LA HABITACIÓN ARDIENTE
Las crónicas de la época nos describen la escena que se encontraron las autoridades al entrar por la fuerza en varias residencias pertenecientes a miembros del grupo: la policía arrestaba a los ocupantes y procedía al registro de la vivienda, encontrando elementos como altares con velas confeccionadas con grasa de recién nacido, círculos de invocación demoníaca trazados en el suelo, laboratorios químicos y alquímicos totalmente equipados para la fabricación de venenos, aparte de otros elementos comunes en las prácticas mágicas: sangre en polvo, esperma, piel, pelo y otras partes del cuerpo humano, así como piedras semipreciosas para la confección de talismanes.
Una vez conocida la magnitud de la conspiración delictiva y el posible número de asesinatos que aún quedaban por descubrir, La Reynie recibió permiso del rey para formar lo que pasó a ser conocido como “la habitación ardiente”. Se trataba de un tribunal al que se le habían otorgado poderes especiales por parte del Rey, para interrogar miembros de la nobleza (que de otra manera gozaban de inmunidad). Se citó a grandes personajes de la época, sobre todo mujeres: Madame de Vivonne, Madame de La Mothe, la condesa del Roure, la vizcondesa de Polignac, el mariscal de Luxemburgo y otros muchos. Para cuando este tribunal finalizó sus pesquisas, más de trescientas personas habían sido encarceladas o quemadas en la hoguera por los crímenes de asesinato y hechicería. Cabe señalar que la “habitación ardiente” era un tribunal civil, no eclesiástico. Sus actividades fueron dadas por concluidas, no porque se hubiera llegado al fondo del asunto, sino porque las pesquisas conducían a personas de tan alta condición que el propio Rey pidió la disolución del tribunal y la destrucción de un gran número de pruebas.
El jefe de policía Reynie realizó una investigación meticulosa que descubrió múltiples casos de envenenamiento y se complicó inesperadamente con el asesinato de niños en misas negras celebradas por sacerdotes renegados, profanaciones de hostias e incluso falsificación de moneda. El Rey comenzó a sentirse alarmado cuando el nombre de Madame de Montespan, su amante, comenzó a sonar con relativa frecuencia en la habitación ardiente: la Montespan había sido cliente asidua de Voisin, que le proporcionaba unos polvos susceptibles, según creía, de asegurarle el amor del Rey. Aparte de esto, la amante real había participado en no pocas de las anteriormente citadas misas negras. Ante el panorama de ver a su amante en la pira, Luis XIV disolvió la habitación ardiente en 1682, ordenando que los acusadores de Madame de Montespan fueran encerrados en la Bastilla de por vida.