EL DIABLO

A lo largo de la historia ha habido varias “biografías” del Diablo escritas desde los más variados puntos de vista, algunas de las cuales ocupan varios volúmenes de respetable tamaño. Tras leer lo más representativo de estos estudios, queda claro que Lucifer no es un personaje bíblico propiamente dicho, sino que está basado en mitos anteriores a los que se ha dotado de un leve barniz judeocristiano.

Pan parece uno de los candidatos mejor colocados a la hora de considerar la verdadera naturaleza original de Lucifer. Su peculiar aspecto con cuernos y pezuñas y el hecho de ser el dios de los bosques oscuros y las bestias salvajes son argumentos de peso a su favor. Además, la leyenda cuenta que aquellos que incurrían en la ira del dios eran castigados con la locura, algo que nos ilustra sobre la naturaleza no precisamente apacible de esta entidad.

Sin embargo, hay otros personajes que encajan mucho mejor dentro del mito del ángel caído.

Lucifer (Iblis para los musulmanes) es una entidad sobrenatural de incalculable edad y poder que hace mucho tiempo osó entrar en conflicto directo con el Ser Supremo. Como resultado de esta disputa, él y sus partidarios fueron expulsados del Cielo y confinados en alguna otra parte.

No han faltado curiosas representaciones del mal como la que aquí se muestra. La presencia de estos pequeños diablejos de miradas terribles pueden congelar al más aguerrido.

El día del Juicio Final los justos irán para arriba y el resto, para abajo, a compartir una caliente eternidad en compañía del demonio.

Este conflicto se ha mantenido desde que el ser humano habita este planeta. Así, a cambio de obediencia y otras formas de pago (no muy diferentes de las reclamadas por cualquier otro dios antiguo), el Diablo concede ayuda mágica, conocimiento, belleza, etc., a los seres humanos que se deciden a ponerse de su lado.

En nuestra cultura, el Diablo reina también sobre la sexualidad y la creatividad artística. Sexo y belleza son considerados potencialmente -cuando no intrínsecamente- malos, a menos que se encuentren rígidamente controlados por la Iglesia o el estado. Esta actitud reprime los impulsos naturales y las habilidades de las personas, creando un estado de devastación emocional que inspira a menudo una necesidad mayor de la tutela de los poderes públicos.

Los esfuerzos propagandísticos del fundamentalismo cristiano han tenido un efecto contrario al pretendido y el Diablo ha terminado convertido en el dios de los reprimidos.

En estos tiempos en que esos poderes parecen haber perdido para siempre la batalla por el control de la conciencia de la población, no es extraño que haya surgido la leyenda urbana que nos habla de la existencia de una conspiración satánica mundial. Semejante sinsentido ha ocupado docenas de veces los titulares de rotativos generalmente considerados como “serios”, así como los de revistas que se autotitulan especializadas en estas materias, y por ello deberían tener un mayor criterio a la hora de elegir sus temáticas. Millones de occidentales bien educados y convenientemente socializados creen firmemente en la existencia de un submundo organizado que practica rutinariamente diversas formas de sacrificio humano con absoluta impunidad. (Curiosamente los habitantes de las naciones desarrolladas, presuntamente las de mayor nivel cultural, han demostrado ser las más vulnerables a este tipo de bulos. Al parecer, los pobres tienen asuntos más importantes en los que ocupar su atención -como la supervivencia- en lugar de alarmarse por semejantes necedades.) A pesar de que de vez en cuando algún descerebrado comete una tropelía en nombre de Lucifer, lo cierto es que no existe ninguna conspiración aparte de la de aquellos que nos quieren hacer creer tales historias.