XLVII

El cuerpo prosiguió su movimiento rítmico durante unos segundos más, exactamente como el del macho de la mantis religiosa cuya parte superior ya ha sido medio devorada por la hembra y persiste en su copulación.

Al estallar el primer cañonazo, Gertie cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, tal vez sin más motivo que cierta curiosidad por lo que sucedía fuera de ella, a consecuencia, sin duda, de la satisfacción momentánea de sus deseos, descubrió, ya que tenía la cabeza ladeada, la testa de Caffrey que yacía seccionada cerca de un sillón de mimbre. Como seguían pasándole cosas, no lo comprendió enseguida. Pero la especie de maniquí descerebrado que aún tenía encima acabó perdiendo su impulso, dejó de moverse y se desplomó. Gertie se apartó lanzando alaridos, y lo que quedaba de Caffrey cayó al suelo sin gracia, como un muñeco de serrín destrozado por la tiranía de un niño. Gertie, de pie, examinó la situación con cierto horror. Tuvo un pensamiento repentino: «¡Uno menos!». Pero, bastante impresionada, a pesar de todo, por Caffrey muerto, despedazado por un obús, retrocedió hacia la ventana, con las ideas más bien confusas, temblorosas, cubierta de sangre y con la humedad de una ofrenda póstuma.

Estaba verdaderamente emocionada. Los rebeldes seguían disparando con obstinación en la planta baja. Un quinto obús fue a estallar al jardín de la Academia. Gertie, apartando la mirada del ceroso espectáculo que le brindaba el cuerpo fragmentado, divisó un buque de guerra británico despidiendo más humo por la chimenea que por los cañones. Reconoció al Furious y sonrió vagamente: allí no había nadie para preguntarle el motivo de su sonrisa. Un sexto obús chocó con el tejado de la casa vecina y lo hizo polvo. Volaron escombros y trozos de ladrillo por todas partes. Gertie empezó a asustarse. Se alejó de la ventana, pasó por encima del cadáver, salió del despacho y se encontró en el rellano. Abajo, en la penumbra, los rebeldes, pegados a las troneras, cascaban de mala manera a los marinos del Furious.