EL ARTE NECROMÁNTICO
Cuenta la leyenda que Silvestre había robado un poderoso libro de magia negra, El libro del arte necromántico, sustraído a un musulmán de Sevilla con la ayuda de la hija de un mago. Según el erudito Walter Mapes, el libro fue utilizado por Silvestre para conjurar a un súcubo llamado Meridiana, que durante años fue la amante del Papa. A cambio de su amor, el súcubo regaló al Papa una cabeza mágica de bronce que era el receptáculo de un espíritu que podía “prever el futuro”. La eficacia de los vaticinios del busto era legendaria por lo que, movido por la curiosidad, decidió preguntar acerca de su propia muerte. El espíritu respondió diciendo que el Papa no moriría “excepto en Jerusalén”. Ni que decir tiene que después de eso, Silvestre evitó sistemáticamente la ciudad santa. No obstante, un día según Mapes- Silvestre comenzó a sentirse enfermo mientras decía la misa en Roma. Alarmado preguntó al monaguillo que le acompañaba el nombre de la iglesia. Pero el muchacho no pudo hablar, el Papa había caído muerto antes de oír que estaba oficiando en la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén…
Nunca sabremos cuánto hay de verdad y cuánto de imaginación en esta historia. Otros escritores afirman que el Papa Silvestre II, cuya actitud respecto al voto de castidad fue descrita como “muy relajada”, fue asesinado el 17 de mayo de 1003, para evitar los escándalos provocados por sus múltiples líos de faldas. De cualquier forma, las leyendas que rodeaban al pontífice continuaron largo tiempo después de su muerte. Durante siglos se creyó que la tumba de Silvestre en Letrán “sudaría” antes de la muerte de una persona prominente. Si un Papa estaba a punto de morir, según la creencia popular, la tumba traspiraría aún más profusamente, dejando un charco.
Gerbert había sido ofrecido a la Iglesia por su padre, que quería conseguir para él la educación que su talento requería y que un granjero pobre como él jamás le podría dar. Gerbert creció en la atmósfera de conocimiento que presidía los monasterios de la época, pero pronto tocó techo y su poderoso intelecto terminó por destacar, quedando claro que allí ya no le quedaba nada por aprender. Un buen día fue llamado a la cámara del Abad para ser informado de que le enviaban a Toledo para desempeñar el puesto de secretario del Obispo y completar su educación. El joven monje estaba atónito. Toledo era una ciudad abierta dónde convivían sarracenos, judíos y cristianos, practicando abiertamente sus respectivas religiones sin temor a persecución alguna. Tal circunstancia era sumamente turbadora para la mentalidad provinciana con la que se había educado, pero como hijo obediente de la Iglesia que era, aceptó. Esta estancia de Silvestre en España es de los pocos hechos indudablemente históricos de su biografía.