IX
Se ha parado un coche. Vendrán a por ellos. ¿O es que se marchan? ¿Quiénes son? ¿Y cuántos? Tal vez conozca a alguno. A uno sólo quizá. A uno al menos. Algún republicano habría entre los hombres que he visto aquí, en Dublín, en esta oficina de correos de Eden Quay. A lo mejor reconozco a alguno. No. No hay ninguna mujer. Seguro. De lo contrario, ya habría venido aquí. ¿Qué pasará con el republicano ese al que tal vez conozco? A lo mejor me odia. Uno a quien habré hecho esperar mucho en la ventanilla. O a quien habré hecho repetir unas señas porque sabía poco inglés. Un tipo de Connemara. ¡Y pensar que algunos de ellos quieren que se vuelva a hablar irlandés! ¡Como si a Sir Durand le diera por hablar francés! ¿Qué habrá sido de Sir Durand? Quizá lo hayan hecho prisionero. O quizá lo hayan matado. Aquel tiro. ¿Quién sabe si no sería para él? ¡Pobre Sir Durand, me quería tanto y tan respetuosamente! Tal vez se haya escapado. Tal vez fuera de los que corrían. Entre aquellas pisadas tal vez sonaran las suyas. Tan digno. Tal vez haya tenido que correr. ¡Ja, ja, ja! ¡Correr él! ¡Ja, ja, ja! Tan digno. Con lo que me quería. Y yo sigo encerrada aquí.