XXXVII

—¿Qué coño estará haciendo? —masculló Mac Cormack—. No vuelve.

—Igual la está montando —dijo Caffrey, completamente despierto.

—Querrás decir que la está follando —comentó Gallager.

Y, dándose unas palmadas en un muslo, soltó su risotada.

—¡Callaos! —dijo O’Rourke—. ¡Asquerosos!

—¡Vaya! ¡Vaya! —exclamó Caffrey—. ¿Conque tenemos celos?

—Callinan no haría eso —dijo Mac Cormack—. Además, no se oye ningún ruido. Si llevara malas intenciones, ella ya estaría chillando.

—A lo mejor le gusta —dijo Caffrey—. Imagínate que se lo haya pedido ella.

Se dirigía a Gallager. Ambos se rieron.

O’Rourke se levantó.

—Asquerosos. Asquerosos. Cerrad el pico. Sólo sabéis decir obscenidades.

—Como si los futuros galenos no entendieran de obscenidades. Mojigato. Le has rezado mucho a san José esta noche.

—¡Basta! —gritó Mac Cormack de pronto—. No hemos venido a pelearnos. Pensad que estamos aquí para luchar por la independencia de nuestro país. Y para morir, sin duda.

—Y mientras tanto —observó Caffrey—, Callinan se está tirando a la inglesita. Escuchad.

Callaron todos y oyeron una serie de pequeños maullidos que, poco a poco, fueron transformándose en largas quejas, entrecortadas de silencios irregularmente espaciados.

—Pues es verdad —murmuró Gallager.

O’Rourke se puso pálido, de una palidez tirando a verde. Mac Cormack intervino:

—Pero si es un gato.

Y O’Rourke, que quería hacerse ilusiones, remachó:

—Por supuesto que es un gato.

Y Gallager, con una sonrisa estúpida, repitió:

—Sí, claro. Un gato. Un gato.

Caffrey añadió con sarcasmo:

—A lo mejor la tía ésa le está tirando del rabo. Animalito. Voy a verlo.

Salió de la estancia. Se oyó una serie de lamentos acelerados y estridentes, y luego silencio y vértigo. Caffrey llegó a la puerta. El fusil de Callinan hacía la guardia solo. Caffrey entró. Habían terminado. Callinan, temblando, se abrochaba el pantalón y Gertie había saltado al suelo. Su cara resplandecía de satisfacción. Miró a Caffrey con insolencia. Caffrey la encontró hermosa.

Y no supo qué decir.

Al cabo de unos segundos, una vez vestido, Callinan le preguntó con cara de pocos amigos:

—¿Qué?

Caffrey respondió:

—¿Qué?

Gertie, vivaz, los miró a los dos.

Con la misma oportunidad, Callinan repitió:

—¿Qué?

Y Caffrey sólo supo contestarle:

—¿Qué?

Callinan le dijo con menos aplomo:

—No has visto nada, eh.

—Pero lo hemos oído.

—Estoy deshonrado —dijo Callinan abatido.

—Creen que ha sido un gato. Di que ha sido un gato.

—¿Lo dirás tú también?

Caffrey examinó atentamente a Gertie. Todavía jadeaba un poco.

—Pues claro que ha sido un gato.

Callinan se sacó del bolsillo el hermoso pañuelo verde de las arpas de oro y se secó la cara.

—Vaya —dijo Caffrey—, te ha sangrado la nariz.