TOLEDO

Las universidades árabes de Córdoba, Sevilla, Granada, Valencia y Toledo atraían como un imán a un gran número de estudiantes e intelectuales cristianos sedientos de nuevos conocimientos. Grandes pensadores cristianos de la época como Alberto Magno, Roger Bacon, Tomás de Aquino o Guillermo Ockham, por mencionar solo a unos pocos, desarrollaron sus talentos intelectuales en estos centros de aprendizaje.

Michael Pacher reflejó en el siglo XV el enfrentamiento directo entre los sicarios del maligno y los ministros de Dios, consciente de que estos últimos en ocasiones se dejaban tentar demasiado.

En Toledo fue donde el joven Gerbert completó su educación aprendiendo matemáticas, astrología y lo que por aquel entonces se denominaba “filosofía natural”, que no era otra cosa que rudimentos de magia mezclada con alquimia y escasas nociones de ciencias naturales. Tal y como era de esperar, el ambiente cosmopolita y abierto de Toledo le hizo olvidarse rápidamente de sus miedos y prejuicios, perdiendo poco a poco sus querencias provincianas y convirtiéndose en un ciudadano mucho más sofisticado. Eran frecuentes sus paseos por tiendas y mercados mostrándose especialmente curioso con las exóticas mercancías que arribaban a la ciudad procedentes de África y Oriente. Estos vagabundeos le llevaron a trabar amistad con no pocos sarracenos y, entre ellos, con varios magos practicantes. Fue de ellos de quien finalmente aprendió el arte de convocar a los espíritus y hacerlos obedecer sus órdenes. Cuentan las crónicas que sus experimentos mágicos se vieron pronto coronados por el éxito y que, picado irremediablemente por el veneno de la ambición y con los ojos puestos en el solio pontificio, convocó al mismísimo Lucifer y le propuso un pacto a través del cual el joven prometía lealtad eterna a cambio de que el Diablo le hiciera Papa. Con pacto o sin él, lo cierto es que Gerbert se convirtió en un verdadero maestro de las artes negras y su carrera en la Iglesia comenzó a progresar a un ritmo “sobrenatural”.

Mucho antes de lo que hubiera creído posible, debido a una sorprendente serie de muertes y a un conjunto no menos sorprendente de ascensos con los que fue beneficiado, el muchacho de provincias acabó siendo investido como Papa. Durante años se dedicó a disfrutar de la vida de lujo y poder que tanto había anhelado. Debió de lamentar mucho abandonar este mundo a juzgar por los aullidos de dolor y desesperación que durante años salieron de su tumba en la oscuridad de la noche, convirtiéndole en uno de los más temidos fantasmas de Roma.