REUNIÓN FAMILIAR

Rodrigo Borgia fue, como el resto de su familia, un adicto a los placeres sensuales, un completo amoral y un maestro de la política para quien el fin justificaba los medios. Era bisexual (algo que tenía en común con el duque de Orleáns), igualmente amante de los niños del coro como perseguidor incansable de su hija Lucrecia. Un mecenas de las artes, libertino despiadado, y protector de algunos de los escritores más destacados de su época. Durante su pontificado, el llamado Corpus Hermeticum, uno de los textos fundamentales de la tradición oculta occidental, fue traducido por primera vez al latín y estuvo disponible para poder ser impreso.

Para comprender mejor lo que pudo ser Roma durante el papado de este contradictorio personaje, imaginemos esta escena: la guardia papal conduce a una cuerda de presos hasta la plaza de San Pedro. Están atados por las muñecas y unidos unos a otros por una larga soga. Los guardias rodean a los desdichados presos previniendo cualquier posibilidad de escape. Los cautivos miran hacia arriba, en dirección a las ventanas del Vaticano donde, en un pequeño balcón al pie de una de las ventanas más grandes, se encuentra el anciano Papa Alejandro VI, antes Rodrigo Borgia, junto a su hija de veinte años, Lucrecia. Ambos sonríen. En otra de las ventanas, vestido totalmente de terciopelo negro, se encuentra César, el otro hijo del Papa. Junto a él, un criado, también ataviado de negro.

Los condenados suplican la misericordia de los nobles personajes que les contemplan desde las alturas. Entre los suplicantes están mezclados aquellos que han sido encontrados culpables de crímenes tremendos junto a desdichados que habían robado un mendrugo de pan para comer. Todos ellos suplican esperanzados, sintiéndose afortunados de haber sido llevados ante personas que, con un simple gesto, podrían librarles de su condena.

Las esperanzas y las súplicas terminan repentinamente, cuando uno de los presos cae fulminado por un dardo de la ballesta de César. Los presos se agitan asustados al comprender que la muerte acecha desde una de las ventanas. Los dardo vuelan uno tras otro. Con cada disparo, el criado de César ya tiene una ballesta cargada lista para su amo. Las saetas van cayendo certeramente sobre los condenados. En cuestión de minutos, todos los presos han muerto.

Tullia Aragona fue una de las más famosas cortesanas de la época, una de aquellas mujeres saturadas de belleza y de intelectualidad, similares a las hetairas griegas. Era hija de un cardenal, bastardo del rey Ferrante I de Nápoles.