el cual las religiones son o no satánicas en función de su tamaño. Los defensores de esta doctrina -muchos más de los que pudiéramos suponer en primera instancia-, las religiones mayoritarias como el budismo o el hinduismo no serían satánicas, mientras que otras que cuentan en la actualidad con un menor número de adeptos, como el neopaganismo, la santería o cualquiera de las sectas de nuevo cuño que aparecen prácticamente a diario son de clara inspiración satánica. El argumento no puede ser más absurdo, máxime si recordamos que el propio cristianismo fue en sus orígenes una secta minoritaria que no contaba más que con un puñado de seguidores. Además se suelen englobar en esta definición como satánicos a diversos elementos o manifestaciones extrarreligiosas como la masonería, la música rock o las ciencias ocultas.