ENTRETENIMIENTOS INOCENTES

El padre de Whaley, Richard Chappell Whaley, fue uno de los co-fundadores del “Club Irlandés del Fuego Infernal”, que existió entre 1734 y 1741, junto con Richard Parsons, el primer Marqués de Rosse. Circulan innumerables historias referentes a este grupo y las hazañas que tenían lugar en su punto regular de reunión, la Taberna del Águila, en el centro de Dublín, así como en el pabellón de caza construido por William Conolly en la colina de Montpelier, a las afueras de la ciudad. Las historias nos hablan de ritos demoníacos, de misas negras y sacrificios humanos. Tal es la fuerza de estos relatos, que aún hoy día el lugar sigue asociado a las prácticas de sectas satánicas y a la presencia de unos espectrales y enormes gatos negros que aterrorizan a los imprudentes que pasean por estos parajes. A pesar de tan terribles rumores, los clubes irlandeses parecían haber dedicado su tiempo a búsquedas relativamente inocentes, tales como beber scultheen (una mezcla de whisky y mantequilla rancia), prender fuego a alguna que otra iglesia y batirse en duelo.

El grupo de sir Francis Dashwood -los Monjes de Medmenham- parece haber sido una organización levemente más refinada. Los historiadores nunca han podido ponerse de acuerdo sobre el carácter satánico o no de las actividades del grupo. A las reuniones solían acudir, aparte de Dashwood, Lord Sándwich (el jugador empedernido que para no tener que levantarse de la mesa para cenar inventó los emparedados que llevan su nombre), John Wilkes y así hasta completar un grupo de 13 amigos íntimos incluyendo, de vez en cuando, a Benjamín Franklin, algo que no debe extrañar ya que el grupo era firme partidario de la independencia americana y de cualquier cosa que sirviera para desestabilizar a la sociedad británica. Wilkes escribió sobre el club: “Éramos un grupo de compañeros fieles, alegres, felices discípulos de Venus y Baco, reunidos para la celebración del vino y las mujeres y, para dar más prestancia a la reunión festiva, reproducíamos cada idea lujosa de los antiguos y la enriquecíamos con nuestros propios placeres modernos, que combinábamos con la tradición del lujo antiguo”.

Las piras ardían con los cuerpos de los reos “bailando” su particular danza diabólica sobre las ascuas. En definitiva, había que quemar a alguien, y el hecho de que tuviera una verruga era suficiente para acusarle de posesión o pacto.

A pesar del favorable retrato que hacían de sí mismos, los Monjes de Medmenham nunca pudieron desprenderse de las sospechas de que tras su fachada de “alegres compañeros” se escondía un grupo de depravados de primer orden. De hecho, Dashwood y sus amigos se han ganado por méritos propios un lugar en la historia del satanismo, debido entre otras cosas a las investigaciones que en 1925 realizó al respecto E. Beresford.