XLIX

—Descanso —anunció Kelleher.

—Se han calmado —dijo Mac Cormack.

—No sé qué les pasa —dijo Mat Dillon.

—Así tenemos un pequeño respiro —dijo Callinan—. Tomemos algo.

Kelleher se afanó enseguida alrededor de su ametralladora.

—¿Y Caffrey? —preguntó O’Rourke.

—Tengo la impresión de que ha habido un buen zafarrancho en el primer piso —dijo Mat Dillon.

—Virgen Santa, Virgen Santa —murmuró Gallager, cogiéndose la cabeza con las manos.

—¿Qué te pasa?

Gallager, temblando como un perro de caza, empezó a gemir por lo bajo. Kelleher abandonó su Maxim para darle unas palmadas en la espalda.

—¿Te estás descomponiendo, macho? —le preguntó solícito.

—Dinos algo de Caffrey —exclamó Mac Cormack.

—Vuelvo a decir que arriba ha habido desperfectos —declaró Dillon—. Voy a verlo.

Fue. Al poner el pie en el primer escalón, levantó la cabeza y vio a Gertie, que los estaba mirando y escuchando. Se mantenía muy erguida, con la mirada fija y el vestido arrugado y cubierto de sangre. Mat Dillon se asustó mucho. Gritó con voz estropajosa: «¡No se había marchado!», y los demás se volvieron y la vieron. Gallager dejó de llorar.

Gertie echó a andar y bajó las escaleras.

Dillon se reunió sin prisa con el grupo de sus compañeros.

Gertie se les acercó. Se sentó.

Con mucha dulzura les dijo:

—Me encantaría comer un poco de bogavante.