UNA VIDA INTENSA

Existen amplios registros referentes a la práctica totalidad de los aspectos de la vida del Dr. Forman. Gracias a ellos sabemos de su amor por Shakespeare, sus experimentos ocultos, los detalles de sus conflictos con el colegio de médicos, las vidas de sus criados, las peculiaridades de sus pacientes e, incluso, su propia vida sexual. Estos diarios conforman un excelente retablo de la vida en Londres a finales del siglo XVI y principios del XVII. Los manuscritos originales son uno de los tesoros más preciados de la biblioteca Bodleian de Oxford.

Una semana antes de su muerte, Forman anunció a su esposa que fuera preparando las galas de viuda. Una semana después, un jueves de septiembre de 1611, la profecía se cumplía mientras cruzaba el Támesis en una barcaza. Curiosamente, su muerte también fue predicha por otro conocido astrólogo de la época, William Lilly.

Tres años después de su muerte, Forman fue implicado en el asesinato de sir Thomas Overbury.

El akelarre es el momento álgido del encuentro entre la bestia y el acólito.

Overbury era el consejero de Robert Carr, el favorito de la corte. Murió en septiembre de 1613 mientras cumplía una sentencia en la Torre de Londres por rechazar el cargo de embajador en Rusia. En 1615, el tribunal que juzgaba a Frances Howard (Lady Essex) y a su amiga y amante Anne Turner, llegó a la conclusión de que el Dr. Forman había corrompido de alguna manera a las dos mujeres cuando eran sus pacientes (al parecer él les había dado una pócima para volver impotente al marido de Lady Essex). La mujer estaba atravesando el infierno de un matrimonio desdichado y estaba perdidamente enamorada de Robert Carr, pero Overbury se oponía firmemente a esta relación lo que le valió ser asesinado. La viuda de Forman fue llamada a declarar y sus diarios fueron presentados como prueba, lo que sirvió para que Anne Turner fuera condenada como autora material del crimen, Lady Essex fuera expulsada de la corte (aunque más tarde se la perdonó) y la memoria de Forman recibiera una mancha que le haría pasar a la historia como un personaje siniestro.

La pregunta ante una biografía tan tormentosa como la de Forman es si realmente las prácticas ocultistas sirven para algo. La respuesta habitual de la mayoría de las personas suele ser “no”, como reflejo de lo que nuestra cultura nos programa para creer.

Sin embargo, a lo largo de la historia algunas de las mentes más finas y las personalidades más poderosas de cada época, personas muy poco proclives a las pérdidas inútiles de tiempo, tuvieron en cuenta este tipo de prácticas. Muchos de estos personajes conservaron a lo largo de sus carreras a sus “magos de cabecera” y los convirtieron en sus consejeros más asiduos. Por otro lado, si analizamos los diarios mágicos de Simon Forman veremos que su contenido es completamente consonante con los estudios modernos sobre los fenómenos psíquicos, haciendo la salvedad de que proceden de una persona con conceptos y marcos de referencia completamente diferentes a los que manejamos hoy en día.

Tal vez un ejemplo contribuya a que comprendamos mejor todo esto. Un siglo antes de la Revolución Francesa, Luis XIV se recuperaba a duras penas de una serie de desastrosas campañas militares que habían agotado casi por completo las arcas reales. La nobleza y los cortesanos campaban por sus respetos mientras el rey tenía asuntos más importantes de los que preocuparse. Resulta difícil para una persona de nuestro siglo comprender el grado de privilegio y poder personal que tenían en aquellos días quienes habían nacido en las clases altas.

Versalles era una vorágine de intriga, corrupción y sexo (todo ello en todas las variedades imaginables). Los que no tenían más remedio que habitar aquella atmósfera estresante y competitiva, utilizaban cualquier cosa que les ayudara, no ya a medrar sobre el resto, sino a sobrevivir. Estas herramientas eran la coacción, la seducción, el chantaje, el soborno y, cuando los métodos más civilizados fallaban, el veneno y la magia negra.

En aquella selva destacaba sobre todos un depredador cruel y despiadado cuya sola mirada despertaba el temor en los corazones más cínicos y curtidos de la corte. Era Phillippe, Duque de Orleans, el sobrino del Rey y una de las personas más unidas al trono de Francia. Era inteligente, excepcionalmente culto, un completo amoral, asesino sin escrúpulos, bisexual declarado y, desde su juventud, un consumado practicante de las artes negras. En las palabras de su tío el Rey, Phillippe era “un anuncio ambulante de cada tipo de vicio y crimen”. Aparte de esto, era miembro de las principales sociedades secretas francesas. Pudo entrar sin dificultad en estos círculos gracias a su padre, el hermano del Rey, apodado “Monsieur”, que no se avergonzaba de su condición de homosexual y se hizo famoso por ir a la batalla montado a caballo con la espada en una mano y una sombrilla abierta en la otra.

Al parecer, el interés de Phillippe por la magia negra empezó a edad temprana, convirtiéndose en poco tiempo en una de las figuras principales de una red secreta de magos, alquimistas, envenenadores y alcahuetes que se extendía desde las líneas más altas de la nobleza francesa hasta los más sórdidos callejones del hampa de París. Si alguien se ha merecido alguna vez el calificativo de ‘satánico’ ese fue el duque de Orleans. Nacido para el poder, se consideraba claramente “más allá del bien y del mal”, en las mismas condiciones en que lo haría un moderno sociópata. Por poner un ejemplo de su absoluto desprecio por las normas morales vigentes en su sociedad, se sabe que mantuvo una relación incestuosa con su hija hasta que esta contrajo matrimonio. Al parecer, cuando la luna de miel hubo terminado, el duque de Orleans no vio razón alguna para que el nuevo estado civil de su hija le privara de su placer favorito, así que volvió a las andadas sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo.

Como resulta comprensible, el marido de la muchacha se encontraba notablemente perturbado ante una situación que se reconocía incapaz de manejar. Para calmar los ánimos de su yerno, que se estaban volviendo peligrosamente levantiscos, el duque decidió invitarle a cenar en su casa. En algún momento entre la sopa y el postre el hombre cayó al suelo como fulminado y murió unos días después en su cama. Es así cómo el duque comenzó a ser apodado por el pueblo, “Phillippe el Envenenador”. Existen sospechas razonables por parte de los historiadores sobre su responsabilidad en la muerte del Delfín, el nieto de Luis, despejando así el camino para convertirse en regente de Francia tras la muerte del Rey.

El hecho de que el gobernante de una de las naciones más poderosas de Europa fuera un asesino en serie que empleó muchas de sus noches en ofrecer sangre de cabras al Diablo parece algo propio de una novela de Stephen King, pero se trata de un hecho histórico documentado. Este es el mundo en que nacieron los pactos con el Diablo tal y como los conocemos hoy en día. Un periodo en el que las “artes negras” se encontraban en su máximo apogeo, sus practicantes eran personajes socialmente influyentes y los libros mágicos y herméticos eran una de las influencias de mentes tan preclaras como el mismo Isaac Newton.

Capítulo 2

LOS CURAS DE SATÁN

El polémico Arzobispo Emmanuel Milingo proclamó en noviembre de 1996: “Núcleos satanistas dentro del clero llevan a cabo misas misas negras en el recinto del Vaticano… ¡El diablo está tan protegido que prohíben al cazador, al exorcista, hacer su trabajo!”

El clero ha sido curiosamente uno de los elementos esenciales de la historia de las relaciones del hombre con el Diablo. Cualquiera que esté familiarizado con la historia del cristianismo es consciente de que se trata de una religión increíblemente reglamentarista. En no pocas ocasiones la forma prevalece sobre el significado profundo. De todas las religiones, casi con seguridad la cristiana es la que se ha convertido en más rígida y exotérica con el paso de los siglos.

El sacerdocio francés de la época de Luis XIV era una clase social enormemente empobrecida y la gran cantidad de sacerdotes ordenados hacía casi imposible que todos pudieran encontrar un puesto en la jerarquía funcionarial de la Iglesia. Muchos de ellos fueron víctimas de un espejismo de prosperidad que sacudió a muchas familias humildes de la época. Los hijos del campesinado eran enviados a los seminarios, a veces en condiciones muy precarias y a costa de grandes sacrificios por parte de sus familias, para que la Iglesia les diera educación y un medio de vida que sus padres no les podían proporcionar de otra manera. En el otro extremo de la escala social, los segundos hijos de la aristocracia eran consagrados a la Iglesia para evitar problemas con las herencias y que se dividieran los grandes patrimonios de la oligarquía francesa.

Esta situación condujo a lo largo de los años a que un gran número de personas especializadas en los rituales de la Iglesia no tuvieran parroquia alguna para ganarse la vida. La única forma que tenían de obtener ingresos magros era vendiendo sus servicios al mejor postor. ¿En que consistían esos servicios? Básicamente en la celebración de misas de pago con objeto de proporcionar al cliente algún tipo de beneficio. Así, se llegaron a celebrar misas petitorias solicitando la seducción de una muchacha, el incremento de la riqueza o, incluso, la muerte de un enemigo.

Desde el punto de vista de un sacerdote del siglo XVI o XVII no había nada particularmente contradictorio en tales acciones. Eran sacerdotes, hombres de Dios consagrados. La Iglesia les había investido en nombre de Dios Todopoderoso de una serie de atribuciones que ellos eran muy libres de emplear como mejor consideraran, en especial si les servía para no irse a la cama con el estómago vacío. La misa era considerada como un acto mágico dotado de poder en sí mismo, sin tener en cuenta el propósito por el que era celebrada. Esta práctica se convirtió en algo tan común que se dio el caso de un sacerdote ejecutado públicamente por intento de asesinato al aceptar, a cambio de una sustanciosa cantidad, ofrecer una misa fúnebre en el nombre de alguien todavía vivo con objeto de conseguir su muerte.