RENACER HERMÉTICO

El papa Alejandro aplaudía encantado: “Buena puntería, hijo mío”. César saluda sonriente y penetra de nuevo en sus aposentos del Vaticano, satisfecho por el resultado de su ejercicio de tiro. Al poco tiempo, cuatro hombres comienzan la penosa tarea de retirar los cuerpos, arrojándolos a un carro como si de sacos de grano se tratara. Una hora más tarde, la sangrienta cosecha de César es lanzada al Tíber.

Por atroz que parezca, esto sucedió tal como se ha contado. Johannes Burchard, el maestro papal de ceremonias y criado leal de Alejandro VI, registró la escena en su diario.

Una familia extraña y desconcertante, los Borgia. Once cardenales de la Iglesia católica. Tres papas. Una reina de Inglaterra. Un santo. Una familia con largas ramificaciones que se inician en la España del siglo XIV y marcan la historia de Italia, España, y Francia durante los siglos XV y XVI. Su historia es una historia de avaricia, asesinato, incesto y -por extraño que parezca- espiritualidad.

El periodo de hegemonía de la familia Borgia constituye uno de las etapas más gloriosas de la historia de Italia. El renacimiento italiano no tiene sentido sin ellos y la historia de la Iglesia durante dos siglos fue indeleblemente marcada por su huella.

Mientras que los Papas posteriores tomaron una posición sumamente negativa hacia la magia, como la parte de la contrarreforma católica, Alejandro VI mantuvo una postura mucho más liberal respecto a este asunto, posiblemente debido a la placidez de la época que le tocó reinar. A fin de cuentas, durante su pontificado, Martín Lutero era solo una tormenta en el horizonte. No existiendo ningún dato cierto para afirmar que él mismo practicara la magia, sí se sabe con seguridad que estudió estas materias, ya que fue protector de célebres ocultistas de ese período y adquirió un gran volumen de textos herméticos que aún hoy se custodian en la gran biblioteca Vaticana. También fue responsable de la decoración de ciertos cuartos utilizados por él en la residencia papal con frescos (que todavía se conservan) que incluyen imágenes de carácter astrológico, talismánico y hasta un retrato imaginario del propio Hermes Trismegisto, de cuya figura el pontífice era un ferviente admirador, algo lógico ya que los grandes movimientos culturales del Renacimiento tenían como impulso la mirada hacia el pasado, la vuelta a lo clásico, a la “edad de oro” de la civilización, a las prístinas verdades y los conocimientos originales de épocas incluso anteriores a la del reverenciado Platón. Es en este clima cuando son redescubiertos la tradición hermética y sus textos fundamentales. La veneración que sentían los intelectuales renacentistas por estos documentos se funda en una datación errónea de su antigüedad, que para los neoplatónicos se remontaba al antiguo Egipto, citando algunos autores que afirman que Hermes Trismegisto fue contemporáneo de Moisés o incluso anterior. Le dedicaban calificativos como los de “primer teólogo”, y se creía que había sido maestro de Orfeo, Pitágoras o el “divino” Platón (en realidad, el Corpus Herméticum fue escrito probablemente en la Grecia del siglo II, mucho después de Platón).

El Códice De Sphaera, que se conserva en la Biblioteca Estense de Módena, muestra las diversiones de los jóvenes en el Renacimiento, como este baño promiscuo en el jardín de un palacio italiano. En aquel tiempo licencioso, no tenía nada de particular que los eclesiásticos tuviesen amantes e hijos a la luz del día.

Los excesos del Papa Borgia están perfectamente documentados gracias a que por aquellos días ya se había inventado la imprenta y los testimonios que han llegado hasta nosotros son de primera mano, en lugar de las extrañas leyendas generadas por la distorsión de los hechos de épocas anteriores. Tampoco es que fuera necesario exagerar mucho las andanzas de Alejandro VI para que resulten escandalosas. En armonía con el revivalismo clásico que estaba entonces tan en boga, muchas de las ceremonias públicas llevadas a cabo en la Roma de aquel momento eran paganas en el fondo y en la forma.

La envidia, corruptora de la curia. En el siglo IV, Eusebio de Cesarea, el primer historiador eclesiástico, denunció que la envidia no perdía de vista los bienes de la Iglesia. La envidia es uno de los pilares de la leyenda negra de los Borgia.

Incluso la hipnósis fue considerada en su momento como un arma arrojadiza que el maligno utilizaba para obtener más adeptos para su causa.

Es irónico que Alejandro fuera responsable de iniciar una de las mayores cazas de brujas de la historia europea. Para él, la brujería debía ser considerada una religión contraria, algo completamente separado de la magia, con cuya práctica fue sumamente tolerante, como ya hemos visto.

Alejandro IV dio instrucciones muy precisas a los responsables de la Inquisición para que circunscribiesen sus investigaciones a los casos de herejía. Se les advirtió severamente respecto a que no se debía intervenir en los casos de adivinación o hechicería a no ser que estuvieran implicados herejes en los hechos. De esta forma, quedaban a salvo los protegidos del Papa y otros magos “intelectuales”, mientras que las brujas rurales, que continuaban practicando su religión animista igual que se hacía en tiempos precristianos, sufrían los rigores del Santo Oficio en toda su extensión.

Por otro lado, su forma de vida suntuosa, su indiferencia y desprecio obvios hacia los votos de pobreza y castidad, así como su constante abuso de la autoridad espiritual con la que había sido investido, hizo que muchos cristianos espiritualmente conscientes rechazaran a la Iglesia católica y decidieran seguir a líderes más cercanos que llevaban vidas ascéticas de acuerdo con las enseñanzas de Cristo. Algunas de estas sectas llegaron a ser muy populares y pronto fueron percibidas por el Papa como una amenaza para su autoridad espiritual y terrenal. La Inquisición se lanzó contra estas sectas, a las que Alejandro consideraba un peligro mayor que el del mismísimo Lucifer.

Capítulo 6